domingo, 2 de junio de 2013

La artrosis, nuestra divisa


Hace años, cuando nació la oveja Dolly, todo eran parabienes en el mundo científico porque se había
logrado clonar un ovino, una experiencia de la que no podían derivarse sino las mejores venturas. El caso era realmente espectacular y se inscribía en el ámbito de los grandes adelantos que debían vivirse en el siglo XXI. En consecuencia, todo el mundo seguía con atención la evolución de la ovejita, su primer diente, la primera comunión, las notas que sacaba en el BUP, es más, las personas propensas a la ensoñación se daban a imaginar ya su primer novio, el traje de boda, los cuernos que pondría, su divorcio, sus nuevos ligues... Dolly era así motivo de conversación fecunda, bien parecida a la que tiene como referencia a uno de esos condes fosforescentes que tanto abundan o a un príncipe de rijo desgobernado o a una cantante de adelantadas tetas y de piel olorosa como una pera en sazón.


En aquel entonces, yo, que tiendo a la melancolía y a hacerme preguntas inquietantes para poder dar adecuada respuesta a mis lectores, me decía: “todo eso está muy bien, Dolly es una criatura excepcional, su educación, en la medida en que no ha sido organizada por el ministerio español del ramo, es extraordinaria, pero, vayamos a lo importante: ¿mantendrá Dolly sus articulaciones indemnes o, por el contrario, tendrá artritis? Y si la tiene ¿cuándo podrá blasonar de ella? ¿en avanzada edad o de joven?”. Estas cogitaciones me venían a la mente porque la divisa que nos distingue a las personas con principios es justamente nuestra comunión en la artritis, resumen de Baroja escribió un largo centenar de novelas pero ya es más desconocido que, como poeta, escribió la “canción de los artríticos”, que es nuestro himno, nuestra marsellesa particular, nuestro magnífico magnificat. Y así cantamos todas las mañanas, con don Pío, “nuestra elegancia es cosa bien manifiesta / nuestra presencia nunca es molesta ... no pueden compararse con los artríticos / los gafos ulcerosos o sifilíticos / somos productos natos de selección / que vamos por la vida con distinción”.


Se comprenderá la alegría que en todos nosotros, artríticos del mundo entero unidos en nuestra común devoción, observantes de la misma disciplina, produjo también la noticia de que la simpática ovejita Dolly proclamó la condición gozosa de artítrica. Alojada además en lugares de verdadero tronío, en la pata trasera izquierda, en la cadera y en la rodilla: ¡ahí es nada...! Los mejores enclaves, los más codiciados. Y es que para quienes pensamos que la vida no alcanza su plenitud sino con la artritis, que la juventud no es más que una sucinta etapa de preparación para la artrosis gloriosa y profusa, el hecho de saber que durante un tiempo Dolly estuvo integrada en nuestro club de privilegiados no fue sino un gran motivo de satisfacción, henchida y reboronda.

Los grandes de la Humanidad han sido artríticos o gotosos que son los parientes cercanos más queridos. Ha habido una edad media de la artrosis, como ha habido un renacimiento, un barroco, una Ilustración. El siglo de las Luces fue espléndido en artríticos gloriosos, si Rousseau herborizaba con Madame de Warens era precisamente para encontrar las hierbas propicias a la artritis, y lo mismo Diderot o Voltaire, artríticos antes que enciclopedistas. Baudelaire se perdía en sus paraísos a la
búsqueda precisamente de su artritismo, que se le resistía. Si las naciones europeas buscaron desesperadamente en el siglo XIX su unidad, así Italia o Alemania, fue precisamente para mejor enlazar a sus artríticos, desperdigados en un sinnúmero de pequeños feudos, lo que les hacía perder sus mejores potencialidades. En España, no lucharon los isabelinos contra los carlistas sino los artríticos contra quienes no lo eran porque se pasaban la vida en el monte, al aire libre, cantando el Oriamendi.

Hoy es claro que la distinción del artritismo solo la podemos disfrutar los dandis, los epicúreos, los decadentes con esplín. Es decir, los sentimentales que escribimos artículos sobre nuestras articulaciones.


sábado, 25 de mayo de 2013

Blando y duro: a propósito de las nuevas lenguas

(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería).



Voces irritadas se han oído estos días por la aparición de dos nuevos idiomas en esa región alicatada de historia que es Aragón donde han descubierto el lapao y el lapapyp. Y
lo han hecho de repente, como quien descubre un nuevo bacilo o una bacteria de prestigio. Hasta ahora los idiomas eran el resultado de la sedimentación del habla de las gentes, de la forma en que estas tenían para expresar por escrito el amor, la cólera, la desesperanza o la alegría y todo ello era en efecto fruto del paso perezoso de los tiempos. Nuestra España actual es sin embargo postmoderna, viva, futbolera, ocurrente, peregrina, chistosa y por eso igual descubre unos idiomas como pone alegremente en circulación una nueva palabra o una expresión. Así por ejemplo desde hace poco “ponemos en valor” todo lo que pillamos a nuestro alcance, que es mucho y de valor.
 
Tal disposición de ánimo, antes que condenarla o ser objeto de burla, debe celebrarse y yo así lo hago en estas líneas.
 
Ahora bien, creo que el descubrimiento de los idiomas lapao y lapapyp tiene más que ver con una exposición fastuosa abierta hace poco en Madrid. Me refiero a la de Salvador Dalí.
Hay en ella un cuadro “emblemático” (este es otro hallazgo reciente), el famoso de los relojes blandos. Según el autor, parece que la idea le vino, una vez acabado un paisaje marino de Cadaqués, de una merienda que hizo a base de queso Camembert y la evocación de su forma, precisamente blanda. Luego se ha ido rellenando el feliz motivo con el tiempo y su fugacidad y con otras recreaciones.
 
Nosotros, con el cuadro y los relojes en la cabeza, hemos empezado a dar vueltas a lo blando y tal parece que estuviéramos descubriendo la riqueza de su contenido y la fertilidad de sus entretelas. Y es por ese camino, bien sembrado de sorpresas, por donde llegamos al lapao y el lapapyp que serían así idiomas blandos, por contraposición a los idiomas rígidos y estrictos, aquellos -como el español- sometidos a las normas severas de la Docta Casa, a los diccionarios, a la sintaxis y a otras pelmadas que solo sirven para suspender a pobres chicos obligados a robar tiempo a la “Champions”. Tenemos así en el solar patrio conviviendo idiomas tiesos y tan endurecidos como las arterias de un valetudinario e idiomas blandos, templados y suaves.
 
¿Quien puede negar que es una muestra más de nuestra riqueza, de nuestra condición de “cráneos privilegiados” como hubiera dicho Valle-Inclán? (por cierto hay que traducir su obra cuanto antes al lapapyp).
 
Creo, sin embargo, que nosotros, antes que el cuadro de Dalí nos lo recordara, ya habíamos dado con lo blando y por eso hablamos desde hace tiempo del “derecho blando” (lo decimos en inglés como políglotas que somos: soft law), del fútbol blando, del tenis blando ...  O describimos el despeje blando de aquel futbolero, y en el ámbito de los toros, decimos que se lidió un sobrero blando o que el encierro en su conjunto fue blando. Y así sucesivamente ...
 
Y es que España, en su conjunto, se nos ha vuelto blanda, esponjosilla, dúctil, un sí es o no fluida. Hoy su imagen, en vez del toro de Domecq, acaso sea la de una botella de gaseosa, blanda por supuesto, de la que se desprende una espuma abatida.

domingo, 12 de mayo de 2013

Tallas femeninas

(Hace unos días me publicó La Nueva España mi última Sosería)


Resulta que se ha gastado un millón y medio de euros y se ha molestado a diez mil mujeres para medirlas con el objeto de ¡unificar las tallas de las españolas!
Más: se ha firmado un convenio entre una comunidad autónoma, otra heterónoma y el Estado menguante que tenemos para ultimar un estudio antropométrico de la población femenina y otro parecido entre la industria de la moda y el (in) competente ministerio para “promover una imagen saludable de la mujer”. Y, por último, se ha reformado el mundo de los maniquíes de los escaparates con no sé qué otro diabólico designio.
 
Y todos: el ministerio y la industria están en trance de absoluta desesperación porque tamaño ajetreo ha resultado un fracaso de dimensiones cósmicas: “no ha servido de nada” se lamenta un portavoz con una voz que no le sale al pobre del cuello de la camisa. Y otro de una organización de consumidores, que halló diferencias de hasta diez centímetros, constataba el muy felón esta realidad como una desgracia.

 
Pues menos mal, señores medidores y uniformadores, les espetamos desde estas Soserías, lugar donde el buen sentido anida sus huevos. Naturalmente que las mujeres españolas no se dejan unificar ¡y a mucha honra! Las mujeres españolas, señores del ministerio y de las fábricas, exhiben una absoluta y ubérrima disparidad, se enorgullecen de sus ricas y proteicas diferencias, no se dejan encasillar en moldes ni en formas homogéneas y exhiben a los cuatro vientos sus hechuras abundantes o moderadas, el caudal de sus encantos y el torrente invadeable de sus atractivos.


¿Hay algo de malo en ello? En su locura, estos uniformadores -que deberían estar en la cárcel uniformando la cadencia de sus días y sus horas- han pretendido clasificar las curvas femeninas en tres tipos: cilindro, campana o diábolo. Es decir, que habría la mujer cilindro, la mujer campana y la mujer diábolo. ¡Y un cuerno, caballeros ...! ¿Cómo no hay voces y ecos y rugidos arremetiendo contra tanto rupestre atropello?
¡La estética sometida a una hoja de contabilidad, a las devastadoras columnas del debe y del haber! Y todo para que a la industria les salga más barata la fabricación de blusas, de sujetadores o de chaquetas. Pues a gastar dinero, señores industriales, y a reconocer que por fortuna se las tienen que haber con personas, no con maniquíes ni monigotes sino con seres humanos que no dejan pasar una porque derrochan singularidad, galanura y majeza. Y gastan la talla de pecho, de cintura y de cadera que les da la real gana y les conviene.
 
Cilindro y campana ... ¿Habráse visto mayor desvergüenza? Estas mediciones son idénticas a las de un orate que tratara de medir la risa o los cantos o las olas o los besos o las esperanzas ... Por favor, señor de nuestros avatares ¡que nuestros ojos cansados no alcancen a ver jamás semejante infortunio!

domingo, 28 de abril de 2013

Deyecciones de artista


Los revuelos se arman por una nadería que aparece en los periódicos. Toca ahora a ese artista que ha
entrado en el Museo de Nueva York, es decir en una catedral consagrada, y ha colado allí unas obras fruto de su estro imaginativo que representan un envase de una lata con tomate frito, un trozo de una antena parabólica y un escíbalo metido en una botella que albergó en sus días de gloria un anís reputadísimo. Para quienes se han formado en la enseñanza desleída propiciada por los últimos gobiernos aclararé que “escíbalo” significa excremento, palabra ya más a mano, con perdón por lo de la mano tratándose de la aludida sustancia.

¿Y dónde está lo sorprendente en la pretendida hazaña del polizón del museo neoyorquino? Me parece que lo del tomate ya lo hizo hace años Andy Warhol y anda entronizado en las historias del arte y el resto de los objetos son evidentes muestras de fecundidad artística. En la época presente, lógicamente.

Porque a los antiguos, y en general a los funcionarios con muchos trienios, nos gusta la Venus del Espejo que se contempla sus abundancias y sueña con ponerlas al servicio de un caballero verriondo. Nos gusta también el cuadro de la vieja friendo un huevo porque es todo un monumento a la gastronomía sencilla e inmortal, nos gusta la luz de un Vermeer que entra de puntillas en una habitación para acariciar a una doncella que toca la espineta y se toca con un moño coqueto. Y la familia de Carlos IV que se retrató unida porque solo la familia que se retrata unida permanece desunida. Y los mondongos de ese caballero que se somete a una lección de anatomía. En fin, disfrutamos con un moro de Fortuny porque nos recuerda que Alarcón escribió un libro sobre la guerra de África que debemos olvidar.


En general, estos objetos de arte son espléndidos para muchos pero debemos convenir que cada día somos menos y, además, somos personas superadas por los acontecimientos y a punto de entrar en la cacharrería de la historia, en el pudridero de la indiferencia colectiva.

Ahora bien, procede dar a cada cual lo suyo. Porque lo que el artista ha metido de matute en Nueva York nos parece una maravilla admirable si se compara con lo que cuelga en las salas de arte contemporáneas. Quiero decir que prefiero una antena parabólica, que estimula la imaginación porque gracias a ella se puede ver mucho mundo en zapatillas y sin salir de casa, a un punto rojo en un cuadro blanco y ¿qué decir de la deyección? una auténtica filigrana si la ponemos al lado de un paralepípedo soso y avitaminado que tiene a la nada por compañía. Hay quien ha puesto un orinal en la esquina de una habitación vacía y desinfectada y se ha celebrado su ocurrencia como si hubiera parido a la Venus de Milo y una máquina de escribir con sus dientes averiados es para el crítico de hoy una versión renovada -y laica, como Dios manda- de la Piedad de Miguel Ángel. En un museo al que entré en una ciudad alemana era exhibido el extintor de incendios con orgullo pues se trataba nada menos que del primer premio de una antológica celebrada en otra ciudad alemana que no puedo poner aquí porque lleva un nombre imposible por su longitud burlona y porque alberga varias diéresis desafiantes.

¿Qué es lo que degrada a ese artista a la condición de malhechor? ¿por qué se le tiene por falsario? Por una razón sencilla: porque no ha pagado el peaje al marchante ni se ha sometido a la extorsión de quienes controlan las páginas especializadas de las grandes revistas. Tal es su pecado del que solo se redimirá si acepta las reglas del sacramento que se administra en museos y salas de arte. Este señor se ha tomado en serio esa idea que circula por ahí según la cual el artista es un trasgresor que se inventa el mundo y lo decora con sus ingeniosidades sin reparar que hay asuntos que no admiten variaciones alteradoras de los abusos tradicionales.

¡Álma de cántaro! A esta criatura, si le dejamos en sus naturales inclinaciones, intentará entrar en el próximo Cónclave de Roma vestido de torero. Sin saber que hay que ponerse el capelo para poder tomar el pelo.


jueves, 18 de abril de 2013

¿Es útil el Gobierno de la UE?




No es fácil explicar los acuerdos que se toman en el seno de las instituciones europeas y menos en
nuestros días en los que abunda la fácil descalificación. Tal actitud no es nueva pero tiene hoy un eco mayor como consecuencia de la crisis y de la desesperación de muchos ciudadanos. No es nueva porque entender el funcionamiento de la Unión Europea es difícil teniendo en cuenta que en ella conviven dos almas: el alma europea representada fundamentalmente por el Parlamento, la Comisión y el Tribunal de Justicia, y el alma de veintisiete Estados que defienden sus posiciones en el Consejo europeo y en los Consejos de ministros. Se comprenderá que, en tales condiciones, llegar a acuerdos, resultado de la composición de intereses muy distantes, sea tarea diabólica. Si ya Montesquieu nos ilustró en el siglo XVIII sobre la influencia en las sociedades, en los hombres y en sus leyes de las condiciones geográficas, climáticas etc, cálculese lo que ocurre en un espacio común que es expresión de la más perfecta policromía.

Y sin embargo, en medio de muchas dificultades y de embrollos desesperantes, se adoptan decisiones que contribuyen a reforzar el gobierno europeo y a dotar de cierta unidad a la acción económica. Tal es el caso de las referidas a la supervisión presupuestaria en la llamada “zona euro” (los diecisiete Estados que utilizan la moneda común europea).

¿En qué consisten y por qué son necesarias? Si aceptamos que en una zona monetaria común los presupuestos que cada Estado aprueba, en el ejercicio de su soberanía, tienen efectos indirectos en los países vecinos, parece claro que alguien deberá estar atento a que no se adopten políticas presupuestarias que puedan resultar perjudiciales para el conjunto de unos países que suben la misma montaña de la crisis. Y es que nadie puede dudar acerca de la mutua dependencia en la que vivimos ni de la necesidad de unas “cuerdas dinámicas” que nos unan y nos aten para evitar la caída en el precipicio de la bancarrota. Si lo queremos decir invocando a los clásicos, ya Plauto nos cuenta que en la vieja Roma se avisaba de que “mal le va a quien tiene un mal vecino”. O sea que el asunto viene de la noche de los tiempos.  

Acaso inspirados en esa sabiduría latina, el Parlamento y el Consejo ya aprobaron en 2011 un paquete de medidas legislativas destinadas a reforzar la coordinación de las políticas presupuestarias en toda la Unión Europea. La novedad de lo que ahora está en marcha es que las nuevas normas, cuyo fundamento se encuentra en el artículo 136 del Tratado de funcionamiento de la Unión Europea, están pensadas exclusivamente, como hemos adelantado, para los países que manejan el euro como moneda nacional. Concebidas además como un complemento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, introducido en 1997.


¿Cómo habrán de funcionar? Sobre la base de un calendario presupuestario común que obliga a los Estados a publicar sus planes a medio plazo y sus prioridades de crecimiento y empleo así como sus proyectos de presupuesto. A la vista de ellos, la Comisión, si observa graves incumplimientos de las obligaciones previstas en el citado Pacto, invitará al Estado a revisar su plan.  En aquellos Estados que estén sometidos a procedimiento de déficit excesivo se refuerza la supervisión de la Comisión pues el Estado habrá de facilitar información adicional periódica acerca de las medidas internas que haya adoptado para superar tal situación, amén de  atender las recomendaciones del Consejo.


Previsiones muy importantes incorporadas por el Parlamento europeo para los Estados que reciban asistencia financiera, son: de un lado, la Comisión deberá garantizar que los recortes presupuestarios acometidos por los Estados no afecten al crecimiento o al empleo ni a la inversión en sanidad y educación; de otro, la posible fijación de calendarios más flexibles con el fin de no sumir en la ruina a los países con problemas de atonía económica.


Lo interesante de todo este ajetreo es que hace muy poco tiempo nadie hablaba del gobierno económico de Europa y hoy, sin embargo, es un lugar común, fuera de los círculos contrarios a la construcción europea. Es verdad que todo se hace a base de progresos y de retrocesos y que a muchos nos alegran los primeros y nos impacientan los segundos. Pero lo cierto es que se trata de un avance más en el camino hacia la unidad política europea, todavía hoy embarazado por obstáculos muy relevantes.


¿Y qué pasa en España? Aparentemente contamos con adecuados instrumentos jurídicos porque se
reformó la Constitución y se aprobó la ley orgánica “de estabilidad presupuestaria y sostenibilidad financiera” para poner en pie técnicas destinadas a hacer posibles unas sostenidas políticas del Estado, supuesta la limitación de recursos económicos. A su tenor, las Comunidades autónomas deben informar sobre las líneas esenciales de sus proyectos de presupuestos y, a la vista de ellos, la Administración central puede advertir acerca de la conveniencia de introducir técnicas correctoras, si se aprecia riesgo de incumplimiento de los objetivos establecidos. Después, si se producen tales incumplimientos, hay prevista una invitación a la Comunidad para que presente un plan económico y financiero. Tan solo ante su desobediencia recurrente y obstinada son posibles las medidas coercitivas y sancionadoras.


No quedan ahí los mecanismos de supervisión financiera, porque la crítica situación de algunas Comunidades autónomas ha generado nuevos planes económicos para facilitar la liquidez que, a su vez, permiten al Gobierno requerir más información financiera, examinar su actuación, proponer ajustes ... Es decir, existen medios engrasados.  


Sin embargo, a la hora de usarlos, todo es renuencia y aplazamiento. Actitud que contrasta -y esto es lo relevante- con la rapidez empleada para aprobar recortes dolorosos que afectan a colectivos como son los funcionarios o los pensionistas, o que generan desigualdad, como la subida del impuesto del valor añadido, que iguala a todos los ciudadanos con independencia de su patrimonio (en lugar de afrontar una reforma tributaria que garantice el principio de progresividad establecido en la Constitución). Como decimos, esta agilidad, tan facilona para el gobernante, se trueca en escrúpulo y dengue a la hora de garantizar la estabilidad presupuestaria de todas las Administraciones públicas y mantener unas políticas comprometidas en tratar de forma desigual a los desiguales.


Ello obliga a mirar esperanzados hacia la Unión europea que, en el largo camino hacia la unidad
política, va a imponer -como hemos visto- el objetivo de evitar, en esta hora de tribulaciones, que se afecte a la sanidad, la educación, la inversión productiva y el empleo. Es decir que se trata de desterrar el uso de la tijera allí donde se justifica el ser mismo del moderno Leviatán, monstruo ciertamente pero monstruo que permite mantener viva la fantasía de la justicia y las quimeras.  

Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes.

Publicado el día 16 de abril en el periódico El Mundo.

domingo, 14 de abril de 2013

Polvo eres...

(Hace unos días La Nueva España me publicó esta Sosería).


Todo muere, polvo eres y en polvo te convertirás, ars longa, vita brevis y así seguido reza un número indefinido de expresiones, aforismos y refranes que nos recuerdan la condición de mortales, de nosotros y de cuanto nos rodea. La muerte es condena pero también liberación como nos enseña Cervantes en «La Galatea»:

 «mas todos estos temores
que me figura mi suerte
se acabarán con la muerte
que es el fin de los dolores».



Pero incluso esta, la muerte, tiene su fin, tal como proclama la tradición cristiana al defender la resurrección de los muertos, las trompetas del Apocalipsis y demás. O sea que la vida tiene su fin pero también el suyo la muerte. Que esto es un galimatías nadie lo puede negar pero tampoco que se apoye en las mejores tradiciones y en una fecunda e ingeniosa imaginación.


Pues ¿y el amor? ¿Es necesario hacer hincapié en lo delicada que es esta flor, fugitiva como el despuntar de la aurora? Páginas y páginas han ocupado los poetas para referirse a sus efímeras diabluras, a su inconstancia, al dolor del enamorado que pierde de pronto a la linda Belisa o a la bella Filis... El amor como un sueño, como un imposible, como un fantasma esquivo, una sombra, el relámpago que sin acabar de lucir ya se le puede dar por apagado. Miles de flores naturales se han ganado en los certámenes literarios de pueblos y villas por jóvenes inspirados que han sabido exprimir estas ideas que vienen de los griegos, de los babilonios y de otros pueblos egregios y con muchos trienios en la Historia. Grandes prestigios se han labrado batiendo en endecasílabos suspiros, gemidos, recuerdos, labios, galanuras y hermosuras.


Así es todo de fugaz. Menos el yogur. Porque respecto de este inocente producto fabricado con leche,
que empezó siendo alimento de enfermos y dispépticos y hoy es desayuno, postre y cena de personas sanas y en el uso cabal de su mejor circunstancia, se ha decretado por el gobierno que no está sometido a caducidad.

Hasta ahora tenía el yogur un plazo de vida, bastante corto, nada que ver con los plazos que rigen la de los pleitos en el mundo judicial que se miden -como sabe cualquier abogado- por eras geológicas. El fin inminente del yogur, veinte, treinta días a lo sumo, pendía sobre él como una condena bíblica. Transcurridas esas fechas, el yogur abandonaba su cómoda vida en la nevera o en los anaqueles del supermercado y pasaba directamente al humillante cubo de la basura. De nada servía ya: no solo sus propiedades curativas se habían extraviado sino que incluso podía despertar elementos patógenos que en nuestro organismo vivieran un estado de inofensiva vigilia. Desde hace unos días empero la orden es clara: el yogur carece de caducidad por lo que puede tomarse en cualquier momento cualquiera que sea la fecha de su venida al mundo y de su envasado.


«Hay golpes en la vida tan fuertes...» exclama César Vallejo en sus «Heraldos negros». He de confesar que para mí este de la inmortalidad del yogur es uno de esos golpes que exigen mucha entereza para superarlo. ¿Cómo se puede entender que el yogur no esté aquejado de la brevedad que nos acorrala y determina nuestra existencia? Es difícil pero como así lo quiere la autoridad, las personas sentimentales debemos abanderar sin demora un movimiento que exija la resurrección de todos los yogures caducados que en el mundo han sido.

domingo, 7 de abril de 2013

Clases para ligar

(Hace unas semanas me publicó La Nueva España esta Sosería)


Ahora que estamos a vueltas con la reforma de las administraciones locales es ocasión de recordar que son varios los ayuntamientos que ofrecen cursillos a los jóvenes de su territorio para aprender a ligar. Uno, en su infinito atolondramiento, creía que era esta una inclinación innata en el ser humano, la de seducir y ser seducido y que por ello no necesitaba de explicaciones ni de adiestramiento municipal. Tan solo práctica: me miras, te miro, me hablas, te hablo, quedamos, charlamos ... y por ahí hasta que se fragua el ligue que es, según el DRAE, “entablar relaciones amorosas o sexuales pasajeras”. Pues se entiende que, cuando dejan de ser pasajeras y se convierten en estables, entonces ya estamos ante el matrimonio en sus diversas formas: por lo canónico, por lo hipotecario, por lo contencioso ... 

Si esto es así ¿a qué viene la necesidad de organizar cursillos especializados? En una de esas ofertas se asegura que se enseñará a hacerlo “de forma sana” y combatiendo “los estereotipos”. Resulta difícil comprender lo primero porque lo contrario de sano es insano y la pregunta es ¿puede haber algo de insano en el acercamiento entre dos personas con esos fines amorosos o sexuales de que habla la Academia? Todo lo contrario, parece la forma más normal de adentrarse en el intercambio de esos regalos etéreos, ansiosos, a la vez signos y semillas, que son los prolegómenos del amor. Es el momento en que se soplan las ilusiones para hacer con ellas burbujas y se experimentan los abandonos, el momento de caer en una exaltante languidez, de aspirar aromas, de hilar cosquillas, de desfrenar los labios.

Lo de “combatir los estereotipos”, sin embargo, ha de celebrarse porque nada le conviene más a la sociedad y a quienes somos sus víctimas que cultivar la lucha denodada contra el estereotipo y declarar la guerra al lugar común, tumba donde yace sepultado el ingenio. Pero precisamente si hay un espacio donde los tales estereotipos han de conservarse como las monedas más valiosas y seguras es en el campo del ligue y de las relaciones amorosas. Pues en ellas, el Amor, estatua gozosa y riente, preside los diálogos más repetidos del mundo, los más manoseados y sobados, los que han recorrido siglos, continentes, imperios, reinados y pontificados. Pues para él, para el Amor, las estaciones, el clima o los meses no son sino pingajos despreciables, desechos sin relieve ...

Es en el interior de esa estatua imbatible  donde se guardan -como en un cofre- las mismas palabras que resuenan desde los lejanos tiempos en los que empezaron a cantar los ruiseñores y a florecer las rosas entre espinas. Son palabras eternas, como eterno es el rumor del agua, como eterno es el ceño fruncido de las tempestades o del clamor de los vientos, pues las palabras de dos enamorados son palabras sin principio ni fin (en eso consiste “lo eterno”), palabras que tienen algo del murmullo incansable de la caracola. 

Por tanto se verá que es una estafa lo que anuncian los ayuntamientos. Es posible que la juventud haya perdido en formación, en lecturas y en conocimientos, consecuencia de las reformas de los gobiernos, esas sepulturas donde parece enterrado definitivamente el buen tino, todo eso es probable. Pero no es posible que la ignorancia de los jóvenes haya llegado al extremo de tener que enseñarles los primeros palotes del acercamiento amoroso y de sus trucos, del “coqueteo” como se decía antes de inventar la palabra esta del ligue.

Señores municipales: el ligue, el coqueteo, el amor son versos de un poema que el Ayuntamiento es incapaz de recitar. Es inútil buscar a un “monitor” de ligue como es inútil buscar un soneto entre las cláusulas de la concesión de la recogida de basuras.