Un empresario de mucho tronío, jefe por más señas de los empresarios españoles, acaba de declarar: «Yo no hubiera comprado jamás un billete de avión de esa compañía». Cualquier persona, habituada al mundo del trasiego comercial y del «marketín», aseguraría que la tal compañía era justo la que a él le hacía competencia y le desbarataba los números de la cuenta de resultados. Lo sorprendente es que es la suya propia. Es decir, que él -el empresario reconocido- no adquiriría jamás sus propios productos. Mayor sinceridad no cabe y como es poco frecuente tal actitud en el mercado, pues debe saludarse con el reconocimiento debido.
Es verdad que este hombre podría haber anunciado esa su determinación antes y no ex post y así hubiera preservado mejor a sus clientes de errores fatales. Pero como estamos ante un cambio muy ambicioso en las costumbres mercantiles es bueno que los pasos se vayan dando poco a poco. Lo contrario sería hacer una revolución y ya sabemos en qué paran la mayoría de ellas: en un dictadorzuelo que se las merienda en algarabía de muertos y en manguera de sangre.
Más prudente resulta hacer las cosas paso a paso y, es justamente en este sentido, en el que la declaración del empresario glosada adquiere su magnífica dimensión. De momento ha dicho, a toro pasado, que él jamás compraría lo que vende. El próximo paso será hacerlo, a toro pasando, es decir, cuando mayor es el peligro y más acusada la emoción. Tiempo al tiempo, que todo se andará si avanzamos con mesura.
Pues se convendrá conmigo que uno de los grandes inventos de la modernidad ha sido el «marketín» (que rima con «maletín»). Incluso se enseña en la Universidad, como antaño, en épocas más aflictivas, se enseñaba el latín, y hay cursos, másteres y doctorados en este ramo que pasan por los más codiciados de la oferta docente. Ser hoy especialista en «marketín» es como haberlo sido ayer en las enfermedades del aparato urinario o en la ley hipotecaria. Un prestigio inmenso y una gloria para las familias de prosapia. Se complementa el «marketín» con otra materia «curricular», el llamado «mercadeo» que en español se dice «merchandising». Juntos forman lo selecto de lo más selecto en punto a modernidad y pujos comerciales.
Sin duda, la conjunción de estos saberes es lo que ha llevado al empresario citado a hacer esta afirmación de desmesurada honradez. Pero como estamos ante ciencias vivas que no paran de renovarse y expandir sus fronteras, procede ahora seguir sus avances y, sobre todo, empezar a pensar en extender sus enseñanzas a otros ámbitos de la realidad.
¿Qué tal si un obispo protestante dijera en el sermón dominical que él jamás se apuntaría al credo luterano? ¿Y si un rector anunciara a los estudiantes que quisieran matricularse en su universidad que él no lo haría ni nubladas las entendederas por el alcohol? ¿O un escritor anunciara en la contracubierta que hay que estar muy zumbado para adentrarse en las páginas que ha perpetrado? ¿O un político, finura de todas las finuras, asegurara que sus siglas son las que deben evitarse a todo trance a menos que se quiera ver reducido su país a escombros y ruinas?
Por ahí deberían circular los nuevos modos en este año que asoma su coturno y en el que es preciso destruir mitos y certezas. Ésta, la de abrir un nuevo capítulo en la disciplina del «marketín», se perfila como muy estimulante.
Yo empiezo anunciando a mis lectores, para ponerme al día, que a nadie se le ocurra leer en el tiempo venidero una sosería.
viernes, 1 de enero de 2010
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Profesor Sosa Wagner;
ResponderEliminarEse comportamiento que está describiendo ya lo están ejerciendo otros, además del empresario citado.
Porque si no es eso, ¿que significa que el Profesor Johnson, (El del CRU, de la ciencia climatológica en la Universidad de East Anglia ) haga unas declaraciones diciendo que le apetece que haya un calentamiento global para que se demuestre la razón de "su" ciencia, y que le importarían un bledo las consecuencias?
Que si de verdad se creyera sus predicciones apocalípticas, lo lógico es que hiciera como la madre buena con Salomón; pedir que no se le creyera, pero que se tomasen medidas para evitar la catástrofe...
En cuanto a no leer soserías, ni escribir en blogs sosos, de acuerdo completamente. Que la vida es muy corta para desperdiciarla en tareas no placenteras.
Pero aquí, y mientras no se le expulse a las tinieblas exteriores, esta viejecita piensa seguir entrando cada día a leer, y cuando sea, también a escribir.
¡Que los dioses le acompañen en el nuevo año!.
Hace gracia, que el máximo responsable del funcionamiento de su empresa, diga abiertamente que es un incompetente un inútil y no sabe hacer nada para que su negocio funcione. Hace gracia a todos menos a sus empleados que quedan en la calle por su culpa.
ResponderEliminarDicen los que saben, que en el mundo de la empresa es altamente recomendable separar la Dirección de la Propiedad.
ResponderEliminarSe evita de aquella forma que la subjetividad y los sentimientos nublen la vista y empañen o entorpezcan la buena gestión.
Lo que ocurre es que tal principio parte de una base que en ocasiones (como ésta) no se presenta: se entiende que el fin de la empresa es satisfacer una necesidad y retornar regularmente un beneficio al titular de aquella.
Cuando la finalidad de la empresa no es su pervivencia en el tiempo a través de su actividad ordinaria, sino actuar como trampolín de intereses diversos (financieros, que no económicos, habitualmente) aquello termina por salir mal.
Lo jocoso (a la vez que lamentable) es que quien no se interesa especialmente -teniendo capacidad, vaya por delante- por el devenir de sus clientes, colaboradores, proveedores, etc. sea el representante último de aquella noble especie en peligro de extinción llamada "el empresario"...