domingo, 10 de mayo de 2009

Beba vino

Las innovaciones del lenguaje son estupendas porque es lógico que éste viva las mutaciones de cualquier ser vivo. Siempre ha ocurrido así y será buen signo que siga ocurriendo; sin embargo, lo triste de la mayor parte de las novedades que se hacen en el cuerpo y en el alma de la lengua española es que resultan horribles: cacófonas, tautológicas y perisológicas. Los nuevos vocablos que se ponen de moda son como perdigonadas que se dispararan contra la palabra auténtica justo cuando ésta se hallara en pleno vuelo, recorriendo grácil su cielo de símbolos, al encuentro del anchuroso horizonte de sus significados.

Y es que emplear palabras como "fidelizar", "priorizar" o "demonizar" es un atentado ecológico pues que altera el delicado sistema del lenguaje, además de un testimonio de marchitez intelectual, de irreversible deterioro del cerebro, el cerebelo y la médula oblonga del parlante. Los medios de comunicación propagan estas aberraciones con una rapidez desconocida hasta nuestros días y, si a ello se une, que la moneda mala expulsa a la buena, fácil es advertir que acabaremos "priorizando" en el idioma español la basura introducida por los vanilocuentes. La lengua ni puede ni debe ser "especie protegida" por hallarse sometida al caprichoso vendaval de los tiempos, a la germinación y a la declinación propias de lo que es natural, pero, precisamente por eso, debemos evitar que se pueda organizar contra ella una montería sin reglas o la caza artera, con cepos, trampas u otros armadijos.

¿Y qué tiene todo esto que ver con el vino? Mucho, a poco que se medite. Pues es en la crianza de los vinos y en su degustación donde mejor se ha cuidado el lenguaje, enriqueciéndolo y llenándolo de voces pertinentes y evocadoras. Nada tiene de extraño porque ambas actividades -la crianza y la degustación- son bellas artes, formidables destellos del ingenio humano: se paladea un caldo como se paladea un hallazgo lingüístico, con similar disposición de ánimo, y es que el goce de la palabra bien puesta, en su sazón, tiene mucho que ver con la fuerza votiva de un trago de vino. Como hay una etimología de las palabras, hay una etimología de los vinos que se oculta en barricas y añadas.

Hoy, de un vino del Bierzo, se dice que tiene "un aroma fresco, algo frutoso, con predominio de los aromas terciarios de especias y pimienta". O que aporta un "aroma peculiar a uva madura, ligeras notas tostadas y toques florales". O que es "redondo, aterciopelado, graso, muy pulido".

En un rioja hay "recuerdos de hierbas de monte en nariz y un tacto profundo fruto de la maceración del hollejo confirmando después la boca sus cualidades olfativas" o "en su composición las lías y la fermentación en roble afinan los caracteres vegetales y a veces silvestres de la uva".

¿Es fácil encontrar descripciones más vívidas, más largas, sedosas y mágicas? De un ribera del Duero podemos saber que tiene "matices frutales marcados y un buen registro de sabores que luego permanecen en el postgusto". De un cava se dice que goza de "un desprendimiento de burbuja continuo y elegante, siendo en nariz un dechado de frescura y armonía". Y así podríamos seguir escribiendo y, sobre todo, bebiendo pues hemos dado repaso a un amplio registro de valores gustativos muy seductores que invitan a soplar y a soñar.

¿Alguien se imagina que los críticos de arte o de literatura lograran expresiones tan acertadas, tan insinuantes y acordadas? Leer la reseña de un libro o de una película se convertiría en un placer plagado de matices envolventes, en un lujo de sensaciones ensambladas, en un manjar de canónigos, deleite de laicos.

¿No merece la pena intentarlo tomando una copa plena "de magistral sinfonía sensorial"?

11 comentarios:

  1. Profeso Sosa Wagner

    Disfruto con un vaso de vino. Y hay muchos, con los que disfruto mucho más que con otros. Porque no raspan, porque no son dulces, pero tampoco amargan...

    Pero cada vez que veo una de esas críticas, con "los matices frutales en nariz", y todo lo demás, dejo de beber ese vino, hasta haber olvidado la reseña, porque de otra forma, solo me entero de lo que el crítico quiere que me entere, y no disfruto por mí misma.
    Lo cual quiere decir que cuando en mi bodega veo un vino que no conocía, pruebo una botella, y según lo que me parezca, vuelvo, o no vuelvo a comprar ese vino.

    En esta época nuestra, parece que hay que tener títulos para todo. Hasta para disfrutar con una cerveza, (el sabor a lúpulo, etc), o con un vaso de buen vino.

    Y una persona no muy ducha en la palabra, puede sin embargo apreciar una frase bonita, un cielo estrellado, un vaso de vino, incluso, si me apura, alguna poesía, siempre que esta no sea de Góngora , ni de la mayor parte de los poetas de la generación del 27.

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  2. Viejecita, perdóneme, pero me he sentido ofendido y, si no fuera porque sospecho que es usted una persona encantadora, le enviaría mis padrinos para vernos mañana al alba tras la tapia del cementerio (usted elige arma).

    De "la mayor parte de los poetas de la generación del 27" diga usted lo que quiera, que seguro que se lo merecen. De Góngora, no.

    Góngora es un juego y hay que entenderlo como un juego. No es un ejercicio académico: es un juego. Quien se acerca por primera vez a una timba de jugadores de parchís y les oye hablar, piensa que son imbéciles. Y cuánto más si juegan al mus. O al dominó.

    Pero si se decide a jugar, todo cambia. Quien comienza a jugar pasa por dos fases: primero aprende las reglas "básicas" para manejarse en el juego; luego descubre las reglas secretas del juego y comienza a ampliarlo, a recrearlo, a expandirlo. Entonces es cuando verdaderamente se disfruta. No se disfruta con el dominó a la primera partida. Con el mus al principio incluso se sufre. Hay que seguir jugando.

    Para jugar a Góngora hace falta aprenderse unas reglas. Es verdad que hace falta una edición con algunas notas a pie de página que iluminen nombres y lugares mitológicos. Tampoco hace falta irse a Dámaso Alonso. Una edición escolar ya vale. Y luego hace falta seguir jugando. Es adictivo.

    Tengo en la mesilla de noche una selección de poesía de Góngora que editó El País hace un par de años. Imagínese, una edición muy muy normalita. Si no puedo dormir, me voy al Polifemo y comienzo a releerlo. No pasa noche que no entienda una palabra nueva, que no deshaga una hipérbaton, que no descifre una metáfora o, en su defecto, que me reafirme en algún descubrimiento anterior. Según la noche releo más o menos octavas, no hace falta mucho. El juego relaja y premia y de momento no se acaba. Al contrario, se amplia cada vez más. Góngora suele inventarse un acertijo nuevo cada noche.

    Viejecita, le invito a jugar a Góngora.

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  3. Don Gárgoris

    Majestad;
    Le acepto el guante para batirnos en duelo cuando quiera, con tal de no tener que volver a aguantar a Góngora ni un segundo más de lo que me obligaron en el bachillerato.
    Elijo las agujas de tricotar calcetines como armas para el duelo. Quien más largo de calcetín haya tricotado en una hora, gana .

    En mi descargo, le diré Majestad, que, aunque afortunadamente no directo, que al buen señor no le iban las mozas, y se metió en religión para disimular eso, y el hecho de ser judío más o menos converso, pues, como iba diciendo, Góngora es antepasado mío, y otra cosa no será, pero los versos del desdichado poeta (poetastro más bien ) los he conocido y aborrecido desde chica.

    Espero no haberme ganado el destierro con este comentario.

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  4. Aunque valoro mucho los conocimientos de los que son capaces de distinguir los matices en el sabor, aroma y color de un vino; valoro aún más a los que son capaces de explicarlos al común de los mortales:

    Como dice mi amigo Paco Mora la gente no entiende de afrutados, taninos ni gaitas como el PIB.

    La gente entiende del buen disfrute con un buen vaso, un poco de "jamón dergüeno", y las palabras sencillas entre amigos.

    Opino que la cultura de una persona no se mide por sus conocimientos, sino por su conocimiento de la vida y las gentes, y por la capacidad de entenderse y transmitir/recibir mensajes con personas mucho menos instruidas que la suya.....

    ....... aunque claro, todos hemos caído alguna vez en el error de ponernos muy técnicos creyendo que quedamos mejor ante el respetable aforo. Yo el primero, que coste

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  5. que conste

    .......ves: ya estamos usando expresiones y frases altisonantes, y encima la escribo mal.

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  6. En mi humilde opinión el problema con Góngora es una cuestión recurrente, urdida a partes iguales entre nuestra secular endemia educativa y nuestra proverbial tendencia al “mito binario”. Y es que sucede que en España se nos ha educado siempre a golpe de memoria, eligiéndose para ello largas listas de datos, en ocasiones irrelevantes por si solos, que recitados con soniquete y de corrido le colocaban a uno en la senda de obtener la titulación correspondiente. De esta manera, en lo referente a nuestro Siglo de Oro literario, a los escolares y futuros bachilleres de este país se nos ha dado siempre gato por liebre, y en lugar de iniciarnos en la lectura comprensiva de nuestros clásicos se limitaban a endosarnos media docena de tópicos recalcitrantes que, entre otras sandeces, resumían a Don Luis de Góngora como el pedante y retorcido enemigo del sin par Francisco de Quevedo, y con esto y unos versos de su Polifemo y Galatea dejaban despachado para los restos a uno de los genios creadores más singulares de nuestra literatura. A partir de aquí nuestra obsesiva inclinación al “mito binario” hacía el resto, y Don Luis era a Don Francisco lo que Cánovas a Sagasta, Frascuelo a Lagartijo o la Jurado a la Pantoja. De manera que siendo materialmente imposible que un español se declare admirador de algo sin declarar un odio “anibaliano” hacia su alternativa (que no su contraria), al pobre don Luis le tocó la peor de las suertes posibles, quedando emparejado de por vida al poeta más admirado y brillante de nuestras letras.

    Y es que este ha sido siempre un país complacido de sus fobias y de sus filias, terreno abonado sin duda para carlismos y santas cruzadas desde las que abatir con rigor las intolerables diferencias del prójimo. Aquí, más que en ningún sitio, cobra sentido la arrogancia del “conmigo o contra mi”, como si la variedad o la alternancia fuesen sinónimos de la alta traición, y en esta línea, tomarse la molestia de entender y apreciar a Góngora resulta un atentado directo contra el “quevedismo” militante similar al de un madridista celebrando una victoria del Barça en la Copa de Europa.

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  7. Uyy Gargoris, lo que la ha dicho a Ud a Viejecita sobre Gongora.
    Todito se lo permite menos decirla que Gongora es un buen poeta. Yo creo que es por alguna herencia familiar o por algun recuerdo de infancia que al ser descendienta del cordobes a veces no hay peor astilla que la del mismo arbol, asi ocurre con nuestra Viejecita y Gongora.
    Por otra parte D. francisco a mi todo esto de que si un vino sabe a ...., otro a ...... Me parecen tonterias al uso de lo moderno. Un vino esta bueno y punto.

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  8. Pues en el aceite de oliva virgen extra van por el mismo camino. Vease por ejemplo:
    http://www.cerespain.com/lacatayelaceitedeoliva.html

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  9. Los seres humanos no dejamos de recibir educación durante toda nuestra vida, y a mi entender, esa formación también nos afecta al paladar y al olfato.

    No sé si por suerte o por desgracia en el colegio y en la universidad se dedica el tiempo y el dinero a otro tipo de formación más prioritaria y se deja que sea el tiempo, el interés personal y el potencial económico, los que se encarguen de facilitarnos ese otro tipo de formación. En la época estudiantil no se pasa de las cañas de cerveza y algún que otro vino “facilón” y sobre todo asequible a las limitadas economías del estudiante. De igual modo tampoco abundan con exceso los libros, que ya los de texto son suficientemente abrumadores, como para dedicar el tiempo libre (tan agitado en la juventud) a otras lecturas que enriquezcan nuestros conocimientos, entre ellos, el propio lenguaje.

    No hablaré más de éste, pero sí lo haré del “beba vino”. Aunque sea tachado de “snob”, discrepo de quien a la hora de beber una “copa” de vino (y no un vaso…empecemos por ahí, por la importancia del “recipiente”), limita su disfrute a decir si está bueno o no. Simplificar a tal nivel las múltiples satisfacciones olfativas y gustativas que deparan algunos caldos es lo mismo que si al referirnos a un buen automóvil decimos que “es muy bonito”, o en el caso de una mujer limitarnos a juzgar tan sólo… dejemos el ejemplo de la mujer.

    Pero aunque discrepo lo entiendo. Y es que en cosa de vinos y licores, también hay que educar el paladar y afinar el olfato. Como con casi todas las cosas, la práctica continuada suele llevar al perfeccionamiento de la técnica. Por lo que mi consejo es que practiquen, pues al igual que en determinados momentos la lectura de unos versos puede producir satisfacción para el alma, en otros, una copa de vino puede provocar maravillosas sensaciones a nuestro cuerpo… y a nuestro espíritu.

    Y ya saben, en caso de duda no miren ni la etiqueta, ni el precio, hagan como yo y apliquen siempre el principio básico: "Si un vino me gusta, ese vino es bueno"

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  10. ERRATA: "...Como en casi todas las cosas, la práctica continuada con un buen asesoramiento, suele llevar al perfeccionamiento de la técnica"

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  11. Pues a mi lo que lo que realmente me gusta de un buen vino es la compañia. Prueben a tomar una copa con un buen amigo o amiga, que hay que utilizar lenguaje no sexista (aunque en la escuela no nos enseñaron eso) y verán lo que mejora un humilde caldo de cartón. Además, ya lo dice don Francisco, Sosa quiero decir, siempre nos quedará la gaseosa

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