miércoles, 14 de octubre de 2009

Una guinda

El alemán es un idioma que debe hablarse
con acompañamiento de órgano; el francés de violines, y el español de castañuelas.

domingo, 11 de octubre de 2009

¿Cómo fornicaba Bertolt Brecht?

Bertolt Brecht fornicaba con los pantalones puestos, ligeramente caídos para permitir los manejos adecuados y no enredarse, pero puestos. Tampoco se desprendía de los calcetines y, a veces, incluso los zapatos acompañaban el despliegue de su fogosidad. Zapatos con las marcas del barro del Berlín de la postguerra y de las inmediaciones de su teatro, justo al lado del Muro.

Su fogosidad tenía una vigencia corta. Hombre pues de urgencias, exigidas quizás por el paso de un acto a otro de la pieza teatral. Deseoso, además, de hacer cuanto antes el mutis. En cuanto culminaba el contacto, se subía los pantalones, se ponía la gorra, daba las gracias cortésmente, prometía repetir, y se marchaba, todo pues en un alarde de economía de medios y gastos. Sin importarle lo más mínimo dejar “una sensación de decepción y todas las preguntas abiertas”, como él mismo dice en un momento de su obra “la buena persona de Sezuan”.

Algunas de sus relaciones eran estables pero también cambiaba con frecuencia de amiga, dichosas por haber compartido lecho con el genio. Así son a veces los grandes creadores. Este verano pasado, en Berlín, me he hecho una foto junto a la estatua de Brecht que el Ayuntamiento ha puesto delante del famoso “Ensemble”,y, cuando posaba, me acordaba de sus intimidades y de sus generosos esfuerzos por poner su semilla al alcance del mayor número posible de admiradoras aunque fuera a toda velocidad.

Estos conocimientos relacionados con la lírica son muy útiles y de importancia porque contribuyen a hacerse una idea cabal de los personajes que definen una época. Mientras escribo estas líneas me estoy imaginando la cara de quien se estará preguntando: ¿y cómo sabe este Sosa tales enigmas? La contestación es fácil: leyendo a algunos sabios. Entre ellos, al gran crítico literario Marcel Reich - Ranicki (84 años en estos momentos, un volcán intelectual todavía), conocedor como nadie de la literatura en lengua alemana, quien, en un libro de entrevistas, desvela estas cuestiones y otras muchas del más subido interés. Lo hace sin esfuerzo, pues como él mismo dice, “sobre Brecht sabemos lo que es imposible saber de cualquier otro escritor y ello porque sus amantes lo han contado todo con detalle”. Entre ellas, la actriz Käthe Reichel, que dedicó un libro a sus relaciones con el autor de la “ópera de tres cuartos”.

Bertolt Brecht, pues, un hombre corriente, con innegables limitaciones en el trance supremo. Por eso quizás, en su “vida de Galileo”, dejó escrito “desgraciado el país, que necesita héroes”. Él no lo era, se desahogaba de manera poco lucida y, sin embargo, ello no le impedía conservar intactos su optimismo y su lucidez creadora.

En España a Brecht se le ha asociado con el comunismo pero él iba bastante por libre. Cuando murió Stalin, los escritores de la época se desvivieron por componer loas, manchándose así para la eternidad; él lo hizo, pero de manera deliberadamente breve y poco comprometida. No le interesó el marxismo, no sirvió al comunismo sino que se sirvió de él, odiaba a Stalin (como persona honorable que era, Brecht, no Stalin) y, si acabó en el Berlín de la DDR, fue porque, cuando volvió a Europa expulsado de América, no le dieron el trato a que él aspiraba, ni en Austria, ni en Suiza, ni en Munich (era bávaro, había nacido en Augsburg). Se ocupó solo de su literatura, con una determinación y una exhaustividad ejemplares. Y es que los genios -es preciso que quienes no lo somos lo asimilemos de una vez y no caigamos en simplezas- no son de nadie porque están dispuestos siempre a la infidelidad, a escapar tras una fábula, a correr como una liebre por los campos del espíritu tras una historia o una leyenda, chasqueándonos, dejándonos a sus admiradores, como vulgarmente se dice, con un palmo de narices.

Así Bertolt Brecht, el hombre moroso en la creación, el hombre de las urgencias sexuales.

sábado, 10 de octubre de 2009

La chuleta

Hasta hace poco lo utilizaban solo los presentadores de la televisión que se ayudaban de un aparato a distancia para leer las noticias. Le llaman teleprompter. En inglés, que es el idioma mandón. La semana pasada me extraviaron la maleta en un aeropuerto y me dieron para pasar la noche un “kit”. Hace poco me hubieran dado un neceser y hace más tiempo se hubieran disculpado por no poderme ofrecer una señora. Hemos cambiado el galicismo por el anglicismo: muestra idiomática del triunfo del imperio americano sobre la decadente Europa.

La novedad, respecto del teleprompter, es su paso de los periodistas a los políticos que ahora pronuncian sus discursos con el aparatito enfrente. La primera vez que lo advertí fue la tarde en la que Obama habló en Berlín. Cenábamos en casa del sociólogo Ignacio Sotelo y le escuchábamos por la televisión. Me sorprendió lo trabado de su arenga. Pero mi sorpresa fue mayor cuando al día siguiente me entero por los periódicos que se había limitado a leer. Me pareció una estafa, una estafa discursiva pero estafa al cabo. Con posterioridad me han explicado que el método está haciendo furor entre sus colegas.

Cierto es que de esta forma se aligera la actividad del gran tribuno quien ya disponía del “negro” para escribir y, ahora, del teleprompter para leer. Así ya se puede: imposible concebir más facilidades en el ejercicio de una profesión. No me extraña que en la Universidad existan jóvenes profesores que no aciertan a dar una clase sin la ayuda de un aparato conocido como powerpoint o de unas membranas llamadas transparencias que hasta ahora eran picardías de jovencita seductora y ahora son las chuletas de quien ni se sabe la lección ni es capaz de exponer sus conocimientos con claridad.

Así van cambiando los tiempos, se me dirá. Y es cierto pero la verdad es que no consigo imaginar a Castelar aquel día de abril de 1868 cuando se discutía en las Cortes el proyecto de lo que sería la Constitución de 1869 y él defendía la libertad religiosa leyendo en un teleprompter su famoso final: "¡Grande es Dios en el Sinaí (con todo su poder). Pero más grande es el Dios del Calvario, el del perdón, ...que predicaba la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres!". Ni me imagino a Unamuno o a Ortega en las Cortes republicanas asistidos por el aparatejo para enhebrar sus magníficos discursos, ahítos de razonamientos, maldades y hasta improperios. O las famosas oraciones “en campo abierto” de Azaña con los ojos miopes de don Manuel fijos en un lejano teleprompter sostenido por un pariente alcalaíno.

El uso de estos trucos para hablar en público mueve un poco a la risa y se presta a cachondeo. Pero tiene un lado menos humorístico ya que tales prácticas hunden sus raíces en algo que debería preocuparnos: las escasa consistencia de quienes ocupan las tribunas políticas relevantes en los foros más campanudos. Pues es evidente que quien tiene ideas maduras, ideas que son producto de reflexiones y de lecturas, y, sobre todo, quien cree en ellas, quien las ha asimilado y hecho suyas ¿cómo es posible que sea incapaz de expresarlas sin esta añagaza, propia del colegial que improvisa o se ha aprendido cuatro datos de memoria para hacer frente a un examen ocasional?

Esto es lo inquietante de la chuleta electrónica. Y lo que nos debe hacer mirar con desconfianza a quien se sirve de ella.

Malos tiempos en verdad para la oratoria, viaticada por ignorantes cósmicos, listillos de ocasión y confiteros de tópicos. Sepultada, ay, entre transparencias, powerpoints y teleprompters. Así nos va.

jueves, 8 de octubre de 2009

e insisto

Se nota lo que hemos perdido cuando pensamos que el glorioso yelmo del caballero se ha quedado en ridículo casco de motorista.

martes, 6 de octubre de 2009

Otra guinda

La mudanza de los tiempos se constata cuando pensamos que nuestros abuelos llevaron macferlán, nuestros padres, abrigo, nosotros, trenka y nuestros hijos, plumífero.

domingo, 4 de octubre de 2009

Crisis financiera: soluciones con sustancia

Por fin desde Italia, de donde proceden tantas noticias rocambolescas en los últimos tiempos, nos llegan la razón y el buen sentido. Y es que en el sistema bancario de aquél país se ha decidido aceptar el queso parmesano como garantía de crédito. En efecto, un banco ofrece préstamos por un plazo de veinticuatro meses, que es el tiempo que tarda uno de esos benditos quesos en “añejarse”, y da a los productores hasta el 80% del valor del producto según los precios del mercado.

No se toman a broma el queso parmesano en Italia, una exquisitez que viene de la Edad Media, allá en el siglo XIII, que es cuando se empieza a producir. Cada pieza suele pensar más de treinta kilos y es marcada con un número de serie con el fin de que pueda ser buscada si es robada por algún desaprensivo, que los hay, pues los carabinieri detuvieron hace poco a los componentes de una banda en el momento en que se disponían a rallar una de esas ruedas magníficas, astuta operación con la que se hubiera perdido su rastro. Y es que el parmesano rallado, al tener un valor alto, sirve también para las fechorías.

¿Es preciso subrayar la importancia de esta práctica bancaria y más en el momento de crisis económica y financiera en la que nos hallamos? Sabemos que varios bancos de campanillas se han desplomado, incluso en los USA, porque han creado unos “productos” que no han funcionado y han llevado a la ruina a millones de familias. Se llaman obligaciones convertibles, bonos negociables, obligaciones subordinadas, swaps, warrants, títulos basura, bonos estructurados, bonos amortizados indiciados, bonos inversos ...

¿Alguien creía que con estos nombres, con estas enrevesadas denominaciones, se podía ir a alguna parte? ¿No estaba cantado el desplome del sistema? A mí, lo único que me extraña es que haya tardado tanto tiempo. Porque desde la época en que un crédito era un crédito y un monte de piedad era el sitio donde se empeñaba la máquina de coser, han pasado años que -ahora lo vemos- han sido aprovechados para dedicarlos al enredo financiero y a un embrollo tergiversador de importante factura. Estas son las consecuencias de haber creado las facultades de ciencias económicas, que sustituyeron a las escuelas de comercio, más comedidas en sus pretensiones y por tanto más fiables.

Siempre hemos dicho que carecer de sensibilidad literaria y acuñar términos apestosos nos lleva a consecuencias apocalípticas. Si tuviéramos presente que el lenguaje cuidado, la prosa tersa y la sintaxis impoluta son los fundamentos de un pensamiento ordenado y de una acción responsable no incurriríamos en estos gigantescos desaguisados. De un “bono inverso” no puede seguirse más que un estropicio y un “swap” debería contentarse con ser una inocente bebida refrescante. Al querernos hacer los listos es cuando todo se desconcierta.

De manera que volvamos a los usos tradicionales y tengamos como medida de las cosas serias a los productos de la buena cocina. Los italianos nos transmiten la enseñanza del queso parmesano, nosotros por nuestra parte ¡tenemos tanto que aportar! Ese aceite de oliva que es como una copla perfumada, ese jamón, violín macizo, esos besugos a los que quisiéramos felicitar siempre las navidades, esos garbanzos que son las cuentas de un rosario pleno de eternidades, esos dulces de las monjas rellenos de bendiciones papales ... estos son los únicos títulos que deberían ser aceptados en el tráfico de un sistema bancario ordenado. ¿Alguien piensa que pueden de verdad hablarse como iguales un warrant y una ristra de chorizos? Un poco de seriedad, señores financieros.

jueves, 1 de octubre de 2009

Dos guindas



- Los primeros compases de todo concierto son las toses de los asistentes.


- Lucecitas del horizonte, ganzúas que quereis robar en el templo de la oscuridad.