domingo, 20 de enero de 2013

¡Viajeros al tren!

(Mi última Sosería en La Nueva España)


Signo de sabiduría es acomodarse a los tiempos. Los cambios negativos han de aceptarse con la debida resignación pero los positivos deben ser recibidos con alegría.

Entre estos últimos se hallan los acaecidos en los viajes que hacemos en tren. Hace años era difícil llegar al destino sin haber hecho una nueva amistad o incluso varias. Aquellos compartimentos donde cabían seis o siete personas proporcionaban una cercanía que no existe en las modernas salas donde nos amontonamos veinte o treinta viajeros. Y luego estaban las comidas, el intercambio de viandas:

-Pruebe usted este chorizo que es de casa. Curadito y en su punto.

-No le voy a hacer ascos, no. Pero si me acepta este trozo de bizcocho: huevo, harina y azúcar, aquí no hay trucos ni esas cosas nuevas de los estabilizantes. 

A partir de ahí, una vez reconfortados, venían las confidencias sobre los hijos, sobre el embarazo de la nuera, que lo está llevando mal porque tiene pérdidas, sobre el chaval que acaba de sacar plaza en la guardia civil y me lo han enviado al pobre al País Vasco, sobre el asesinato ese que ha salido en la televisión, qué horror, cómo puede hacer eso un padre a una criaturita ... Siempre solía haber una monja, no muy agraciada pero entrañable, que sacaba unas pastas de las hechas a ley en el convento, ay, madre, qué manos tienen ustedes, quite usted, es que el Señor nos ayuda, y por ahí seguido ...

Esta escena es imposible ahora.

Cada quien va con un adminículo metido en el oído y un ordenador o una tableta delante repasando el último partido de balompié o una película de animación, a veces la decoración del viajero se completa con un collarín que le protege las cervicales. Todos muy serios, por supuesto sin decir una palabra al vecino, lo que por otro lado sería inútil ya que no nos oiría, parapetado como se halla tras sus trebejos electrónicos.

Con todo, el mejor de los compañeros de viaje es el que instala su oficina en su asiento del tren. Se sienta, tira de laptop, se enchufa el auricular, saca el móvil y empieza la ronda de llamadas: acuérdate, Concha, de mandar por mensajero la nueva versión de la propuesta que hicimos en el último comité y dile a Vicente que ni se le ocurra llamar a los de Sevilla, que llamen ellos, a ver qué se van a creer, no te olvides de darme el nombre de la última aplicación de comparativas operacionales, y los del pedido de la semana pasada que concreten porque así no se pueden hacer las cosas, esta es una empresa seria, ahora te dicto una carta para Sanahuja, se ha cortado, es que hemos pasado un túnel, te decía que te dicto la carta para Sanahuja, a ver si dispara este hombre que es más lento que el caballo del malo ... Y ahí van la carta, el operacional, los topicazos y la madre que los parió a todos.

Situación deliciosa porque además se produce a voces como si nadie creyera en la eficacia de la telefonía. Pero es un medio infalible para que todo el pasaje se ponga al día sobre los entresijos de Segoviana de Cárnicas S.A. Yo me he enterado en el ave a Sevilla del precio ofertado y del regateo subsiguiente de un novillo para un festejo veraniego.

Cuando los logros de la técnica se juntan a la buena educación del vecino, el resultado es esta delicia ferroviaria. Menos mal que un mensaje de RENFE por el altavoz nos pide que por favor bajemos el volumen de nuestros móviles. Eso sí: difundido a grito pelado.    

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