miércoles, 6 de mayo de 2009

La caspa como insulto

La moda viene ya de lejos pero ahora se renueva y adquiere mayor vigor. La caspa ha perdido prestigio en nuestra sociedad y el casposo sería un ser lleno de prejuicios tontos, inculto, ridículo, desacreditado. Incluso feo. Llamar a alguien casposo es hoy uno de los más descalificadores insultos.

Se impone salir al paso de esta tergiversación y reivindicar la caspa como lo que es: una simple afección de la piel. Con la dignidad de cualquier otra dolencia. Los dermátologos podrían explicarnos las enfermedades que puede sufrir la piel y cómo todas ellas son tratadas con la máxima consideración y pudibundez por parte de la ciudadanía, que o no habla de ellas o lo hace con prudencia y por supuesto sin dar tres cuartos al pregonero. Cuando alguien padece un herpe no se le zahiere y nadie en sus cabales identifica al herpético con un ser anticuado o reaccionario. Porque se respeta al herpético, en su dignidad, en su servidumbre y en su grandeza, que también la tiene.

Y lo mismo cabe decir de la pelagra o de la varicela. El seborreico, por su parte, es objeto de los más finos miramientos y nadie osa afearle en la cara el exceso de grasa en lugares comprometidos que la seborrea comporta. Se trata como vemos de achaques que cada uno arrastra como puede sin que sea honesto convertirlos en causa de desdoro. Algunos de ellos tienen incluso buena prensa como ocurre con los pecosos pues una pecosa es normalmente una niña considerada como agraciada. Yo conocí a una pecosa que tenía el alma como un nido de golondrinas pizpiretas. Y por ella es probable que me viniera el respeto a estas manchas y alifafes de la piel.

Lo contrario ocurre con la caspa. Un caso este que solo se puede comparar al de las verrugas que han sido utilizadas algunas veces en la historia de España a modo de ofensa, como ocurrió con don Manuel Azaña a quien se conocía como “el verrugas” porque es bien cierto que las tenía abigarradas y dispuestas como en franco desafío. Pero Azaña nunca trató de pasar por hermoso ni por dandy y, además, ya se sabe que Azaña se convirtió en impune blanco de las personas de derechas en los años treinta que no perdonaron nunca que un político fuera un señor de lecturas y pudiera escribir libros atinados sobre asuntos enrevesados. Sin darse cuenta de que en el pecado llevaba la penitencia porque nadie jamás los leyó.

Pero volvamos a la caspa y a su deshonor. Y volvamos a su vindicación. Porque la caspa para mí es una especie de muceta que lucen los pensadores despistados y los sabios ajenos al mundo. Es de color blanco porque blanca es su inocencia de investigadores y, cuando es abundante, se convierte en un tupido manto que asemeja a la nieve, de tanto prestigio.

Seamos serios. La caspa, al ser muceta, tiene algo de título, de rango, de prosapia. Estamos ante una señal de distinción, una suerte de atributo o insignia. El símbolo de la fecunda despreocupación. Y de la misma forma que se entrega al doctor los guantes de la ciencia o al obispo un anillo habría que entregar al intelectual fecundo un saquito con caspa para que lo espolvoreara con gracia sobre sus hombros, si él careciera de la suya propia. Y se debería heredar como se heredan los derechos de autor y de patentes.

Quienes admiramos a don Antonio Machado le admiramos por sus versos. Pero le admiramos más por su caspa, porque el poeta supo convertir esta enfermedad cutánea hoy tan maltratada en obra de arte. O en una especie de objeto litúrgico, lleno de significados y significantes. El joven atiborrado de rimas y métrica que se acercaba a don Antonio quería palpar al maestro pero sobre todo quería saber si su caspa era auténtica o artificial o prestada por algún otro vate, su hermano Manuel por ejemplo, que si no tenía caspa era porque tuvo que conformarse con tener el “alma de nardo del árabe español”.

Un respeto pues para la caspa, toquilla para abrigar razones.

6 comentarios:

  1. ¡Como escribe usted, don Francisco! No sea canalla y publíquenos pronto otra novela.

    "Yo conocí a una pecosa que tenía el alma como un nido de golondrinas pizpiretas. Y por ella es probable que me viniera el respeto a estas manchas y alifafes de la piel."

    Sencillamente genial.

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  2. Profesor Sosa Wagner;

    Sí, sí, muy bonito, pero la caspa, como el mal olor corporal, como la sudoración excesiva de la cara y las manos, y como la seborrea, de la que habla más arriba, se combaten, se puede remediar sus efectos, y nadie tiene por qué imponerle su visión, tacto u olfacción a ninguna otra persona.

    Y cuando algún desgraciado dice que "Las manos de Patxi están sudadas", está profiriendo un insulto, calumnioso, probablemente .
    No porque hubieran estado sudorosas, sino porque no hubiera usado una toallita, o se hubiera lavado las manos antes de ofrecérselas a otro. Cosa que hubiera sido muy poco considerada, y que no creo que ocurriera.

    Nosotras, las mujeres viejas, que tenemos tendencia al "sopitiponcio", sabemos que cuando alguien se nos acerca en esos momentos a darnos un beso, debemos avisar que estamos sudando como un pollo, para evitar el mal trago al contrario.

    Lo de las pecas, los lunares, la calvicie, esas cosas no tienen por qué afear a nadie. En muchos casos, como en el de la chica de la que habla arriba, son un plus añadido.
    Y, por ejemplo, no hay más que fijarse en Bruce Willis, con pelo, o sin pelo. (Ha mejorado muchísimo sin.)

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  3. Nuestro Profesor nos ha demostrado hoy que es capaz de hacer un libro de cualquier tema. Y además con elegancia y manteniendo el interés hasta el final. Es como hablar del "Papel Higienico, como el guardián de la humildad del hombre". Lo dicho, Nuestro Profesor tiene mucho que decir en Europa y en cualquier sitio.

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  4. Pienso que viejecita tiene toda la razón en todo lo que ha escrito, estoy de su parte. Hoy en día se pueden combatir muchas cosas y la caspa es una de ellas.Lo que se pueda evitar se evita.
    Saludos
    Cristina

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  5. Claro, claro, pero no todas las caspas son iguales. El desprestigio de la caspa se ha producido por los advenedizos. Mindundis con ínfulas de intelectuales que allá por los años del existencialismo presumían de caspa y greña (y los que no disponían de caspa, recurrían al ardid de la bufanda blanca).

    Aquello degeneró mucho. Cualquier oficinista semioculto entre las burocracias siniestras del tardofranquismo osaba lucir caspa en el gabán, ¡como si fuera un subsecretario o el director de una sucursal del Banco Hispanoamericano!

    Los verdaderos casposos, modestos como son, no quisieron decir nada, arrebujados en sus preciosos mantos de armiño. Y claro, se les subieron a las barbas (también nevadas) y de ahí al desprestigio.

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  6. Querido Profesor. Hoy como numantino de pro, quiero aprovechar que habla de D. Antonio, para invitarle a que proximamente nos visite en Soria y recorramos juntos los lugares de Machado y tambien le podamos enseñar, los destrozos que pretenden hacer y que muchos estamos tratando de evitar en lo que llamamos el "nuevo cerco a Numancia". Por cierto puede Ud ver todo esto en la pagina web de la Uned entrando en google y poniendo simplemente lo de: nuevo cerco a Numancia.
    Saludos

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