(La renuncia del Papa hace que recupere esta Sosería que publiqué hace muchos años).
Como
ahora hay muchas personas que han conocido a Ratzinger, yo también, con
un punto de osadía, me apunto a esa legión. Mi título para ello es
bastante elemental pero creo que tiene algún interés recordar ciertos
detalles: yo era estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad
de Tübingen cuando él era catedrático de la Facultad de Teología
católica. Estoy hablando de finales de los sesenta. Tenía yo a la sazón
varios amigos que se doctoraban en Teología y solía ir a buscarles al
Seminario (ese recinto sacrosanto que los papanatas de la reforma
universitaria española llaman “área”). Recuerdo que los despachos de
Ratzinger y de Hans Küng eran contiguos.

Küng era una estrella fulgurante, sus clases se llenaban, también de estudiantes que nada tenían que ver con la teología, como era mi mismo caso, aunque confieso que me perdía en sus elucubraciones sobre la historia de los dogmas de la Iglesia. Küng era además un cura de éxito y sus prédicas se seguían incluso por agnósticos que habitualmente no iban a misa (me vuelvo a citar a mí mismo). En fin, hasta tenía éxito con las mujeres porque era un tipo agraciado, con un pelo abundante y un porte de artista de cine. Una señora mayor muy buena y muy beata, que tenía alquilada una habitación a Javier Sádaba, le odiaba y, cuando Küng aparecía en el templo, lo abandonaba. Todavía hoy sigue siendo Küng un personaje en Tübingen, ciudad que conozco bien porque en ella paso muchos veranos y en los últimos le he visto varias veces -gallardo en su vejez- porque vive muy cerca de la casa que yo suelo alquilar.
Me consta que en la llegada de Ratzinger a Tübingen tuvo bastante que ver Küng pues colaboró en su
¿A qué se debía que Ratzinger no fuera querido entre los revoltosos? Pues para mí la respuesta es un misterio aunque me aventuro a pensar que ello tenía que ver con su personalidad. Porque Ratzinger en modo alguno era el teólogo conservador que ahora dicen que es (yo no me atrevo a pronunciarme sobre el fondo de este delicado asunto pues no sé en qué se distingue un teólogo conservador de otro
progresista) sino el autor de un libro muy en boga
en aquellos años que era su “Introducción al catolicismo” y que andaba
edificando en su magín las que serían sus aportaciones en el Concilio
Vaticano II. Pero debía de ser persona tímida, poco hábil para afrontar
el barullo de aquellas asambleas de la Facultad donde predominaría
-imagino- la sal gorda. El caso es que,
según mi opinión, ahí es donde se empolla la enemistad de Ratzinger y
de Küng pues es probable que este prestara poco apoyo al colega
zaherido. Lo cierto es que Ratzinger tira la toalla y se marcha de
Tübingen. Después, ya desde las alturas vaticanas, le suprimiría la
venia legendi determinando su expulsión de la cátedra. En las Memorias
de Küng, que yo no he leído, podrá encontrarse la clave de este asunto
que tiene su importancia en la historia contemporánea de la Iglesia. Lo que no tiene la menor importancia para esa historia es este artículo mío.



No hay comentarios:
Publicar un comentario