Bertolt Brecht fornicaba con los pantalones puestos, ligeramente caídos para permitir los manejos adecuados y no enredarse, pero puestos. Tampoco se desprendía de los calcetines y, a veces, incluso los zapatos acompañaban el despliegue de su fogosidad. Zapatos con las marcas del barro del Berlín de la postguerra y de las inmediaciones de su teatro, justo al lado del Muro.
Su fogosidad tenía una vigencia corta. Hombre pues de urgencias, exigidas quizás por el paso de un acto a otro de la pieza teatral. Deseoso, además, de hacer cuanto antes el mutis. En cuanto culminaba el contacto, se subía los pantalones, se ponía la gorra, daba las gracias cortésmente, prometía repetir, y se marchaba, todo pues en un alarde de economía de medios y gastos. Sin importarle lo más mínimo dejar “una sensación de decepción y todas las preguntas abiertas”, como él mismo dice en un momento de su obra “la buena persona de Sezuan”.
Algunas de sus relaciones eran estables pero también cambiaba con frecuencia de amiga, dichosas por haber compartido lecho con el genio. Así son a veces los grandes creadores. Este verano pasado, en Berlín, me he hecho una foto junto a la estatua de Brecht que el Ayuntamiento ha puesto delante del famoso “Ensemble”,y, cuando posaba, me acordaba de sus intimidades y de sus generosos esfuerzos por poner su semilla al alcance del mayor número posible de admiradoras aunque fuera a toda velocidad.
Estos conocimientos relacionados con la lírica son muy útiles y de importancia porque contribuyen a hacerse una idea cabal de los personajes que definen una época. Mientras escribo estas líneas me estoy imaginando la cara de quien se estará preguntando: ¿y cómo sabe este Sosa tales enigmas? La contestación es fácil: leyendo a algunos sabios. Entre ellos, al gran crítico literario Marcel Reich - Ranicki (84 años en estos momentos, un volcán intelectual todavía), conocedor como nadie de la literatura en lengua alemana, quien, en un libro de entrevistas, desvela estas cuestiones y otras muchas del más subido interés. Lo hace sin esfuerzo, pues como él mismo dice, “sobre Brecht sabemos lo que es imposible saber de cualquier otro escritor y ello porque sus amantes lo han contado todo con detalle”. Entre ellas, la actriz Käthe Reichel, que dedicó un libro a sus relaciones con el autor de la “ópera de tres cuartos”.
Bertolt Brecht, pues, un hombre corriente, con innegables limitaciones en el trance supremo. Por eso quizás, en su “vida de Galileo”, dejó escrito “desgraciado el país, que necesita héroes”. Él no lo era, se desahogaba de manera poco lucida y, sin embargo, ello no le impedía conservar intactos su optimismo y su lucidez creadora.
En España a Brecht se le ha asociado con el comunismo pero él iba bastante por libre. Cuando murió Stalin, los escritores de la época se desvivieron por componer loas, manchándose así para la eternidad; él lo hizo, pero de manera deliberadamente breve y poco comprometida. No le interesó el marxismo, no sirvió al comunismo sino que se sirvió de él, odiaba a Stalin (como persona honorable que era, Brecht, no Stalin) y, si acabó en el Berlín de la DDR, fue porque, cuando volvió a Europa expulsado de América, no le dieron el trato a que él aspiraba, ni en Austria, ni en Suiza, ni en Munich (era bávaro, había nacido en Augsburg). Se ocupó solo de su literatura, con una determinación y una exhaustividad ejemplares. Y es que los genios -es preciso que quienes no lo somos lo asimilemos de una vez y no caigamos en simplezas- no son de nadie porque están dispuestos siempre a la infidelidad, a escapar tras una fábula, a correr como una liebre por los campos del espíritu tras una historia o una leyenda, chasqueándonos, dejándonos a sus admiradores, como vulgarmente se dice, con un palmo de narices.
Así Bertolt Brecht, el hombre moroso en la creación, el hombre de las urgencias sexuales.
domingo, 11 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Exibicionismo sexual ¿es hacer el amor con el mundo?¿que es un polvo atómico?, después de un polvo atómico, realizado con todas los mujeres y hombres del mundo, uno queda boca arriba y temblándole las patas como los conejos.
ResponderEliminarAbrazos para todos.
Interesante cambio de tema.
ResponderEliminarVaya ejercicio de asociación de ideas:
"Sin importarle lo más mínimo dejar “una sensación de decepción y todas las preguntas abiertas”, "Los genios no son de nadie, porque están dispuestos siempre a la infidelidad, a estcapar tras una fábula, a correr como una liebre por los campos del espíritu".
Tiene cierta razón, la creatividad de un genio es mejor cuando no entiende de fidelidades, pica de aquí y de allá sin subordinarse a fuerza alguna más que la que le imponga su pasión en un momento dado, su admiración que ahora está aquí y otro día está en otro sitio.
Pero eso no lo relaciono yo con la urgencia, vale que se vaya, pero ¿que problema habría en dedicar 5 minutos a despedirse?.
¿A eso le llaman genalidad? Comportarse como un animal, utilizando a la otra persona como un objeto para satisfacer un deseo no es actuar genialmente, sino con una bajeza no digna del genio que fue en otros ámbitos.
ResponderEliminar