miércoles, 30 de marzo de 2011

Emperador

Ese pez al que llaman emperador no debió pasar de príncipe heredero.

domingo, 27 de marzo de 2011

Arcoiris


El arcoiris lleva siglos intentando enamorar a la lluvia, amante del Sol.

sábado, 26 de marzo de 2011

Lágrimas

Debería haber lágrimas ecológicas para llorar tanta destrucción como nos rodea.

lunes, 21 de marzo de 2011

Leños encendidos

La comunicación humana se mide ahora por caracteres, tipo de letra, fuentes en línea y no sé cuántas zarandajas más. A través de internet los mensajes son escuetos como verso farfalloso y lo que antes llamábamos recados, y hoy calificamos como SMS, se llenan de siglas, apócopes y otros metaplasmos, abominables en su mayoría.

El teléfono móvil se usa, asimismo, para conversaciones mercantiles («me mandas el listado de stocks y te envío por attached el factoring y el merchandising») o para intercambiar informaciones tontas. Todo, además, a grandes voces. Como hago muchas horas en los trenes no tengo más remedio que oír a los viajeros, y sorprende advertir la presencia de personas, que visten años y calzan muchas leguas andadas, coger el teléfono para comunicar el emocionante dato de que el tren está pasando por Burgos y chispea.

Es decir, nunca la técnica había puesto a nuestra disposición más posibilidades para comunicarnos y nunca las habíamos desaprovechado con tanta vehemencia.

Y luego están todos esos «amigos» que nos salen en las «redes sociales», que se cuentan por centenares y que aumentan de día en día. Se agradece, claro es, que alguien se acuerde de nosotros, y también es una alegría recuperar el contacto con algún compañero de correrías estudiantiles o saber de pronto de alguno de esos amores que se hallaban extraviados entre los renglones de la prosa gárrula que es la vida. Pues son como velas que se encienden cuando ya creíamos la cera definitivamente agotada.

Pero la amistad, lo que se dice la amistad, es otra cosa y bien distinta. La amistad es un camino largo, cercado por aventuras y experiencias, un camino de placeres y dolores que, cuando se vive auténticamente, permite arribar a puertos remotos y escalar cimas claras y brillantes desde las que se divisa un paisaje de emociones compartidas y de sentimientos dignos. La amistad es un perfume donde conviven la generosidad y el altruismo con otras especias que tienen vida, una vida crepitante como la que tienen los leños encendidos.

Y la amistad real, no la ficticia, es un portón que se abre para hacer entrar por él ese torrente de palabras bien aderezadas que llamamos conversación. Eso es lo que hoy muchos echamos de menos: hablar, en un lugar sin ruidos, donde no haya un televisor inclemente, ni música ambiental (habría que instaurar, para quienes nos torturan con ella, una pena especial y de las gordas en el Código Penal), tan solo los hablantes, con un vaso de buen vino, que disparan sus ideas, sus temores, sus esperanzas, también sus puyas mal intencionadas.

Aquellas tertulias de antaño son un sueño hogaño. Uno piensa en las que tan bien se describen en novelas como «Pequeñeces», del Padre Coloma, y en tantos testimonios de principios del XX, con aquellos escritores que formaban un corro de admiradores/aduladores y en los que aprovechaban para pontificar saltando de la observación sesuda al disparate, de la maledicencia a la ternura.

¿Cuándo se cometió el tertulicidio y se asesinó la conversación? Estos delitos hay que imputarlos a la televisión, y les han aplicado un ácido ya definitivamente destructor el SMS y el móvil.

El caso es que nuestra vida se alarga y se alarga con el Omega 3 y la piscina de los SPA, pero se contrae encapsulada en siglas, en iniciales, en caracteres... Una vida en formato Times New 12.

sábado, 19 de marzo de 2011

Escotes como versos

La gran noticia está en la calle: vuelven los escotes en la vestimenta femenina, escotes al parecer profundos que por delante llegan a veces hasta ¡el ombligo! y, por detrás, hasta el final de la espalda conformando pues una V, la V del vértigo, del verso, del vicio, del voto, de la ventana y del balcón que ahora nos damos cuenta lo mal que se escribe porque debería llevar v en lugar de esa b que lo avillana y degrada.

Porque el escote es todo eso y mucho más. Es, en efecto, la ventana por la que quisiéramos asomarnos para ver cómo brota la vida y llevarnos en la mirada su titileo y su ardimiento. Es un vano, la abertura hacia la infinitud del enigma, hacia la confusión que produce lo exaltante, hacia la algarabía de la aventura.

Es por ello además un balcón atrevido y osado pues contribuye a desnudar el secreto y esto es mucho porque el secreto, por su naturaleza juguetona, gusta de desorientarnos construyendo un puzzle de interrogantes con nuestras quimeras.

Por todas estas razones es también vértigo en cuanto que sus hechuras nos transtornan, turban nuestro juicio haciéndonos perder el equilibrio que nos presta el raciocinio. Dice el Diccionario que el vértigo "físicamente se acompaña de temblor y flojedad de las piernas y de opresión epigástrica" y todo ello es bien cierto, al menos en lo que se refiere al dicho temblor y a la dicha flojedad, pues para saber qué es lo epigástrico habría que consultar de nuevo el Diccionario y no quiero perder el tiempo en ello aturdido como estoy con las ensoñaciones de los escotes.

¿Hay que explicar por qué es verso el escote? Pues porque es la musa, la inspiración del vate bien conformado, porque es épico en cuanto canta la epopeya del ombligo y lírico en cuanto esparce sentimientos allá por donde pasa sembrándolo todo de melancolía y de suspiros. Se podría hacer, y seguro que ya está hecho, el cuarteto al escote y el soneto y la oda y la trova porque toda la preceptiva se explica desde el escote y sólo en él hallan justificación sus preceptos torturadores. El ritmo que presta el escote no hay consonancia ni asonancia que lo logre porque aquél es el ritmo de la verdadera insinuación, del sugerimiento sutil, ritmo de símbolos con los que viajamos al parnaso de las mejores emociones.

Tanto la V mayúscula como la v minúscula pueden formarse indistintamente con el escote en función de su atrevimiento, de la audacia con que haya sido concebido. V pues de Venus, diosa de la hermosura; v de ver porque para ver está concebido; v de verde en cuanto lustroso y con vida; v de vicio por lo que nos trae de lozano y frondoso; v de vino porque al cabo nos brinda el licor de frutos bien maduros; v de vuelo, de vuelta, de voluptuoso...

Porque el escote está muy convencido de su verdad se atreve a dar la batalla nada menos que al botón (y por supuesto a la cremallera) y esto ya nos lo hace irremediablemente nuestro pues el botón representa el cierre, el hermetismo, y es que con los botones se abrocha la verdad y la V del escote no tiene nada que ver con la de la verdad porque esta es dogma, ortodoxia, artículo de fe, una pelmada en suma. Decía Rusiñol que quien busca la verdad merece el castigo de encontrarla, pues lo mismo hay que predicar de quien buscara la verdad en el escote, un lugar donde tan solo hay rodeo, ambigüedad, indeterminación o, si se prefiere, calambur, el calambur de la gracia de los pechos, el gustoso retruécano del busto que se mece.

Del escote nació el escotillón que es una trampa traviesa, puro juego, que se sube o se baja en los escenarios para que salgan o desaparezcan personas u objetos.

¡Ah, quien pudiera salir y entrar en el teatro de la vida por el escotillón de un escote!

viernes, 18 de marzo de 2011

Corrupción: ¡indignaos!

(Hace más de una semana publicamos en el periódico El Mundo este artículo).


Vivimos asediados por noticias de escándalos y denuncias de corrupción que nos trasladan desde la estupefacción hasta el asco como en un tiovivo endemoniado. Son siempre asuntos delicados que tienen consecuencias muy visibles sobre los dineros públicos y, si miramos el turbio vaso del déficit, advertiremos que en su fondo se halla depositado el légamo de estas prácticas.

Cuando existen indicios de delito, hay tribunales penales que se ocupan de ello. Actúan de acuerdo con sus pausados ritmos, pues ya sabemos que hay plazos en el mundo judicial que se asemejan a los plazos bíblicos o incluso a los geológicos. Pero todo sea bienvenido porque es el sacrificio que ha de arder, en un Estado de Derecho, en el pebetero de las garantías de los ciudadanos.

Dejando aparte a la jurisdicción penal, la pregunta que conviene formular es si el ordenamiento (ojo, no el ordeñamiento) jurídico contiene otros instrumentos de defensa de la legalidad y del buen hacer que no se están activando o se están activando de manera deficiente. En concreto: ¿ha de quedarse la Administración paralizada ante episodios que claramente le resultan lesivos y perjudiciales como organización colectiva que es llamada a gestionar los intereses generales? ¿Ha de ser la Administración el Bártolo del rossiniano Barbero de Sevilla que se queda como una estatua «fría e inmóvil»?

Los estudiosos sabemos que esos instrumentos existen porque la lucha por el Derecho es, desde que el mundo es mundo, una lucha incesante contra «las inmunidades del poder», en la bella expresión de García de Enterría.

Ahora, si nosotros aplicamos una mirada buida a esos escándalos de nuestros pecados advertiremos que casi siempre están relacionados con el urbanismo, los contratos públicos y las subvenciones. Pues bien, en el ámbito del urbanismo, desde hace décadas (incluso desde el franquismo), la Administración puede declarar la invalidez de planes, de promociones urbanísticas, de parcelaciones o de licencias de edificación y ello permite restaurar los espacios heridos por esas actuaciones ilegales, incluso demoliendo las trapacerías que hayan podido llegar a tener la consistencia de un edificio. Es más: se pueden imponer sanciones económicas que eliminen de cuajo los beneficios que haya podido obtener el infractor.

Sin embargo, vemos cómo promociones y construcciones, que acampan extramuros de la legalidad, se convierten en parte inamovible del paisaje sin que las administraciones públicas hayan desplegado sus facultades para defender el interés público conculcado. Y hay algo peor pues, a veces, son esas mismas administraciones las impulsoras de estos desmanes bien porque los respaldan o bien porque miran con insolencia hacia otro lado. Los episodios más visibles de estas actitudes intolerables se producen cuando se atreven descaradamente a inejecutar sentencias firmes de los tribunales de justicia.

El segundo pantano es el de la contratación pública. Hay leyes, en este ámbito, para todo. Podemos decir que no existe resquicio alguno al que no alcance la luz de una previsión del legislador (que es prolífico y proteico: europeo, estatal, autonómico…). Cualquier empresario que se haya visto perjudicado porque los criterios de selección del contratista han sido manipulados o se han desvirtuado las reglas de la publicidad y la concurrencia, o se han efectuado adjudicaciones irregulares, puede poner en marcha procedimientos rápidos de recurso que incluso permiten paralizar las actuaciones realizadas. Y, además, la legislación española ha insistido -cierto que sin éxito- en la responsabilidad en la que incurren los funcionarios que participen en la comisión de estos desmanes. Pero… los tales empresarios ven coartada su independencia por su dependencia de las administraciones públicas. Que les pueden expulsar, si son díscolos y gustan de enredarse con escritos y pleitos, del dulce paraíso donde se degusta el gran pastel de la contratación pública. Y reconducirlos por esta vía poco a poco hacia la mendicidad callejera.

¿Y las subvenciones? De nuevo, nos encontramos con un nutrido grupo de preceptos que permite a las administraciones otorgantes declarar su invalidez e incluso exigir su completo reintegro. Por eso, ante uno de los escándalos que hoy ocupan las páginas de algunos periódicos (no de todos) relacionados con los Expedientes de Regulación de Empleo en Andalucía, no entendemos por qué la propia administración andaluza no ha iniciado ya los procedimientos para recuperar las cantidades indebidamente abonadas.

Volvemos a nuestro argumento que sirve de hilo conductor de este pequeño artículo. El Derecho tiene armas bruñidas para entrar en combate. Está la vía de la jurisdicción penal, que es la más vistosa y la que acapara titulares. Pero está también la más modesta de la jurisdicción contable, atribuida a órganos específicos que tienen encomendadas las funciones de controlar la actividad económica del sector público o de quienes perciben fondos públicos, así como las de determinar los daños y perjuicios ocasionados a las arcas públicas activando los mecanismos de la llamada responsabilidad contable. Esto afecta al Estado y a algunas comunidades autónomas, tan insistentes a la hora de reclamar competencias como negligentes a la hora de ejercer aquellas que pueden resultar embarazosas o poco lúcidas.

Y asimismo -como hemos adelantado- la Administración puede analizar la legalidad de los actos administrativos, soporte de estas subvenciones y, a través de la revisión de oficio o del mecanismo previsto en la Ley de Subvenciones, acordar la nulidad de los mismos y exigir la devolución de las cantidades indebidamente percibidas.

El Tribunal Supremo, en sentencia de 18 de marzo de 2010, ha recordado que «la Administración perjudicada podrá ejercer toda clase de pretensiones de responsabilidad contable ante el Tribunal de Cuentas sin necesidad de declarar previamente lesivos los actos que impugne». Y, con cita de otra sentencia del mismo Tribunal (de 21 de julio de 2004), puntualiza que el procedimiento administrativo de reintegro de subvenciones y el procedimiento de responsabilidad contable no son mutuamente excluyentes, pues tienen distinta naturaleza y significación. El reintegro de subvenciones sólo exige el incumplimiento por el beneficiario de la obligación de justificación del destino de la subvención (se trataba de fondos del INEM) y, en cambio, el procedimiento de responsabilidad contable tiene como presupuesto que el menoscabo de caudales se haya producido por dolo, culpa o negligencia grave del sujeto que ha recibido la subvención.

El 19 de julio del mismo año 2010, el Tribunal Supremo ha tenido ocasión de insistir en estos argumentos.

Concluyamos afirmando que las administraciones no actúan porque faltan las adecuadas decisiones políticas. Y porque la clase política, ávida de influencia, ha ocupado el espacio que debe estar reservado a unos funcionarios públicos neutrales y seleccionados de acuerdo con el principio de mérito y capacidad. En fin, porque los ciudadanos hemos perdido la capacidad de reacción, bien porque muchos se benefician del clientelismo que genera una democracia escoltada por dos partidos políticos como la que padecemos, o porque sencillamente han tirado la toalla y se hallan refugiados en sus asuntos personales como el burgués de la época del Biedermeier.

Pero es hora de indignarse. Y de hacerlo con más amplitud y vuelos que la indignación a la que nos convoca Stéphane Hessel en su escueto opúsculo. Y de recordar que la mirada de Argos del legislador no debemos empañarla con el filtro de los intereses espurios.

Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes.

domingo, 13 de marzo de 2011

Del artesano al artista

No sólo en las ciencias y en las técnicas el mundo avanza siguiendo el ritmo brioso de un caballo de carreras, también en la comisión de delitos se advierten signos esperanzadores de renovación, de una puesta al día pletórica de promesas.

Hace años supimos de la detención de un hombre que robaba la lana del colchón de la cama en la que había dormido en un hotel de la ciudad donde operaba. Este temible delincuente alquilaba una habitación sin despertar sospecha alguna, pues llevaba una maleta que es el utensilio usado por las gentes decentes para pasar la noche en un hotel. Pero la maleta no contenía la muda y el cepillo de dientes tradicionales, sino borra que es el desperdicio que queda tras trasegar con esos productos nobles que son la lana y el algodón. El temible delincuente se aplicaba, durante la noche, a vaciar el colchón y llenarlo con la borra. Luego lo cosía quedando la pieza hecha un primor. No pegaba ojo, pero se llevaba varios kilos de lana blanca que vendía en el mercado negro. Cuando al marcharse pagaba -porque pagaba, religiosa o laicamente, eso no lo aclaran las crónicas locales- nadie en la recepción podía imaginar que se había consumado la burla de la borra. Esto ocurría en la España profunda en una época que las hojas del almanaque ya han borrado.

Hoy, sólo un borracho podría perder el tiempo con la borra.

Porque lo que se lleva es el atraco a punta de pezón. Ha ocurrido en Madrid: dos mujeres entran en una tienda, merodean por las estanterías, cogen algunos productos, se disponen a pagar con el dinero que no tienen y, entonces, una de ellas se saca una teta y empieza a disparar su leche materna sobre la cara del empleado quien, confuso, pierde el control de la situación. La otra mujer, la que cobijaba su teta en la sólita intimidad de estas glándulas, se dirige a la caja registradora de la que extrae sin dificultad -pues estaba abierta- la recaudación del día.

Un delito a un tiempo reprobable y admirable. Lo primero, porque todos los delitos lo son; lo segundo, porque, aun manejando instrumentos tradicionales (la teta, el pezón), se le añade un punto de fantasía que es lo que lo convierte en un suceso reseñable («soseriable», podríamos decir). En lugar de ganzúas y antifaces sólo se requiere una mujer en estado de puerperio e indiferente a la exhibición de una dominga. Pero esto no es problema porque, si antaño se ofrecían las mujeres como madres de leche o crianderas, hogaño pueden ofrecerse como atracadoras teteras.

Un ejemplo distinto es el que se ha vivido hace unas semanas en la sede de Bruselas del Parlamento europeo. Su oficina de Correos ha sido asaltada por dos individuos provistos de unos pistolones. Hace un par de años, otros individuos -o los mismos porque ninguno de ellos ha sido habido- atracaron una oficina bancaria sita en el mismo Parlamento.

Sucesos que han desatado gran alarma porque no se entra así como así en el Parlamento europeo: hay que estar provisto de una identificación que yo llamo el «escapulario» y los políglotas el «badge».

Las autoridades parlamentarias han deplorado el mal funcionamiento del servicio de seguridad y han emitido varias instrucciones. A mí, que no soy autoridad, lo que me llama la atención es el gusto por el esfuerzo y la laboriosidad de los atracadores. Porque oficinas de Correos y bancarias hay muchas en Bruselas, pero carecen de interés porque en ellas se entra y se sale sin dificultad. Y por eso no los excitan al faltarles el duende de la audacia, aquel «más difícil todavía» de los trapecistas de circo de nuestra infancia. Es decir, les falta ese toque personal que convierte a un artesano en un artista.