domingo, 31 de octubre de 2010

Agencia de viajes

Aquella agencia de viajes ganó millones organizando una excursión a la utopía.

domingo, 24 de octubre de 2010

Generaciones

Cada generación de artistas asesina a la anterior y como un vampiro bebe de su sangre.

jueves, 21 de octubre de 2010

Telarañas

Las telarañas son las legañas del largo sueño de los rincones.

domingo, 17 de octubre de 2010

El golpe de Estado educado

He conocido a personas educadas. También a mal educadas. Pero me quedo con las primeras porque son las que ofrecen el aspecto más amable de la sociedad. Ahora bien, nunca había tenido noticia de un rasgo de cortesía tan fino, tan de buena crianza como el que ha protagonizado el jefe de policía de Ecuador.

Este hombre, alto cargo de la seguridad del Estado en aquél país, ha tenido una gallardía encomiable. Todos sabemos que ha organizado hace unas semanas un golpe de Estado que obligó al presidente de la República a huir y esconderse por miedo a que acabaran con su vida. Paralelamente se sucedieron los altercados aquí y allá, se redactaron y difundieron algunas proclamas de los amotinados en las que se presentaban ante la población como las personas llamadas a corregir el rumbo errático de la política llevada a cabo por quienes ostentaban el poder legítimo etc.

Hasta aquí, lo clásico de todos los golpes de Estado: unos energúmenos que se autoconceden el título de héroes de la patria y que están dispuestos a hacerse cargo de prebendas y sinecuras con la vista puesta en la salvación del pueblo que sufre. Lo nuevo del jefe de policía aludido es que, cuando todo ha pasado, ha pedido perdón al jefe del Estado por haber organizado un golpe de Estado.

¿Alguien puede poner en duda que este funcionario de policía es la suma, el compendio de las buenas maneras, la elegancia y la delicadeza? Pide perdón porque esa galantería le sale desde dentro. Si hubiera pisado un pie a una señora en el autobús, le hubiera pedido de igual manera todo tipo de excusas, y con idéntica fineza hubiera procedido si le hubiera vertido en el pantalón al vecino de barra el café con leche. Si esto es así ¿cómo no va a comportarse con corrección si organiza un golpe de Estado fallido?

En la bibliografía ecuatoriana sobre buenas maneras estoy seguro de que este poli dado a la insurrección es el autor de las obras más destacadas y las que mejor se venden. Libros como “saber estar”, “cómo vestir”, “cómo poner la mesa”, “cómo entablar una conversación”, “cómo saludar” saldrán de su pluma con facilidad y extremada galanura. Me consta que ahora lleva muy avanzado uno que ha titulado “El golpe de Estado educado”.

Sabemos que, en estos tiempos, no es el único que se dedica a la petición de perdón con efectos retroactivos. La Iglesia católica practica mucho últimamente tal costumbre y un insensato ministro francés pidió perdón en Viena hace un par de años a los austriacos por haber organizado sus antepasados la Revolución francesa y haber enviado a la guillotina, con malos modales, a una señora reina que era austriaca y se llamaba María Antonieta.

Ahora bien, lo del golpe de Estado y el “usted perdone” posterior es verdaderamente nuevo y entra en el capítulo de lo mucho que se han refinado las costumbres a pesar de los agoreros que predican lo contrario al asegurar que somos todos unos mal educados y unos cochinos. Los hay que no y véase el ejemplo que estamos analizando.

Cuando Curzio Malaparte escribió su “Técnica del golpe de Estado” dijo muchas cosas pero se le olvidó este detalle protocolario y de tanta solemnidad. Y en “El golpe de Estado de Guadalupe Limón”, la entretenida novela de Gonzalo Torrente Ballester, salen situaciones bien chuscas, pero no un poli tan ceremonioso.

¡Ay, otro destino habría conocido Napoleón si el 18 de Brumario se hubiera conducido con más educación con el Directorio ...!

martes, 12 de octubre de 2010

Plenos vacíos (sobre el Parlamento Europeo)

(Ayer publicó la edición nacional del periódico El Mundo este artículo mío).


Parece un oxímoron pero es la realidad. Los plenos de algunas instituciones representativas se hallan habitualmente vacíos y los escaños desiertos se nos aparecen como la sombra desolada de la democracia. Lo vemos algunas veces en el Congreso de los Diputados de España y es imagen habitual en el hemiciclo del Parlamento europeo.

En este, las sesiones, que se celebran en Estrasburgo, empiezan los lunes después del mediodía y concluyen en la tarde del jueves. Son jornadas de horarios muy apretados pues los debates se alargan hasta las horas tenebrosas de la medianoche. Yo mismo he intervenido hace poco en uno que afectaba al gobierno de Internet pasadas las once de la noche. Bien es verdad que me escuchaban dos docenas de diputados, contando a la mesa presidencial, cuando somos más de setecientos. El lector puede pensar que, para escucharme a mí, ya eran demasiados, y es probable que tengan razón, pero lo cierto es que a oradores más distinguidos tampoco les prestan los colegas mayor atención. Visitas de personajes relevantes las sigue un centenar de diputados y debates muy trascendentales tampoco son capaces de estimular la presencia de sus señorías en sus escaños.

Hay una excepción: los momentos en que se producen las votaciones. Tienen lugar normalmente los martes, miércoles y jueves hacia las doce la mañana. Son sesiones largas y delicadas porque votamos sobre todo lo que se ha escrito en el pasado, lo que se está escribiendo en el presente y lo que está por escribir en el futuro. Y, sin embargo, a ellas no faltan más que los enfermos convictos y de cierta consistencia, las mujeres en inminente trance de parto o los pocos que aciertan a exhibir alguna otra diligencia apremiante. El hemiciclo es entonces una fiesta jubilosa en la que se trabaja, se monta alguna bronca y, además, se derraman saludos, bromas, ironías puntiagudas ...

Tan llamativa es la soledad de los escaños en todas las demás ocasiones que, en las últimas semanas, se ha suscitado un curioso debate y se ha comenzado a discutir una propuesta acerca de “la atractividad de los plenos”. La palabreja es hiriente pero es preciso acostumbrarse porque el Parlamento europeo es el palacio de los neologismos (bárbaros la mayoría de ellos). Bien podría sustituirse por el “encanto” o el “duende” y quedaría más lírico. Se planteó con motivo de la última intervención del presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, y ha continuado con otro que protagonizaba el del Consejo europeo, Herman van Rompuy. Es decir, las dos máximas figuras del barroco organigrama de la Unión Europea.

Ante la porfiada realidad de los escaños vacíos, se nos amenazó a los diputados con sanciones aunque sin precisar ni su naturaleza ni su entidad. Quedaron al cabo en aguas de borrajas. Pero, en estos momentos, se sigue discutiendo sobre ello y me consta que, en cenáculos muy exclusivos del Parlamento, a los que yo no tengo acceso, alguien, con fino sentido del humor, ha propuesto que se nos proporcionen a los diputados “tarjetas de fidelización” (¡otra palabreja abominable!) análogas a las que ofrecen las compañías aéreas o las grandes cadenas de supermercados y de marcas relevantes para conservar a sus clientes y que no desvíen sus mimos ni preferencias de consumo hacia la competencia.


¿A qué se debe un absentismo tan tenaz de los parlamentarios? Hay que decir que las sesiones se pueden seguir desde nuestros despachos por el circuito interno de televisión. Pero el hemiciclo, aunque carece de medios técnicos hoy ya generalizados en otras Asambleas, es cómodo y, desde la perspectiva visual, resulta un alarde imaginativo de armonía y de feliz arquitectura.

Al contrario de lo que ocurre en otros parlamentos, como es el caso del español, donde no participan en los debates más que los portavoces, en el Parlamento europeo intervenimos todos los diputados de una forma muy flexible. Me refiero a los Plenos porque en las Comisiones la flexibilidad es aun mayor. Basta pedir hora (como en el médico) a través del grupo parlamentario y normalmente queda asegurado que el diputado podrá hacer uso de la palabra para lanzar su mensaje. Que ha de ser corto porque los tiempos están muy medidos, pero suficiente para quien tiene algo concreto que expresar. Es más: cuando ya ha acabado el turno de los oradores previstos, aún hay otro momento, que se llama “Catch the eye”, donde, con la simple exhibición de una tarjeta, la presidencia otorga la palabra al diputado.

Hay, además, una hora a la semana en la que el presidente Barroso se somete al fuego de las preguntas de los parlamentarios. A Barroso se le podrán dirigir muchas críticas políticas -yo no le voté en su investidura- pero es un gran parlamentario con buenos reflejos y un dominio de la escena, ayudado por su soltura lingüística, verdaderamente notable. El diputado formula en un minuto su pregunta y el presidente está obligado a contestarla también en un minuto. Durante la primera media hora, se trata de asuntos conocidos de antemano por Barroso pero en la segunda media hora el disparo es a bocajarro. Habitualmente, sale airoso el presidente. Me gustaría ver a algún otro presidente, apóstol de la democracia deliberativa, en semejante trance.

El hemiciclo gana mucho pues el resultado es de gran animación dialéctica y aun diría que de entretenimiento asegurado. Están luego los vistosos debates en que se analiza la marcha global de la Unión europea, con análisis políticos formulados por los primeros espadas, tanto de las instituciones (Comisión, Consejo ...) como del propio Parlamento, ocasiones en que toman la palabra los jefes de los grupos con fuerte presencia política: Schulz, por los socialistas, Verhofstadt por los liberales, Daul por los populares, Cohn-Bendit por los verdes ..., disertos oradores todos ellos.

Pues bien, tampoco en estas vibrantes oportunidades los escaños se ven llenos: a lo sumo, una media entrada, dicho en los términos propios de los espectáculos taurinos.

Y esto es lo que se quiere corregir porque padece la imagen venusta de la democracia.

¿Cómo hacerlo? A mi juicio, se impone en primer lugar una rebaja sustancial de las horas de hemiciclo. Las sesiones empiezan a las nueve, se suspenden a las trece horas, se reanudan a las quince y se cierran prácticamente a las doce de la noche. Este ritmo no hay cuerpo, por sacrificado que sea, capaz de aguantarlo. Se propicia así el desentendimiento y que, en efecto, el diputado solo acuda cuando ha de intervenir o lo hace algún amigo o compañero de grupo con el que se siente solidario o en deuda.

En segundo lugar, que no se permitan las reuniones paralelas a las sesiones en el hemiciclo. Están en teoría prohibidas porque, se entiende, que los diputados hemos acudido a Estrasburgo para estar presentes en el Pleno. No para celebrar reuniones de grupos políticos, de delegaciones de los países, de presentación de esto o de aquello. Y, sin embargo, no solamente se celebran sino que se anuncian con todo descaro en los monitores del Parlamento. Solucionar esto no exige reformar reglamentos ni enredar creando “grupos de trabajo”: basta con que las presidencias de los grupos parlamentarios se ocupen de hacer cumplir estas reglas mínimas que son de elemental respeto a lo que sucede en el plenario. Serían estas dos medidas para empezar a abrir brecha. Luego deberían venir otras.

Sabemos que la democracia se halla en estos momentos en toda Europa sometida a críticas profundas y para constatarlo no hay más que ver la cantidad de ensayos, firmados por plumas sesudas y valientes, que están dirigiendo flechas envenenadas a los partidos, a la representación parlamentaria, a los sistemas electorales ... Para quienes, por voluntad propia y el respaldo popular, la encarnamos, la democracia es una suma sutil de creencias y de ritos, una fe y una liturgia bien emparentada con la religión. Si los diputados somos sus sacerdotes, constituye una ofensa, es decir, un pecado, dejar de asistir a misa. Solo tendremos derecho al perdón si demostramos propósito de enmienda.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Dinero negro

Cifras multimillonarias de euros, cifras que producen alteraciones cardíacas a las personas mesuradas, circulan por España como dinero negro.

Ha sido siempre el negro color de luto, después venía el “alivio” que eran los grises, y todo estaba ligado a la tristeza por la desaparición de un ser querido. Sin embargo, cuando el dinero se viste de negro, lejos de afligir, parece que lleva alegría, es como si dijéramos más tintineante, más acariciador, pues que no está controlado por el inspector de hacienda. Es raro que el negro pase desapercibido porque es color que se advierte de lejos y por ello no se entiende muy bien por qué el dinero negro no hace señales inequívocas de que está, de que circula, de que pasa de mano en mano, ¿a qué viene pues que el dinero negro no se vea a distancia por quien debe saber de su existencia?

La noche es negra pero eso no es obstáculo para que todos la identifiquemos. En cuanto se presenta, encendemos la luz. ¿Por qué no se encienden las luces cuando hay dinero negro en circulación? Este es el misterio que convendría aclarar. Pues, si ello ocurriera, es decir si hubiera luces que lo iluminaran, el negro del dinero sería tan inofensivo como el negro de la noche contra la que disponemos de mil formas para conjurar su opresión ofuscadora.

Otra cuestión turbia es si el dinero negro nace o se hace. Dicho de otra forma, cuando sale de la ceca ¿es ya negro? ¿o sale blanco y lo ensucian las manos que lo palpan? No lo sé porque también es posible que salga con vocación de negro y en su tierna infancia sea ya denegrido y luego acabe mal. Como se ve, los problemas se entrelazan y no veo que los economistas nos aclaren gran cosa: se limitan a decirnos que hay mucho dinero negro en circulación.

Entendemos -y se da por supuesto- que eso es malo pero ¿y si por el contrario fuera el color de moda? Digo esto porque si en los escaparates se ve mucha ropa negra expuesta ¿no es posible que también entre las monedas y los billetes de banco se lleve el negro? “Chico, a mí los colores claros no me sientan nada de nada” diría un billete de quinientos euros a otro de cien. Y se vestiría de negro porque solo así se puede ir a los cócteles finos, a esos que acogen a los imputados por delitos urbanísticos que hoy son los señorones más acreditados de la sociedad y por ello los más demandados por las televisiones.

Y, oiga, esto del dinero negro ¿ha existido siempre o es invención moderna? Planteo este inquietante asunto porque en las coplas de Jorge Manrique no sale en la enumeración de esos bienes que se han esfumado y se han desvanecido o esas glorias que han ido a parar al mar y allí se ha perdido su rastro. Como tampoco la hay en las coplas que al dinero dedicó don Francisco de Quevedo, poderoso caballero, al contrario, en él se dice aquello de “Madre, yo al oro me humillo, Él es mi amante y mi amado/, Pues de puro enamorado/ Anda continuo amarillo”. Adviértase: amarillo, sin que en ningún momento se trueque en negro a pesar de que viene de las Indias y es manoseado de forma ansiosa en las Españas de aquellos Austrias vestidos de negro.

O sea ¿cuando realmente empieza a ponerse negro el dinero? En tiempos de Espartero o de Dato ¿había dinero negro? En las novelas de época tampoco sale a pesar de que se apilen cochinadas en muchas de ellas pero el dinero siempre fue dinero sin más, incluso el que se pagaba a la meretriz en las novelas sicalípticas.

Por último, y lo que más despista: si hay dinero negro ¿es que lo hay blanco? ¿y verde? ¿y azulado? Que alguien con autoridad eche luz sobre este embrollo cromático, de momento negro como mirada zaína de corrupto.

lunes, 4 de octubre de 2010

Un privilegio

Es privilegio de muy pocos saber coronar con éxito todo tipo de estropicios.

domingo, 3 de octubre de 2010

Timo

Tememos a quien practica el timo porque es quien acaba tomando el timón.