jueves, 30 de abril de 2009

Hay un peligro en el secador: puede aventar nuestras ideas.

miércoles, 29 de abril de 2009

Nostalgia del sombrero

En la cabeza es donde más se percibe que nos hemos aplebeyado porque ahora la moda, incluso entre los señorones, es llevar gorra cuando lo propio ha sido en épocas más clásicas gastar sombrero, también llamado fieltro por el paño con el que algunos se confeccionaban. El sombrero distinguía y señalaba la clase social, "los rojos no usaban sombrero" anunciaba una sombrerería en los años cuarenta para animar a la clientela a comprarse un flexible que era el mismo fieltro sin apresto. Llevar sombrero era una forma bien sencilla de proclamar que se era titular de una notaría, de una farmacia o de una cátedra. Por comprarse un sombrero empezaba una vida de provecho.

La gorra, que ahora la llevan hasta los magistrados de la Audiencia Nacional, ha sido siempre prenda de aprendices y de obreros y así, en las fotos de Pablo Iglesias, se le ve con ella ir a ocupar su escaño de concejal o de diputado con lo que marcaba la distancia entre el proletariado y la burguesía pues sus compañeros dejaban el sombrero, que a veces era de copa, en el guardarropa del Congreso. ¿Alguien se imagina al conde de Romanones o a García Prieto saliendo de Palacio de conferenciar con don Alfonso con una gorra por tocado? Ya en la República hubo un amago de abandono, un "sinsombrerismo" que luego se extendió en la guerra civil, pero no se llegó a mayores pues nadie se imagina a Azaña o a Alcalá Zamora republicaneando el catorce de abril sin sombrero.

Y es que ir sin sombrero para estas gentes era lo más aproximado a ir desnudo, enseñando las vergüenzas de sus calvas y, lo que era peor, de su pensamiento, lo cual les dejaba inermes exponiéndose a las peores consecuencias políticas. El sombrero era la corona mate de la burguesía. Y así, durante la República, o se llevaba sombrero o se llevaba gorra de plato, estando fuera de ambas prendas el abismo de la anarquía y del rojerío más implacable.

Es decir que la forma de cubrirse la cabeza fue una manera como otra cualquiera de armarse, de ir tomando posiciones para lo que se avecinaba de manera que cuando llegó el momento los más no hicieron otra cosa que seguir la dirección que marcaba el ala o la visera de la prenda que llevaban en la cocorota.

Lo malo es lo de ahora pues se quieren abatir las diferencias sociales por la cabeza en lugar de hacerlo por la cuenta corriente y así las más distinguidas clases sociales llevan gorra (muchas veces viven también "de gorra") para difuminar unas distancias que hoy tan solo se hacen visibles por el casco, el de la obra o el de la moto de reparto de pizzas, que no tiene nada que ver con esos cascos fingidos que llevan los ingenieros para sacarse una foto y colgarla en el estudio.

Sombrero casi nadie lleva, fuera de los que usa el pintor Úrculo para sus personajes o el cobrador del frac, y los pocos que quedan de copa se los van pasando los padrinos de las bodas unos a otros para ir decentes a la ceremonia. Por ello cuando vemos a Humphrey Bogart en el cine lo que realmente nos subyuga es su sombrero porque lo que dice ya se lo hemos oído muchas veces.

A todo ello ha de añadirse la desolación que a los más tradicionales nos ha producido el abandono por los curas de la entrañable teja que, junto a la sotana, les distinguía de la población deficientemente sacramentada y no es consuelo el hecho de que en el País Vasco lleven boina porque la boina carece de dignidad litúrgica.

Se cierra el amargo panorama constatando que las mujeres, fuera de la reina de Inglaterra, solo usan gorro para la ducha, como un signo de coquetería inútil porque desgraciadamente no las vemos.

martes, 28 de abril de 2009

Primera guinda


En los lavabos de las estaciones nos enjuagamos los kilómetros.

Guía indispensable para manejarse en este blog

El blog sirve para descargar en él ocurrencias y darlas al aire, al éter, a la red, al universo, cualquiera sabe a quién. En ese espacio enigmático caen como semillas y son por ello aptas para germinar, a la búsqueda como están de la fecundación. Lo importante es la descarga, la liberación de la presión de los propios pensamientos. El blog tiene una función depurativa, acaso parecida a la del laxante.

Aquí, en este blog, que nace al hilo de mi campaña electoral como aspirante a ocupar un escaño en el Parlamento europeo, no voy a hablar de política. Quien quiera saber lo que pienso tiene ocasiones de leerlo en la página de UPyD, partido político por el que me presento, un lugar donde se da cumplida noticia de mis intervenciones públicas, conferencias, entrevistas y demás. También tengo la esperanza de que, al menos algunos periódicos nacionales y regionales y otros medios de comunicación, acojan mis manifestaciones.

Por estas razones, el espacio del blog lo reservo para otro fin. En él voy a comentar sucedidos de la vida cotidiana con espíritu festivo y burlón y hacer de ellos broma inofensiva, puro donaire, aunque el fondo del asunto a veces sea serio y obligue al lector a pensar por breves segundos. Pero, en general, mis líneas aspiran a ser pura burbuja, leve espuma. Estarán más cerca de la chispa que de la llama, serán más pavesa que hoguera. Más rocío que lluvia.

Una especie de ranura por la que se trata de llenar la hucha de la imaginación, por lo que convivirán la libertad con la obstinación en resaltar lo que no se resalta, en dar relieve a la contradicción, en realzar lo que de pintado hay en la sociedad.

También incluiré algunas “guindas en aguardiente” que es un género cercano a la greguería que cultivo desde hace años. Mis guindas son -no podían ser de otra manera- frutos redondos, algo ácidos, que, cuando se les da durante una temporada la compañía del aguardiente, adquieren un sabor rascón, picantillo, caústico, sin dejar por ello de ser al tiempo dulces y convincentes. Aspiran a mezclar lo punzante con lo amable, lo intemperante con lo cortés. Mi guinda pasa bien por la garganta y no daña al estómago.

Es más: actúa de carminativo pues que ayuda a liberarnos de las flatulencias que produce el estereotipo.

Creo que, tras lo dicho, el lector está en condiciones ahora de abrir despacio la botella que representa este blog, degustar las ocurrencias que en él se contengan y aceptar, complacido e indulgente, las cosquillas que perciba.