viernes, 22 de abril de 2011

Una guinda


El único milagro que de verdad le gustaría hacer a la Virgen es el de irse a merendar con los costaleros al término de la procesión.

domingo, 17 de abril de 2011

Tipos humanos

Algún día será necesario hacer un inventario de los tipos de personas fastidiosas que nos rodean porque constituyen una gran familia que se deja analizar como si de una especie animal se tratara. Tal estudio tiene la ventaja de que, para acometerlo, no es necesario contar con investigadores ni con laboratorios ni siquiera hace falta disponer de un ordenador y menos aún estar enchufado a Internet que es el nuevo cordón umbilical con el que nos unimos a la gran placenta de la información y del saber.

Nos bastará con poner una cierta atención y desarrollar unas mínimas dotes de observación, elementos éstos, como se ve, bien baratos y al alcance de cualquier bolsillo, por menesteroso que éste sea. A este fin, además, se puede aprovechar el tiempo en cualquier lugar y situación: en el trabajo, en los lugares de ocio, en el autobús, cualquier sitio es bueno para descubrir al sujeto molesto y hacerle un hueco en nuestra particular clasificación. Todos los días, al volver a casa, caída la tarde, podremos hacer un recuento de los logros alcanzados y redactar con ellos una especie de estadillo donde quede todo ordenado y catalogado.

Yo me permito avanzar algunas de mis conclusiones. A mi juicio, está el chinche y su variante más conocida, a saber, el chinchorrero, que es el tipo menor, de pocas aspiraciones, portátil podríamos decir, que se contenta con interrumpir, en la oficina, la lectura del periódico o la confección del crucigrama. Es el que llama cuando nos limpiamos los dientes o cuando dormimos la siesta. Es un cargante, claro es, pero es un cargante que ofrece una silueta algo diluida, poco compacta, aunque es preciso vigilarlo porque puede ser simplemente un párvulo, es decir, estar en período de aprendizaje y, por tanto, madurando en su mente molestias más consistentes, de mayores ambiciones. Pero si no es así, el chinche no es más que un ser vitando, al que conviene tener a raya pero que no resulta especialmente peligroso.

Está luego la modalidad del pegajoso que es ese tipo que, en el bar, amarga el desayuno porque aparece inopinadamente, se coloca a la vera de la víctima y le cuenta la última nadería que ha vivido, sosa e irrelevante como es él mismo, pero que él enriquece con detalles haciéndola barroca e inaguantable; cuando es experimentado y tiene ya maneras bien adquiridas, suele despedirnos con la amenaza de llamarnos para tomar unas copas o convidarnos a comer en un sitio nuevo que han abierto o en la casa que se ha hecho en el campo. Puede producirnos pavor e incluso llegar a estremecernos pero yo aconsejo que no se le tema, primero porque, aunque su presencia nos parezca una eternidad, en rigor es efímera; segundo, porque no cumple sus amenazas.

El majadero es quien practica sin más la actuación inoportuna pero, cuando su personalidad alcanza más acusados perfiles, se convierte en el impertinente que es ya el que nos trae de forma invariable las malas noticias, el que jamás se entera de los sucesos afortunados y que, por ello, nunca encuentra una ocasión para dar un parabién, y, sin embargo, tiene una peregrina destreza para captar ajenas desventuras o maledicencias. Nunca nos enviará una enhorabuena pero se condolerá con nosotros de cualquier desdicha. De este personaje hay que huir resueltamente porque es de los más temibles ya que el cultivo de la simple impertinencia pronto le resulta desaborido y entonces suele atravesar la frontera de la maldad. Físicamente se le reconoce por el colmillo, que en él se presenta en espiral, como una columna salomónica, y lo blande como arma, siempre dispuesto a hincarlo allá donde pueda hacer sangre o, al menos, proporcionar un malestar.

Luego está el pesado en estado casi puro que es quien se empeña en escribir artículos en los blogs y en los periódicos, como es mi caso. Somos inofensivos pues con no leernos, basta.

miércoles, 13 de abril de 2011

Vuelve la geografía

Estoy muy alejado de las aulas escolares, pero imagino que, en los nuevos planes de estudio ideados por esos pedagogos a la violeta que diseminan el desaliño intelectual, habrá desaparecido hace tiempo la geografía. Si se estudia, será para describir el arroyo del pueblo o la colina que se ve allá a lo lejos, mucho mejor arroyo y mucha mejor colina que la del pueblo vecino que, bien mirados, son dos birrias de arroyo y de colina.

Menos mal que existen los equipos de balompié, porque así nos suenan Manchester, Milán y Stuttgart.

Andamos, pues, flojos de geografía, pero a suplir esta deficiencia nuestra ha venido la tormenta de acontecimientos que pueblan desde hace meses los periódicos. Nos traen clases sencillas si se quiere, pero están henchidas de enseñanzas que nuestras mentes acogen y que están enriqueciendo la alcancía de nuestros conocimientos, tan deteriorados ellos.

El curso empezó con los problemas bancarios y financieros de Islandia. Nadie sabía dónde quedaba eso y además su capital -que tiene un nombre impronunciable- no participa en la NBA ni en la Champions, pero en seguida nos explicaron que Islandia no está en la Unión Europea, noticia que todos recibimos con alivio pues sus problemas eran de ellos, pero nuestros ahorros estaban a salvo en los bancos de la Unión Europea.

Se nos torció el gesto cuando nos dijeron que Grecia tenía en sus cuentas más agujeros que una red de pesca. Grecia sí está en la Unión Europea, pero, para tranquilizarnos, vinieron a aclararnos que España no es Grecia. Y, cuando le pasó lo mismo a Irlanda, que también queda cerca a efectos económicos, supimos que España no es Irlanda.

Ahora, en estos mismos días, añadimos otro conocimiento precioso: España no es Portugal y nos acordamos de Aljubarrota, de Felipe II, del conde duque de Olivares y de fastos pasados y nefastas jornadas. Como los acontecimientos financieros y quiebras de estados, regidos por manirrotos, se precipitan, también las cuestiones geográficas se nos amontonan: Bélgica no es Grecia ni Irlanda; Italia no es Portugal; Francia no es Italia ...


A completar todo este cuadro tan vivo ha venido el terremoto japonés. Gracias a él nos enteramos de que Burgos no es Fukushima ni Cofrentes Burgos. Confusiones pues que para siempre debemos borrar de nuestras turbias mentes.

En fin, desde que desapareció el protectorado de España en Marruecos no nos habíamos ocupado de África más que para ir a Marrakech a ver la plaza de Jamaa el Fna o a Túnez a pasar unas cálidas vacaciones de invierno. Ahora, con esas turbulencias en las que los pueblos están abriendo caminos y las almas aprendiendo a respirar, se acumulan las lecciones: empezamos diciendo que Egipto no es Túnez, luego que Libia no es Egipto, ahora que Marruecos no es ni Túnez ni Egipto, tampoco Libia. Yemen no es Bahrein y Siria no es Jordania.

¿Quién da más? Tantos años de sequía geográfica, tantos esfuerzos destinados a ver la geografía como un parvo capítulo de nuestra identidad intransferible reflejada en el estatuto de autonomía de nuestro pueblo, para acabar moviéndonos con esta soltura por el mapa y distinguiendo arcanos: Portugal no es Irlanda, Burgos no está en Japón ...

Y así, poco a poco, vamos haciendo el Bachillerato. La letra con sangre entra, decían nuestros abuelos. Ahora es la geografía la que con crisis y terremoto entra.

domingo, 10 de abril de 2011

Elogio de la inutilidad

Un estudioso español ha escrito un ensayo exhortándonos a la rebelión contra los objetos inútiles. Considera que la sociedad actual es rica en cachivaches y que lo mejor es desterrarlos para que el hombre pueda recuperar la centralidad en el Cosmos y su dominio sobre las cosas. Debe prestarse atención al sesudo aviso porque la experiencia dice que estos análisis están la mayor parte de las veces copiados de otros análogos americanos y lo que del Nuevo Continente viene acaba convirtiéndose en regla y medida. Antes, la inspiración venía de Alemania y hasta mi admirado don José Ortega (tan admirado que en mis soliloquios que le tienen como interlocutor le llamo Pepe) se trajo desde Friburgo lo que los alemanes venían escribiendo desde hacía copia de años acerca de la rebelión de las masas.

Pienso, sin embargo, que a los objetos hay que tenerles respeto y, cuanto más inútiles sean, mayor. Solo lo inútil es bello, decía precisamente Ortega. Hoy deberíamos decir, solo lo que no entra en el producto interior bruto resulta atractivo. Además, qué es útil, qué es inútil son circunstancias cambiantes y perecederas, como nuestra misma vida. El bidé por ejemplo ha pasado a ser una pieza de museo, en Viena se exhibe el que utilizaba la emperatriz Sissi para sus majestuosos lavoteos, y fue sin embargo en el pasado pieza capital en el aseo de zonas que hasta su aparición habían estado abandonadas a su agreste evolución. El teléfono fijo es casi una antigualla pues hoy el teléfono se ha desatado, ha roto sus cadenas, ha gritado ¡viva la libertad! y se ha echado a andar por esos mundos, suelto, sonoro, terrible. Y han desaparecido los carretes de fotos y el interruptor de la luz, hasta el fax lo contemplamos con la misericordia que se gasta con el abuelo a quien ya no se puede enviar a buscar el pan.

Todo va y todo viene, con la amenidad de la historia. Y luego están los objetos respecto de los cuales se descubren nuevos usos e inesperadas utilidades. Aquí el asunto se pone más emocionante: hace poco, en un municipio asturiano, su alcalde ha abierto una investigación pues un policía local ha utilizado un camión de bomberos para declararse a su novia y pedirle que se casara con él. No sé qué puede reprocharse al fogoso funcionario pues se ha servido de una escalera diseñada precisamente para apagar fuegos. Ahora bien ¿qué es el amor sino el fuego más distinguido y eterno? Desaparecerán los incendios porque se conseguirán materiales no inflamables y, sin embargo, será necesario seguir fabricando coches de bomberos precisamente para hacer frente a la pasión amorosa, racimo como es de fuego, relámpago rasgado, arena ardiente, el amor.

Y, en Guadalajara, una señora ha evitado que le robaran el bolso agarrando al ladrón de los testículos. Véase también cómo estos pendientes de nuestra lujuria, objetos de nuestras más entrañables entretelas, entrenados para las más diversas habilidades y concebidos por la Madre Naturaleza para funciones de una dignidad precisa y predecible, de pronto, por el azar, por la necesidad o por el fruto de la imaginación humana, se convierten en un arma que desarma y evita que un bolso, con sus tarjetas de crédito y sus píldoras anticonceptivas, vaya a parar a apócrifos poseedores. Cuando el agresor sintió que sus huevos estaban soportando una presión inusual y que arriesgaba dejarlos inutilizados para trances de mayor envergadura, soltó su presa. Quedó sin bolso, pero con bolsa.

De donde se sigue que debemos ser mirados y no llegar a conclusiones precipitadas. Seamos cautos, ya que no castos. Y cuidemos sobretodo de no quedar chiclanes que son quienes expían sus culpas arreglándose en la vida con un solo testículo.

lunes, 4 de abril de 2011

Otra guinda

Ningún tirador, por experimentado que sea, acierta a abatir el vuelo de la imaginación.

sábado, 2 de abril de 2011

Una guinda

En el catálogo de viejo resucita el escritor.