domingo, 31 de marzo de 2013

Coquetería del Universo

(Hace unos días La Nueva España me publicó esta Sosería).


Hasta ahora lo normal era que las actrices rutilantes entablaran una dura pugna con el calendario y se quitaran años, lo mismo que hacen muchos vecinos o amigos que creen poder despistar a las cabalgadas del tiempo recurriendo a ingenuos trucos como pintarse el pelo o (des)lucir camisas floreadas y llamativas en lugar de utilizar los colores sobrios que la edad y la sindéresis nos imponen.

En estos achaques la picaresca se ha enriquecido mucho en los últimos años gracias a las hábiles manos de cirujanos que son capaces de recomponer papadas inmensas (fruto cuajado de mucho trasiego con el tocino y la cerveza) y dejarlas reducidas a contornos mensurables, a una expresión menos desparramada. O aplican la magia para hacer desaparecer esas bolsas lóbregas bajo los ojos que las preocupaciones y los disgustos han ido llenando con meticulosidad a lo largo de los años. O, milagro de los milagros, dejan a un hombre hinchado como un emperador romano convertido en un musculado atleta, abatidas sus defensas de grasa.

Hasta aquí todo esto es sabido. El tiempo y la edad son penas a las que estamos encadenados y cada uno trata de conjurarlas como puede intentando atrapar para sí la magia de las edades mejores. En «Las bodas de Fígaro» mozartianas uno de los momentos más crueles es el dueto entre Susanna y Marcellina en torno, precisamente, a «l'età». Y hay ilustres prohombres a quienes sus deudos pretenden inmortalizar, como ha
ocurrido con Lenin o con Chávez, embalsamando sus cuerpos y desafiando así a ese monstruo infinito y ajeno a las fechas que es la muerte.

Lo que nadie hasta ahora podía imaginar era que el universo, nada menos que el universo, se quitara años. Si le teníamos respeto era porque lo sabíamos inmenso y regazo de temblorosos polvos, pero, sobre todo, porque lo sabíamos viejo y consciente de su edad avanzada, porque sabíamos que era un achacoso lleno de dignidad, un anciano con barbas blancas, catarroso, artrítico y gargajeante. Tenía trece mil setecientos millones de años, una barbaridad ciertamente, pero bien llevados, sin mixturas ni perifollos. Los físicos nos han proporcionado información veraz acerca de sus cumpleaños, de sus dolencias, de esas articulaciones que se agarrotaban, de esas luces que ya no brillaban como antaño...

Y de pronto viene la decepción: resulta que un telescopio espacial con un retrato de alta resolución ha descubierto que el universo es cien millones de años más viejo de lo que habíamos creído. Una cantidad abultada, no cualquier bagatela. El muy pillín lo había ocultado despistándonos a base de mostrarnos galaxias, estrellas, cometas, eclipses y otras bisuterías baratas. Todo para no afrontar la realidad y desvelarnos su verdadera edad y -claro es- su estado caduco.

O sea, ¡el universo enredado en engañifas propias de un compañero de oficina! Pero ¿qué seriedad es ésta a quien consideramos el fondo del pozo de todos los pozos, el estuche negro y misterioso de todos los secretos, el regazo final de todas las almas y de sus desesperanzas?

Confieso mi postración porque siempre he pensado que lo distinguido, lo verdaderamente chic, es ponerse años. Como hacen las guerras, damas coquetas entre las coquetas. ¿O es que alguien cree que la de los Cien Años o la de los Treinta duraron exactamente ese tiempo? En absoluto, duraron mucho menos, pero ellas, por presumir, han querido salir en los libros más viejecitas. Por dignidad, por respeto a la historia, abuela a la que jamás se le ha ocurrido gastar afeites.

Y es que las guerras son como los vinos. Mis preferidos -y los preferidos de quienes entienden algo- se ponen años porque ganan en autoridad como la ganan los santos y los patriarcas, arcas de todas las edades.

sábado, 23 de marzo de 2013

Un "Gotha" castizo


(Hace unas semanas La Nueva España me publicó esta Sosería)


En este mundo de torbellino pocos repararán en la existencia del «Almanaque de Gotha» que enumera, recoge y acoge a los individuos de la realeza y de las grandes casas nobles de Europa. Es probable que tal publicación no se encuentre entre aquellas de las que se echa mano con frecuencia. En mi caso, debo confesar que no soy asiduo, consciente, por mi agarbanzada estirpe, de no merecer la más mínima «entrada» entre tales próceres.

Pero sé que el tal «Almanaque» se llama de Gotha porque en esa ciudad del actual Land alemán de Turingia se editó, desde finales del siglo XVIII y bajo esa denominación, la lista de los reyes y de los nobles, de sus primos y de todos sus parientes, imagino que incluidos los agnados y los cognaticios. Formaba parte Gotha de un delicioso ducado del que salieron príncipes y más príncipes casaderos y, entre todos, tejieron alianzas relevantes en la política europea y contribuyeron a renovar la sangre de las dinastías más fatigadas. La casa reinante belga procede de por allí. Y todo ello a pesar de que Gotha era al mismo tiempo ciudad preferida de los socialistas, recuérdese la obra de don Carlos Marx sobre la crítica al programa (del partido obrero) de Gotha, un libro que yo intenté leer en mi juventud y que hube de abandonar y sustituir por otro de autoayuda para salir del estado de tediosa postración en que había caído. Cuando el Ejército Rojo ocupó la ciudad, encontraron este asunto del «Almanaque» poco acorde con el silbido de la honda revolucionaria y el «Almanaque» se extinguió. Ha resucitado en el último tercio del siglo XX, un alivio para quien, en edad casadera, no quiera que le den el gato de una familia menestral por la liebre de una testa ducal.

Todo esto viene a cuento porque en España, y a tenor de lo que publican los periódicos, podría hacerse un Gotha diferente, una especie de Gotha actualizado y de renovado contenido con las denominaciones de los pillos que pululan por Carpetovetonia, por ese abigarrado universo pícaro que permitiría hoy a don Francisco de Quevedo rellenar páginas y páginas de nuevas ediciones de sus obras, aquellas do habitan los fulleros, los gariteros, los encubridores, los rateros, las ponzoñas graduadas, los tósigos, los manoseadores de faltriqueras, las calaveras confitadas y otras almas muñidoras.

Podríamos empezar trabajando los aristocráticos sobrenombres de «el Pocero», «el Albondiguilla», «el Bigotes», «Luis el Cabrón», «el Rafita»... y trenzar a partir de ellos su árbol genealógico de hampones distinguidos, con sus ramificaciones paternas y maternas, con su descendencia legítima y clandestina, más los lugares o los enclaves adonde llegan con sus alargadas manos, las entrañas espesas que gastan, las conciencias que han abatido, las canalladas que decoran sus días, las sólidas argollas con que cuentan en las esferas del poder, trampolines para el desafío victorioso al que nos tienen sometidos.

Y podría completarse con un capítulo donde aparecerían los «Txapote», «Txeroki», «Peputo», «el Chino» y por ahí. Como éstos son terroristas que han segado vidas, visten capirote y son maestros en lutos, sería su emblema el de la alimaña en campo de vómitos.

Ya estoy viendo este Gotha castizo y posmoderno. Todo compostura, todo descompostura.


domingo, 10 de marzo de 2013

Una reforma alicorta

(El pasado día 8 de marzo nos publicó a Mercedes y a mí el periódico El Mundo este artículo).




Comentar un Anteproyecto de ley es arriesgado al estar todavía falto de la maduración que ha de prestarle la opinión de órganos como el Consejo de Estado o, en este caso, la Comisión Nacional de Administración local. Pero el jurista debe estar expuesto a peligros que son los que nosotros asumimos adelantando nuestras opiniones. Si sirven además para desterrar errores o introducir alguna mejora, miel sobre hojuelas.

Digamos de entrada que no nos gusta nada el título, entre pedante y tecnocrático, que el Gobierno ha puesto a su texto. Desde las discusiones sobre la Administración local que protagonizó Antonio Maura a principios del siglo XX hasta las recientes del actual sistema democrático pasando por las vividas en las dos Dictaduras o en la II República, la regulación de los entes locales se ha llamado “régimen local” o “derecho de las Administraciones locales”. Ahora se recurre a unos conceptos como los de “sostenibilidad” y “racionalización” que de puro manoseo se han quedado en los huesos y carecen de sabor y de olor. Solo falta añadir la “excelencia” o la “competitividad” para completar el bodrio.

Ahora bien, el peor celofán puede acoger productos apreciables y este es el caso del Anteproyecto. Así, se aborda en parte el problema de la función pública local pues parece que el legislador por fin se ha enterado de algo que los especialistas llevamos años denunciando: su degradación a base de trufarla con interinos, eventuales, amiguetes entrañables y familiares menesterosos. Ahora se rescata lo que de bueno tuvo la ley de 1985, es decir, el funcionario con habilitación de carácter nacional. Lástima que se le echara a perder con invenciones de  innegable tufo caciquil: desorden en las convocatorias de plazas, excesiva descentralización en las pruebas, contenidos locales de los programas ... Y sobre todo, la máxima degeneración aportada por la “libre designación”, un truco que puso en manos de muchos alcaldes y presidentes de Diputación a secretarios, interventores y tesoreros, eliminando la neutralidad en el ejercicio de su profesión. Los casos de represalias a estos funcionarios, cuando se han mostrado poco complacientes, podrían formar un lastimoso retablo de la picaresca de los últimos años. Pero el contento al anotar estas virtudes positivas del nuevo texto se oscurece cuando se advierte que la fementida “libre designación” se mantiene aunque “excepcionalmente” como de igual modo se conserva la previsión referida a los nombramientos de carácter provisional, interino o accidental que puede realizar la Comunidad autónoma.

Para cualquiera que conozca el paño el asunto es muy clarito: todo lo que no sean pruebas públicas, tribunal profesionalmente competente para examinar (nada de compañeretes del sindicato), puestos de trabajo atribuidos por riguroso sistema de concurso, y sistema retributivo reglado es abrir la puerta al clientelismo, una puerta que ya se encargan los responsables públicos de convertir en anchuroso portalón. Tales principios, por cierto, procede aplicarlos  pari passu al personal propio de las entidades locales.    

Las limitaciones al gasto en las retribuciones del personal político es otro acierto del texto. Con todo, veremos qué efectos tiene en el sistema democrático la supresión de sueldos a concejales porque se puede estar destruyendo la leva de políticos nuevos que han de empezar justamente en puestos modestos de sus ayuntamientos para ir adquiriendo experiencia en la gestión de los asuntos de interés general. Es esta la mejor forma de evitar que una persona acabe sentada en el Consejo de Ministros sin haber visto nunca las tripas a un presupuesto público.

Las cuestiones que más han aireado los medios de comunicación son, de un lado, las duplicidades y, de otro, la supresión de ayuntamientos y diputaciones. Respecto al primer punto hay que decir que la atribución de competencias a los entes locales es compleja en un Estado descentralizado y no se puede resolver en un par de artículos de una ley local porque los municipios -como las provincias e islas- asumirán aquellas competencias que les sean atribuidas por la legislación sectorial procedente de las Comunidades Autónomas o del Estado (urbanismo, medio ambiente, abastecimiento de aguas etc) de acuerdo con la distribución competencial establecida en la Constitución y en los Estatutos de Autonomía. El texto aquí analizado avanza en la buena dirección al suprimir, por ejemplo, las competencias “impropias” pero pensar que de un plumazo se van a extinguir todas las duplicidades imaginables es pensar en lo excusado.

Por lo que se refiere a la supresión generalizada de términos municipales, el texto del Gobierno calla. Un silencio que a nosotros nos parece acertado porque esta es una cuestión  atribuida o bien de manera voluntaria a los propios Ayuntamientos a través de los acuerdos de fusión, agregación etc o bien a las leyes de las Comunidades autónomas. Esto no es extraño en un Estado como el nuestro y, a tal efecto, recordemos que fueron los Länder alemanes los que impulsaron toda la reforma territorial de aquél país.


¿Quid de las Diputaciones? Puestas en el punto de mira de unos y de otros, es evidente que no son por su naturaleza inalterables. Pero sorprende que, a la hora de sostener el discurso de las duplicidades, nadie recuerde las que propicia la Administración periférica de las Comunidades autónomas que bien podría reducirse si se utilizara a las diputaciones provinciales como administración indirecta de las Comunidades autónomas, tal como propuso en su día el Dictamen de la Comisión García de Enterría.

De otro lado, el relevante problema de la prestación, en determinados casos, de los servicios públicos locales se resuelve de una forma discutible pues no se confía en las mancomunidades ya existentes sino que la responsabilidad se traslada a las Diputaciones. Es decir, que unas Administraciones geográficamente más distantes y sin la adecuada representación democrática de los Ayuntamientos de menor población, serán las que gestionen servicios esenciales para esos vecinos. Entre todas las opciones organizativas posibles, se ha optado por la menos democrática y la que podrá generar más problemas.

Un juicio igualmente negativo merece la degradación que sufren las entidades locales de ámbito inferior al municipal al ser desposeídas de su carácter de Administraciones y decapitada su personalidad jurídica. Se trata de un asunto muy sensible en algunas regiones españolas que no se puede resolver desde una óptica madrileña y uniforme. Tales entidades administran bienes importantes (pastos, montes, maderas etc) y son un factor de asentamiento de las poblaciones. Suprimir su capacidad de actuar como personas jurídicas es acabar con ellas proporcionándoles el beso traidor del ocaso.

Fuera de la mirada del legislador han quedado aspectos trascendentales de nuestra vida local que una vez más se desatienden: así, la financiación que clama por un nuevo diseño, agotados como están sus recursos y el modelo que los sustenta. Sin atender a los dineros públicos no se puede pensar ni en unas Administraciones serias ni en unos servicios públicos adecuados. 
               
Y, por último, sorprende que de nuevo quede en el aire la renovación de la legislación electoral y en el limbo la introducción de las “segundas vueltas” a la hora de la elección de los alcaldes, lo que devolvería la voz a los ciudadanos y evitaría las componendas espurias entre los partidos.

Sin duda el Gobierno ha oído campanas pero no acierta a echarlas al vuelo. Porque estamos ante una reforma de campanario.
 
                   

domingo, 3 de marzo de 2013

De "la monja de las llagas" a Corinna


(Esta semana pasada me publicó La Nueva España mi última Soseria)



A quienes desesperan y piensan que vamos de mal en peor les propongo reflexionar acerca de lo positiva que ha sido la evolución de los aledaños de la monarquía en España.

Porque en el siglo XIX, cuando sobre la hispana tierra gobernaba una señora bajo el nombre de la segunda Isabel, actuaba de asesora de su majestad nada menos que Sor Patrocinio, la “monja de las llagas” quien sostenía padecer llagas milagrosas en los lugares del cuerpo en que fue herido Jesús. Esta señora se llamaba en el siglo Rafaela Quiroga. Una vida la suya destilando engaños y acopiando beneficios, muchas veces era noticia en los periódicos, ora por sus murmuraciones sobre este o aquel gabinete, ora por las visitas que recibía del padre Fulgencio (otro eclesiástico palatino y confesor del rey) a horas tan desusadas que muchos llegaron a dudar ¡hasta de su virginidad! En 1861 hizo cierto ruido un libro titulado "Ejercicio mensual a María Santísima del Olvido, Triunfo y Misericordia" del que era autora la camandulera (que se decía muy devota de la Virgen del Olvido) y en el que ésta contaba por lo menudo sus milagros y sus charlas con Dios como quien cuenta lo que le dice una comadre.

Cuando se anunció la desamortización por don Pascual Madoz, se produjo gran alboroto en los medios eclesiásticos porque, aseguraban, se conculcaría el concordato si el Estado adoptaba esta medida de forma unilateral. Al fin doña Isabel II estampa su aniñada firma y, además, no puede impedir que se destierre a la de “las llagas” pues hasta el mismo papa, Pío IX, le previene de "alguien cuya presencia puede levantar sospechas y hacer disminuir el respeto debida a la soberana". La reina le contesta que no debe preocuparse, que todo son rumores, y que en cualquier caso el hecho de ser una reina constitucional hace inútil cualquier presión sobre ella en asuntos de gobierno. Porque la reina había insistido en varias ocasiones ante Su Santidad para que atendiera las demandas de la visionaria: fundación de nuevas casas (a lo que se accede), exención de los ordinarios y vida fuera del convento (a lo que no se accede).


Antes, en el 48, la monja había logrado acabar -provisionalmente- con Narváez pues de resultas de su piadosa gestión se constituyó el ministerio del conde de Cleonard, conocido como el ministerio relámpago -duró apenas veinticuatro horas- en medio de la juerga de los españoles y el asombro de las personas discretas. La reina no tuvo más remedio que llamar de nuevo a Narváez, quien se vengó de los trapisondas con inusual moderación: el padre Fulgencio, cómplice de la impostora, ingresó en prisión; un tipo llamado Quiroga, hermano de la aviesa monja, que paseaba sus escasas luces en Palacio con  el desparpajo propio del memo, fue desterrado a Ronda y la misma monja a Talavera de la Reina. Al conde de Cleonard le despidió Narváez con aquellas palabras que se hicieron tan populares: "Puede su excelencia retirarse a descansar de sus fatigas".


Detalles novelescos de todo lo que estoy narrando deben buscarse en Valle Inclán.


Pues bien ¿quien en su sano juicio puede comparar a la “de las llagas” con Corinna zu Sayn-Wittgenstein?  Una princesa, es verdad que algo falsificada pero una princesa al fin y al cabo, con apellidos de esas casas alemanas de donde han salido las mejores testas coronadas e incluso un filósofo de campanillas que dejó libros magníficos que nadie ha logrado entender. 

Y lo que es más importante. La “de las llagas” era fea como un palimpsesto mientras que Corinna (¡ay, nombre encima de personaje de ópera!) es bella, tiene los ojos entre huidizos e incitantes, con su presencia adorna los escenarios más adustos, con mil vivacidades brilla en las selvas oscuras, y además no amaña gobiernos sino que se limita a vestir corona radiante, ella, ángel mágico de rubia cabeza ... de verdad ¿no hay un progreso y un progreso lleno de buenos presagios?  
 

sábado, 23 de febrero de 2013

Ratzinger y el estudiante Francisco Sosa



(La renuncia del Papa hace que recupere esta Sosería que publiqué hace muchos años).

                                                                                                                                              
Como ahora hay muchas personas que han conocido a Ratzinger, yo también, con un punto de osadía, me apunto a esa legión. Mi título para ello es bastante elemental pero creo que tiene algún interés recordar ciertos detalles: yo era estudiante en la Facultad de Derecho de la Universidad de Tübingen cuando él era catedrático de la Facultad de Teología católica.  Estoy hablando de finales de los sesenta. Tenía yo a la sazón varios amigos que se doctoraban en Teología y solía ir a buscarles al Seminario (ese recinto sacrosanto que los papanatas de la reforma universitaria española llaman “área”). Recuerdo que los despachos de Ratzinger y de Hans Küng eran contiguos. 


Küng era una estrella fulgurante, sus clases se llenaban, también de estudiantes que nada tenían que ver con la teología, como era mi mismo caso, aunque confieso que me perdía en sus elucubraciones sobre la historia de los dogmas de la Iglesia. Küng era además un cura de éxito y sus prédicas se seguían incluso por agnósticos que habitualmente no iban a misa (me vuelvo a citar a mí mismo). En fin, hasta tenía éxito con las mujeres porque era un tipo agraciado, con un pelo abundante y un porte de artista de cine. Una señora mayor muy buena y muy beata, que tenía alquilada una habitación a Javier Sádaba, le odiaba y, cuando Küng aparecía en el templo, lo abandonaba. Todavía hoy sigue siendo Küng un personaje en Tübingen, ciudad que conozco bien porque en ella paso muchos veranos y en los últimos le he visto varias veces -gallardo en su vejez- porque vive muy cerca de la casa que yo suelo alquilar.


Me consta que en la llegada de Ratzinger a Tübingen tuvo bastante que ver Küng pues colaboró en su incorporación al claustro. Y que tenían una buena relación personal era también cosa sabida, Küng se ocupó incluso de buscarle vivienda.  Pero el enfrentamiento debía de estar incubándose y determinante debió de ser el hecho de que Ratzinger empezó a ser el blanco de las asambleas estudiantiles y de los panfletos. Todo eso lo recuerdo nítidamente porque los estudiantes teníamos un centro de reunión que era la Mensa y en ella los escritos y aun las discusiones en la comida sobre Ratzinger y Küng no eran infrecuentes. Estoy hablando de la Universidad de Tübingen en un momento especialmente brillante donde enseñaban los importantes teólogos citados, donde enseñaba el filósofo Bloch, los grandes juristas Bachof y Dürig, los lingüistas Tovar y Cosseriu... Estoy hablando pues de un centro serio que nada tiene que ver con lo que ha venido más tarde, en la misma Alemania (aunque Tübingen sigue siendo un oasis), y no digamos en España donde la Universidad es ahora,salvadas individualidades relevantes, el epicentro de la mediocridad.


¿A qué se debía que Ratzinger no fuera querido entre los revoltosos? Pues para mí la respuesta es un misterio aunque me aventuro a pensar que ello tenía que ver con su personalidad. Porque Ratzinger en modo alguno era el teólogo conservador que ahora dicen que es (yo no me atrevo a pronunciarme sobre el fondo de este delicado asunto pues no sé en qué se distingue un teólogo conservador de otro progresista) sino el autor de un libro muy en boga en aquellos años que era su “Introducción al catolicismo” y que andaba edificando en su magín las que serían sus aportaciones en el Concilio Vaticano II. Pero debía de ser persona tímida, poco hábil para afrontar el barullo de aquellas asambleas de la Facultad donde predominaría -imagino- la sal gorda. El caso es que, según mi opinión, ahí es donde se empolla la enemistad de Ratzinger y de Küng pues es probable que este prestara poco apoyo al colega zaherido. Lo cierto es que Ratzinger tira la toalla y se marcha de Tübingen. Después, ya desde las alturas vaticanas, le suprimiría la venia legendi determinando su expulsión de la cátedra. En las Memorias de Küng, que yo no he leído, podrá encontrarse la clave de este asunto que tiene su importancia en la historia contemporánea de la Iglesia.

Lo que no tiene la menor importancia para esa historia es este artículo mío.

domingo, 17 de febrero de 2013

Aroma de rosquillas


(El pasado 7 de febrero me publicó La Nueva España esta Sosería)



Se han dirigido burlas contra un presidente de algo (una empresa, una Administración...) que se preocupaba por el olor de su coche oficial y encomendaba a su conductor que cuidara este aspecto en sus comprometidos desplazamientos. La verdad es que no entiendo la chanza porque a mí me parece muy lógico: si seleccionamos el color del coche o de la tapicería, si seleccionamos la música que queremos oír, ¿por qué no el aroma que ha de acompañarnos? ¿Hay alguna razón para hacer de menos al sentido del olfato, tan digno como el de la vista o el del oído?


De lo que queda en los renglones de nuestra memoria lo más duradero e importante es lo que olemos y las grandes creaciones se advierten antes por el olor que por el sabor. Así ocurre con el vino que, cuando está cuidado con mimo y galanura, nos trae aromas de especias, de hierbas salvajes, de violeta, de plátano, de chocolate, de almendra o de nuez... hoy día se hacen ofertas de vinos que han sido seleccionados por sus aromas. Cualquier espíritu sensible convendrá conmigo que el aroma a flores de un Gewürztraminer es de las sensaciones que se quedan columpiadas en nuestras melancolías. No es una casualidad que al catador de vino se le seleccione por su nariz, no por su lengua. Recordemos, ya que hablamos de memoria, que cuando en casa de nuestras abuelas olíamos las rosquillas de anís y comino sabíamos que entrábamos en sagrado. Y que las monjas, si van al cielo, no es por sus rezos ni por sus misas, sino por el olor que desprenden a pastas y a bizcochos.

Lo mismo ocurre con los buenos cigarros habanos que el catador de prosapia antes huele que degusta. Y a Marcel Proust se le agolpan los recuerdos de su infancia antes por el olor del té que por el sabor de la magdalena, con ser su magdalena la más famosa del universo, como si dijéramos, la diosa venusta de las magdalenas.

Y es que la nariz es algo muy serio. Shostakovich le dedicó una ópera y a este compositor hay que admirarlo, aunque sólo sea porque Stalin lo persiguió, lo cual dignifica a cualquiera. Los únicos que no saben valorar la nariz son los otorrinos, que se enredan en sus enfermedades sin advertir su belleza de la misma manera que el juez se enreda en los preceptos procesales teniendo como tiene ante sus narices nada menos que a la justicia.

En la vieja bohemia, pero también en la actual, sus sacerdotes, que eran y son los poetas chirles, siempre se ha detectado antes el olor de un bocadillo de chorizo bien grasiento que el ritmo de unos versos alejandrinos.

Ahora hay tratamientos terapéuticos a base de aromas y deberíamos entregarnos a ellos con disciplina de neófitos. Para no engordar y ahuyentar el colesterol lo más recomendable no es atiborrarse de fármacos como nos dicen los médicos, sino oler. Debería haber restaurantes de olores y en ellos pediríamos aromas: de fabes con almejes, de cocido madrileño, de callos a la riojana, de botillo berciano y así sucesivamente sin que nuestro hígado ni nuestras arterias padecieran.

Todo se salvaría si cuando la prosa de la vida nos aturde entrara la poesía de los aromas.

En fin, el aroma, los olores son las pepitas de oro de la ciencia. Al menos de la sociológica. Porque ¿cómo sabríamos que España va muy mal si no fuera por el olor que despide?

miércoles, 6 de febrero de 2013

Donaciones ilegales a la CDU en Alemania


(Ayer 5 de febrero me publicó el periódico El Mundo esta tribuna).


A principios de noviembre de 1998 fue elegida una tal Angela Merkel secretaria general de la CDU siendo Wolfgang Schäuble presidente del partido. La presidencia de honor la ocupaba el canciller Helmut Kohl. Era una época en la que la democracia cristiana alemana obtenía buenos resultados en las elecciones a los parlamentos de algunos Länder y también en las celebradas en junio de 1999 para el Parlamento europeo.

Pues bien, es en noviembre de ese año 1999 cuando estalla en los medios informativos alemanes el escándalo de las donaciones ilegales a la CDU. Nada menos que en una entrevista concedida al segundo canal de la televisión alemana, Kohl admite haber ingresado grandes sumas de dinero sin cumplir las reglas contenidas en la ley que regulaba tales donaciones al tiempo que se negaba a dar los nombres de los donantes.

Es entonces cuando Angela Merkel publica un artículo sonado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung -22 de diciembre- criticando abiertamente la actitud de su jefe de filas y reclamando a su partido que “aprendiera a andar solo, a tomar su propio camino como cada cual hace cuando llega a la pubertad”.

¿En qué consistía el escándalo de las donaciones? En el turbulento -para la CDU- noviembre de 1999, un juzgado de Augsburgo dicta una orden de arresto contra el entonces tesorero de este partido imputándolo por evasión de impuestos. Se le acusaba, en concreto, de haber aceptado una donación procedente de un traficante de armas, donación que no había pasado por las oficinas de Hacienda. Es más: ni siquiera había llegado a las arcas del partido pues la cantidad se la habían repartido -suponemos que amigablemente- el tesorero con sus colaboradores. Poco después, nada menos que el secretario general del partido tiene que admitir que, en la era Kohl, la organización se había financiado ilegalmente. Otros antiguos secretarios generales sostuvieron, sin embargo, que nada sabían de tales prácticas.

Y es tras estas declaraciones cuando el propio Kohl confiesa ante las cámaras de televisión y asume toda la responsabilidad política derivada del escándalo.

A los pocos días, se ve obligado a abandonar la presidencia honorífica de la CDU. Se constituyó entonces una comisión de investigación en el Parlamento que sesionó hasta el verano de 2002 al tiempo que se tramitaba el endurecimiento de los preceptos de la ley de financiación de los partidos. A lo largo de las deliberaciones de la comisión parlamentaria quedó demostrado que la CDU poseía grandes cantidades de dinero negro y también una muy sospechosa fundación en Suiza. En estos trapicheos se vieron involucrados nombres importantes de la política alemana, entre ellos, el de Wolfgang Schäuble -presidente del partido, como hemos visto- quien reconoció en enero de 2000 haber recibido dinero procedente de la industria del armamento, a pesar de que en el Parlamento poco antes lo había negado. Pero la rectificación le fue impuesta por el hecho de que una tesorera del partido logró dar muchos detalles que contradecían la versión de Schäuble.
 
La situación de este hombre se hizo insostenible y a mediados de febrero dimitió. La CDU queda entonces descabezada lo que refuerza la posición de Angela Merkel quien ostentaba -lo hemos visto- la secretaría general.

Se abre entonces un debate intenso en el partido a lo largo y ancho de Alemania de forma que se celebran hasta ocho “conferencias regionales” donde los militantes discutieron en profundidad el escándalo y sus implicaciones. Es en ellas donde se va formando una corriente de opinión partidaria de que Merkel ocupe la presidencia vacante del partido, lo que en efecto ocurre en abril de 2000. Malos tiempos para la CDU. La flamante presidenta sufre, como consecuencia del escándalo, derrotas en algunas elecciones regionales. Es el tiempo en el que el Gobierno rojiverde del dúo Gerhard Schröder - Joschka Fischer campaba por sus respetos en el escenario político alemán.

Y es el tiempo también en el que hay que buscar un candidato para la cancillería porque las elecciones generales se acercan. Merkel no oculta su intención de aspirar al cargo pero tiene un adversario poderoso, Edmund Stoiber, presidente del Gobierno bávaro desde 1993 y dirigente del partido hermano, la CSU. Hombre correoso y con muchos apoyos entre los presidentes de los Länder se convierte en efecto en el candidato a la cancillería con el respaldo ¿entusiasta, fingido? de Merkel.

Pero las elecciones de septiembre de 2002 dan de nuevo la victoria a socialistas y verdes, escasa ciertamente pero victoria. Schröder sigue como canciller después de haberse puesto las botas de agua en las inundaciones del verano. Cuando se constituye el Bundestag, Angela Merkel reclama la presidencia del grupo de la oposición, que consigue. Para hacer desde allí -conviene recordarlo y subrayarlo- un trabajo de colaboración con el Gobierno que acaba vinculando al partido a las grandes reformas sanitaria y laboral que promueve Schröder, cuyo contenido vota favorablemente en el Parlamento.

Y sigue la carrera de la señora Merkel hasta el lugar que hoy ocupa ...

Volvamos al asunto de las donaciones. Merkel, a quien se llamaba entonces despectivamente Merkelchen, es decir, “Merkelita”, consolida su posición dirigente como consecuencia de su firmeza al combatir las ilegalidades amparadas por quien había sido su introductor en las esferas de la alta política alemana. Lo hemos visto con la campanada en el prestigioso Frankfurter y lo completa en enero de 2000 al confirmar que, tras la auditoría de las cuentas de las CDU, quedaba probada la existencia de millones de marcos “de desconocido origen” en las cajas del partido durante la era de Helmut Kohl.

Personaje histórico -la reunificación, los éxitos europeos ...-  caído en desgracia hasta el punto de que una recepción, organizada para celebrar su setenta cumpleaños, es cancelada desde la dirección de la CDU. El presidente del Bundestag impone a la CDU una multa de cuarenta y un millones y medio de marcos y más tarde pierde el partido casi otros ocho millones procedentes de los fondos destinados a la financiación pública de los partidos, como sanción por su comportamiento.

Los medios informativos, el Spiegel, la prensa de Berlín, la televisión, siguieron ofreciendo datos y más datos sobre este oscuro asunto que se completó luego con otros en el seno de la socialdemocracia (Colonia) y entre los liberales (Land de Renania del Norte-Westfalia) ...

Para meditar y afrontar nuestras actuales desventuras, acaso estos datos, extraídos de los anales de la historia alemana contemporánea, puedan servir de ayuda, terapia y brújula.