sábado, 9 de mayo de 2009

Burbujas y cosquillas

Por fin podremos beber tranquilos Coca - Cola. Siempre me había conducido yo de una manera difidente respecto de esta bebida americana, empapada en famas, y no por el antiamericanismo estólido que nos cerca sino porque mi refugio ha sido siempre la gaseosa, castiza ella, humilde en sus burbujas de pobre, cordiales porque a nada aspiran más que a un fugaz cosquilleo en nariz. Por contraste, me he dado a meditar con frecuencia en la altanería de las burbujas del champán, tan engoladas y tan pretenciosas, empeñadas en alentar complejos regocijos sexuales o en fabricar amoríos ligeros e invertebrados, hermanadas siempre con las joyas y con las pieles y con esas mujeres de largas piernas y de pechos asustados como palomitas ... En fin la burbuja del champán me ha parecido siempre lejana, burbuja de señores antiguos dados al adulterio y a la cornucopia. Puro artificio francés.

Es probable que el consumo del champán se generalizara en el Imperio de Napoleón III (todo él pura burbuja, por eso se marchó Victor Hugo) y de seguro se bebió mucho cuando la boda con Eugenia de Montijo, mujer aquilatada y que odiaba a los rojos y a los prusianos con tesón inagotable, un tesón trufado en venganzas y un poco rococó, que acabaría costándole el sillón imperial. Lo mismo ocurriría en Viena, tan afrancesada a la sazón, en la Viena de Francisco José y de aquella Sissi que nunca estaba en Viena porque el augusto esposo la aburría de manera soberana, que de otra forma no saben aburrir los soberanos. Por esta razón el champán sale mucho en las operetas de Strauss hijo (me refiero a Strauss, el bueno; no a Richard) y de Offenbach donde siempre hay un conde que invita a champán a una damisela a la que quiere llevarse al catre de esa manera lírica e imposible, tan habitual en las juergas musicales.

¡Qué diferencia con la gaseosa proletaria! Bebida de los saraos populares, junto con la absenta que nubla voluntades y apaga los fulgores de la mirada, bebida de las revoluciones y de los motines vagabundos, en las novelas del primer tercio del siglo XX se llamaba “bolita”a la gaseosa, recogiendo así una expresión popular que plasmaba la forma en que se presentaba la bebida. La gaseosa no tenía más aspiración que apagar la sed y con ello se conformaba siendo admirable su respaldo a las causas del pueblo anhelante. Pablo Iglesias bebía gaseosa para aliviarse el gaznate antes de pronunciar sus discursos vibrantes en las Casas del Pueblo que eran las consistoriales del socialismo hirsuto y sano. Pero Azaña, por el contrario, tan afrancesado que llegó a escribir un tratado de doctrina militar francesa que nadie ha leído jamás, cuando se permitía un exceso, bebía champán, como Churchill que tomó la determinación de acabar con las reservas de Champagne cuando la guerra de los boers y no la abandonó hasta que venció a Hitler y lo echaron del poder por ello.

Pero estábamos en la Coca - cola. La cola para mí ha sido un sitio donde había mucha gente y en el que había que ponerse para conseguir una entrada de los toros. Por ello, a mí de cola lo único que me ha gustado es el piano pues me permite oír los conciertos de Haydn que son alados y destruyen la monotonía de la vida. Pero la bebida de las películas americanas siempre me ha parecido de escasa confianza sobre todo porque nosotros teníamos la zarzaparrilla, más carpetovetónica. El hecho de que además se guardara como un secreto militar la fórmula con la que estaba fabricada me hacía sospechar aún más porque tanto misterio no podía encubrir nada bueno. El ocultamiento llevaba gato encerrado.

Pues bien, todo esto es pasado y, a partir de ahora, defenderé la coca - cola sin reserva alguna ya que los periódicos informaron hace algunos meses que es poco más que agua del grifo. Me extraña que ello haya arrancado críticas a la empresa y amenazas de sanciones porque ¿hay algo que dé más tranquilidad al consumidor que el agua del grifo? Una bendición me parece la noticia. Ahora que está todo claro como el agua me dejaré cosquillear por las burbujas ... de la gaseosa.

6 comentarios:

  1. Profesor Sosa Wagner;

    Es usted muy dueño de amar la gaseosa, e incluso la CocaCola, ( aunque han salido algunos datos a relucir, sobre la composición de la última hornada, la Zero, creo que se llama, aunque no lo sé fijo porque la CocaCola no me gusta, como no me gusta ningún refresco embotellado).

    Pero decir que Richard Strauss es el malo... Aunque solo fuera por El Caballero de la Rosa, o por Las Cuatro Últimas Canciones, este Strauss sería "El bueno", y dejaría en "bonita música popular", (no niego que sean bonitos), a todos los valses de los Stauss padre e hijo.
    Por mucho que a estos les hagan un concierto especial todos los fines de año, en Viena.

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  2. Dicen falsamente que sobre gustos no hay nada escrito, falsedad porque todo lo que se escribe es para mostrar gustos. ¡Que cada cual tome lo que quiera!¡faltaria más!, pero si hablamos de burbujas me quedo con la proletaria Cerveza, amarilla ella y tan refrescante. Cuando la cosa es más seria quizas habra que tomar vino ( sin gaseosa) o el Aristocrático Cava.

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  3. Las bebidas son como la ropa y la música. En cada momento apetece una.

    He de agradecerle, don Sosa, que he vuelto a retomar el uso diario del diccionario gracias a usted y mi pobre vocabulario.

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  6. Pues yo prefiero darle al Valle Ballina y Fernández que era lo que me dejaban beber mis padres en el cumpleaños del Niño Jesús. Aquello si que era la chispa de la vida

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