domingo, 29 de mayo de 2011

Truenos


El trueno es la tos del cielo

domingo, 22 de mayo de 2011

Una amenaza a conjurar

¡Qué pena tan grande! ¡qué íntima desazón! ¿no quedará nada en pie? ¿se irá abatiendo todo ante nuestra mirada impotente? Hemos pecado, es verdad y probablemente de forma recia, nuestros desvaríos se acumulan pero ¿merecemos tanto castigo, merecemos sentirnos cercados por el precipicio que nos atrae con su vértigo descarado?

Y, sin embargo, he de rendirme a la realidad, he de doblegarme a ella y admitir que sobre mi vida caiga su dura represalia.

Cierto que las noticias malas se acumulan y ya deberíamos estar acostumbrados a ellas porque inundan los titulares de los periódicos y chirrían en los informativos de las televisiones y las radios. Pero debería haber mesura, una cierta contención. Y no la hay.

Porque, por más que leo y releo, la información no tiene vuelta de hoja. Es absolutamente fiable, no procede de un orador de un mítin en campaña: procede de un grupo de científicos sesudos.

Y reza así de amenazadora: las olas serán una fuente de energía. Literal, tal como se lee: las olas, sí, lector, las olas del mar se van a convertir en electricidad.

Una de los pocos elementos bellos, por inútiles, que nos quedaban en la naturaleza van a caer en la vulgaridad más aplastante.

Las olas, aquellas a las que Virginia Woolf dedicó una novela que, por cierto, nadie ha entendido jamás, pero a las que la novelista entregó todo su estro creativo, esas olas van a ser ahora una chabacana fuente de energía.

Las olas, aquellas que mecían al inquieto Ulises a la búsqueda de su Ítaca, al Ulises que a diario asaltaba el Destino y con él porfiaba en cada recodo de su viaje, esas olas, que cantan su poema diario al ajetreo, que componen en estrofas medidas su verso eterno al horizonte esquivo, serán en breve -si nadie lo remedia- una prosaica fuente de energía.

Las olas, que para mí siempre han tenido la belleza y el misterio de las páginas de un libro inagotable, pongamos las mil y una noches o la biblia, van a servir para alimentar un enchufe. Es decir, para justificar una existencia atrozmente plebeya.

Pero ¿qué hemos hecho, Señor, para caer en semejante tosquedad?

Si recuperamos el sosiego, procede preguntar: ¿es inevitable este destino que los científicos han diseñado? La respuesta es la que debe movilizarnos a quienes aún creemos en la locura de la belleza, a quienes gustamos de la inutilidad, a quienes queremos que las olas sigan siendo las alas de nuestra imaginación.

Somos nosotros quienes debemos advertir a las pobres e indefensas olas de lo que les espera y enseñarles a esquivar su duro destino. Y explicarles que, cuando vayan a ser aprisionadas por el hombre torvo para llevarlas a una turbina, se rebelen, se escapen, huyan entonando su canción de gozo, se escurran exhibiendo su dignidad, el milagro de su belleza ligera y esquiva.

La lucha ha de empezar sin demora. Porque ¿quien nos dice que detrás de las olas no vendrán otros desatinos? Pienso por ejemplo en las nubes y me estremezco. Un sudor frío me invade. Dejo en el aire -ya que de nubes hablamos- esta pregunta torturadora: ¿qué haríamos sin las nubes los humanos? El cielo, nada menos que el cielo, quedaría sin su argumento.

Con asuntos serios no se puede jugar.

viernes, 6 de mayo de 2011

Un mayo fecundo

En mayo se pueden proyectar muchas actividades porque es mes placentero, de primavera, de luces con aromas a frutas, de amores incipientes, de manojos de estrellas en el cielo y de cascabeles en el alma. Se desperezan los cuerpos, entumecidos por los meses fríos, esos meses henchidos de sombras prietas, y todo en nosotros se hace albórbola gozosa. Acaso por todas estas razones dar consejos para aprovechar el mes de mayo puede parecer superfluo.

Y, sin embargo, es lo que me propongo hacer.

Porque se anuncian actividades al aire libre, en acampadas, al borde de los ríos, en las playas que ya empiezan a acoger a visitantes, o excursiones a las montañas, que se llenan en esta época de una sustancia musical bien definida. Y hay ofertas de exposiciones, por ejemplo en Madrid se han abierto varias apreciables, y lo mismo en otras ciudades españolas. En París se acaba de inaugurar la dedicada a Manet, donde figura su famoso cuadro de la merienda -un cuadro también de la temporada primavera/verano-, con esas mujeres desnudas y pingües acompañadas de dos hombres vestidos como para asistir a la ejecución por medio de garrote vil del último parricida.

O sea, que el horizonte está cuajado de tentaciones.

La mayor, empero, es la que se recoge en un anuncio de la prensa de estos días. Un anuncio que sólo puede pasar desapercibido a las almas toscas, pues los espíritus frescos necesariamente han de desplegar ante su contenido todas las antenas y demás elementos sensitivos.

Se trata de un programa «de certificación en coaching dialógico», convocado por una Universidad privada, de las buenas y costosas. ¿Alguien ha pensado alguna vez en algo más apasionante? ¡Obtener el diploma de coaching en unas pocas sesiones! ¡Pasearlo por el pueblo, exhibirlo ante los amigos, caracolear con el éxito ante las conquistas amorosas! Amor, no quiero ser un pedante, pero he superado el curso de coaching, no de cualquier coaching, sino el dialógico. Porque este, el dialógico, es el bueno al estar preñado de consecuencias fecundas como un nido que tuviera recién abiertos los huevos.

Cuesta caro, pero el precio sólo puede importar a los espíritus pacatos y temerosos. Las gentes emprendedoras no se dejan amilanar por unos euros arriba o abajo.

En el módulo I de esta impar oferta educativa se analizan las bases generales del coaching dialógico, la metodología que diríamos los antiguos. El II está destinado a «desvelar el sentido y el encuentro», lo que tiene su miga y su sustancia. El III se ocupa de «desvelar el ser y el camino»: ¡ahí es nada! ¿Quién no será otra persona cuando haya culminado ese módulo y descubierto los dos grandes enigmas de la humanidad, los representados por el ser y el camino? Pero la emoción no para aquí. En el IV se desvelan «las relaciones y los sistemas». Casi siempre el verbo utilizado es el de desvelar, ya se sabe que «el aire la vela vela» y demás precisiones que dejó escritas García Lorca, quien ya intuyó el coaching pero no pudo asistir en su época -tan oscura- a estos cursos. En fin, el V es un final poético en toda la regla porque está destinado a «convertir los límites en orillas». ¿Quién ha logrado expresar en menos palabras las vacilaciones entre lo finito y lo infinito? ¿Cómo se sentirá el afortunado que convierta los límites de su pobre existencia precoaching en orillas al mar abierto del coaching dialógico? ¿Qué experiencias no nos podrá transmitir ese bienaventurado?

¡Que nadie se quede atrás! ¡Todos al coaching dialógico! Y lo demás se nos dará por añadidura.