(Esta semana pasada me publicó La Nueva España mi última Soseria)
A quienes
desesperan y piensan que vamos de mal en peor les propongo reflexionar acerca
de lo positiva que ha sido la evolución de los aledaños de la monarquía en España.
Porque en el
siglo XIX, cuando sobre la hispana tierra gobernaba una señora bajo el nombre
de la segunda Isabel, actuaba de asesora de su majestad nada menos que Sor
Patrocinio, la “monja de las llagas” quien sostenía padecer llagas milagrosas
en los lugares del cuerpo en que fue herido Jesús. Esta señora se llamaba en el
siglo Rafaela Quiroga. Una vida la suya destilando engaños y acopiando
beneficios, muchas veces era noticia en los periódicos, ora por sus
murmuraciones sobre este o aquel gabinete, ora por las visitas que recibía del
padre Fulgencio (otro eclesiástico palatino y confesor del rey) a horas tan
desusadas que muchos llegaron a dudar ¡hasta de su virginidad! En 1861 hizo
cierto ruido un libro titulado "Ejercicio mensual a María Santísima del
Olvido, Triunfo y Misericordia" del que era autora la camandulera (que se
decía muy devota de la Virgen del Olvido) y en el que ésta contaba por lo
menudo sus milagros y sus charlas con Dios como quien cuenta lo que le dice una
comadre.

Antes, en el 48, la monja había logrado acabar -provisionalmente- con Narváez pues de resultas de su piadosa gestión se constituyó el ministerio del conde de Cleonard, conocido como el ministerio relámpago -duró apenas veinticuatro horas- en medio de la juerga de los españoles y el asombro de las personas discretas. La reina no tuvo más remedio que llamar de nuevo a Narváez, quien se vengó de los trapisondas con inusual moderación: el padre Fulgencio, cómplice de la impostora, ingresó en prisión; un tipo llamado Quiroga, hermano de la aviesa monja, que paseaba sus escasas luces en Palacio con el desparpajo propio del memo, fue desterrado a Ronda y la misma monja a Talavera de la Reina. Al conde de Cleonard le despidió Narváez con aquellas palabras que se hicieron tan populares: "Puede su excelencia retirarse a descansar de sus fatigas".
Detalles novelescos de todo lo que estoy narrando deben buscarse en Valle Inclán.
Pues bien ¿quien en su sano juicio puede comparar a la “de las llagas” con Corinna zu Sayn-Wittgenstein? Una princesa, es verdad que algo falsificada pero una princesa al fin y al cabo, con apellidos de esas casas alemanas de donde han salido las mejores testas coronadas e incluso un filósofo de campanillas que dejó libros magníficos que nadie ha logrado entender.
Y lo que es
más importante. La “de las llagas” era fea como un palimpsesto mientras que
Corinna (¡ay, nombre encima de personaje de ópera!) es bella, tiene los ojos
entre huidizos e incitantes, con su presencia adorna los escenarios más
adustos, con mil vivacidades brilla en las selvas oscuras, y además no amaña
gobiernos sino que se limita a vestir corona radiante, ella, ángel mágico de
rubia cabeza ... de verdad ¿no hay un progreso y un progreso lleno de buenos
presagios?
Oh Corinna Corinna
ResponderEliminarYo te prefiero a la monja de las llagas
eres mas guapa
eres más deseable
no sé si más rica
pero tu trabajo alterna cama y dineros
no es acaso un trabajo muy antigüo.