domingo, 17 de mayo de 2009

Problemas de almohada

Existe ya una cadena de hoteles que permite a los clientes elegir entre ocho modelos distintos de almohada para depositar durante la noche esa cabeza poblada de quebraderos que todos procuramos llevar puesta. Mariposas cervicales, anatómicas, cuadrantes fibra, cuadrantes pluma, modelo estelar, modelo top ... esta evapora la humedad, aquella lleva un tratamiento antibacterias, la de más allá repele los ácaros. Las hay rellenas de bolitas esponjosas de fibra, otras de poliéster hueco siliconado o las que ocultan en su interior suaves plumas de oca. Se ha proclamado pues la libertad de almohada que había sido olvidada por los revolucionarios franceses quienes a lo más usaban la almohada para ahogar de forma solícita pero implacable a un compañero desviado de la ortodoxia en la época del Terror. Ahora bien, estos hoteles no se dan cuenta de que los clientes, si se aficionan a elegir, querrán también seleccionar el colchón, lo que generará por las noches un gran trasiego de colchones con empleados subiendo y bajando colchones, caballeros probándolos y señoras dejándose abatir en ellos tras un dengue cuidado y delicioso. Y, ya puestos, querremos escoger recepcionista y toallas o jabones o el modelo de teléfono. ¿Cómo se podrá justificar a partir de ahora la dictadura de las sábanas elegidas por un ser anónimo y de rostro opaco? ¿qué justificación teórica se encontrará a la imposibilidad de seleccionar manta o televisor? ¿Podremos elegir también el sueño que deseamos, con ovejitas, con regalos de navidad o destripando al jefe de la oficina? Se abre pues una época de interrogantes y de grandes convulsiones en este ramo tan delicado y tan lleno de caprichosos incorregibles como somos quienes dormimos en hoteles. Y es que la almohada va a destapar a buen seguro unas reivindicaciones que nos van a llevar a todos de cabeza.

Por otro lado, la empresa hotelera debería pensar que, para asesorar al cliente dubitativo o indeciso, sería bueno contar en la plantilla con un consejero de almohadas (naturalmente sin ojeras) que cumpliría la misma función que, en los restaurantes, desempeña el maître o el sumiller. Y es que hay que tener mucho cuidado con la almohada que se selecciona pues nos puede ocurrir lo que cuenta el truculento Horacio Quiroga en su relato “El almohadón de plumas” donde la protagonista muere desangrada por un bicho que se hallaba oculto precisamente en la almohada.

Ahora bien , la pregunta más turbadora (no masturbadora) que habrán de responder los directivos de estos hoteles, antes de seguir adelante en este invento, es la siguiente: ¿elegir un modelo de almohada excluye a los demás? Es decir, ¿nos debemos conformar con una determinada almohada o podemos pedir varias, la de látex, la de poliuretano, la de las bolitas etc? Porque la primera opción sería decepcionante mientras que la segunda es la que lleva en sus entrañas aventuras atractivas al permitir dar rienda suelta a los antojos más arbitrarios. Y por cierto: ¿habremos de estar toda la noche con la misma almohada? Es decir, la elección ¿vincula para todas las horas del descanso de una manera definitiva? ¿cabe el arrepentimiento almohadil? A mi juicio, debería aceptarse con generosidad el apartamiento del inicial compromiso pudiéndose en consecuencia revocar la selección realizada al principio de la noche, acaso en un momento de ofuscación, en ese instante vacilante que todos podemos sufrir, pero que puede ser corregido pasado un rato, en esa hora plena en la que se alcanza mayor claridad selectiva.

Y luego están los niños ¿pueden elegir las criaturas? ¿a qué edad? ¿se parte ya de la igualdad entre los sexos? ¿no sería esta una conquista alcanzada con demasiadas prisas? Se verá que las preguntas se encadenan y de momento no hay sino una nebulosa sin respuestas fiables.

Es claro que en achaque de almohadas ni hay ni puede haber dogmas. Pero si yo pudiera realmente elegir, descartaría con vehemencia el torturador “cabezal” del Ejército y pediría los almohadones en los que descansa la Maja desnuda o la vestida de Goya o esa Olimpia inolvidable del cuadro de Manet. O los que pone Ticiano para que se relajen sus ninfas y diosas como los de Danae recibiendo la lluvia de oro o Venus recreándose en la música. Estos son los verdaderos almohadones a los que todos deberíamos aspirar aunque tengan ácaros y desaten las peores alergias y los estornudos más vengativos.

Porque son esos almohadones los auténticos, almohadones donde la cabeza toma sus distancias de la realidad acre, donde se borran las fronteras entre el sueño y la vigilia, donde la noche le roba su secreto a las flores, donde mejor se secan las lágrimas de la derrota. Y, sobre todo, donde los ronquidos logran reproducirse en ecos vibrantes, verdaderamente gloriosos.

3 comentarios:

  1. Profesor Sosa Wagner;

    No es moco de pavo lo de las almohadas. En casa tenemos varias cada uno; una de duvet, blandita, pero que se aplasta, una con el corazón de latex, rodeado de pluma, que sube más la cabeza, un cuadrante de pluma, para leer cómodamente, y vamos añadiendo, cambiando, o quitando, según transcurra la noche.

    Y ahora, en venganza por su comentario de ayer, y al hilo de lo que dice sobre las almohadas de "las Majas", o de "Olimpia" le comentaré:

    Cuando éramos jóvenes mi marido y yo solíamos recorrernos Francia en coche. En uno de esos viajes, estuvimos en el Chateau de Blois. El guía nos enseñaba la sala, y las cortinas, tras las cuales había sido asesinado el duque de Guisa.
    Al mover la cortina, esta desprendía un tufo terrible. A pesar de no estar ni siquiera embarazada, me dio tal asco, que tuve que salir del castillo, dejando la visita en la mitad. Yo creo que ni se había ventilado la sala, ni se habían lavado las cortinas desde aquél suceso memorable.

    Así que imagine lo que apestarían las almohadas en cuestión. Porque además, en aquellas épocas, a la que se duchaba todos los días, (como Diana de Poitiers, aunque ella sea anterior en el tiempo), se la consideraba como una bruja peligrosa.

    Bueno espero que haya sido efectiva mi venganza.

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  2. Y que estupendo, si conciliar la paz del sueño o consultar con la almohada fuera cuestión de elegir almohadón. Entonces sería muy fácil no perder los sueños y la esperanza, a través como dice nustro anfitrión, de reposar los pensamientos de los almohadones de Ticiano o Goya.

    Que maravilla de la ingeniería Etica cuando ya no me moleste cómo traté ayer a ese cliente, ni si mi actuación en tal decisión distaba mucho de acercarse a mi moral deseable. Solo cuestión de cambiar el cojín y ¡voila!, sin problemas éticos.

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  3. Pues miren ustedes a mi lo de elegir almohada no me disgusta pero lo haría en función de otros criterios: que quiero un sueño reparador, por supuesto la de pluma que acurruca con dulzura tu cabeza y la mantiene así toda la noche,no como esa aberración moderna que recupera la forma original de la almohada y te da un trato totalmente impersonal. Ahora si lo que quiero es tener un sueño que me prepare para un amanecer jubiloso de mi pareja nada mejor que el látex pues solo con nombrarlo ya se evocan otros usos.

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