martes, 5 de enero de 2010

El debido homenaje

La siesta es la orilla de la dicha, el momento mágico que sirve para cruzar hacia el espacio placentero de la ausencia, el lugar donde la materia se hace ficción y donde la nada adquiere los atributos del éxtasis. La siesta, cuando se hace tangible, es de una esponjosidad sin límites, porque nos hincha las velas íntimas y nos prepara para los mejores aciertos. Asunto sustancioso el de la siesta. “Yo tengo un cuñado que duerme siestas de orinal y padrenuestro” es una frase que se ha oído siempre a las personas que quieren presumir de cuñado.

¿Alguien cree que nos hubieran enviado los europeos tantas calamidades si hubieran practicado la siesta? La siesta interrumpe los malos pensamientos y hasta las guerras y las batallas hay que paralizarlas para rendirle el culto debido y la trampa está en que, cuando uno se despierta, ya se le han pasado las ganas de matar enemigos, más aún: es que no se ven enemigos por parte alguna, convertida toda la humanidad en un concierto con rondó final de virtudes firmes. Y todo por haber descabezado un sueñecito que es lo mismo que darse un baño con los jabones de la armonía, la mejor arma -y la más desconocida- del pacifismo. La siesta es una goma con la que es posible borrar aquello que está saliendo torcido en el documento de nuestra vida.

A Mallarmé se le ocurrió escribir sobre la siesta de un fauno y no es extraño que en seguida Manet le pusiera ilustraciones y Debussy música. Porque una siesta se puede pintar como se pintó la sombra del mar y también se puede musicar con esas notas que se columpian de los barrotes de la cama. Los únicos artistas que saben poco de la siesta son los escultores porque las estatuas o son yacentes o están normalmente mal de la cabeza (o simplemente descabezadas) y no descansan. Pero ¿quiere usted ser de verdad estatua?

Además la siesta, como tiene mucho de regalo, se puede ofrecer a un amigo convaleciente de insomnios. La siesta es muerte de las buenas porque es provisional, de mentirijillas, un paréntesis entre pecado y pecado, la pausa para despertar y encontrar virgen a la la vida. Duerman todos la siesta y no jueguen con las cosas de comer. O de después de comer.

viernes, 1 de enero de 2010

Jefe y modelo de empresarios

Un empresario de mucho tronío, jefe por más señas de los empresarios españoles, acaba de declarar: «Yo no hubiera comprado jamás un billete de avión de esa compañía». Cualquier persona, habituada al mundo del trasiego comercial y del «marketín», aseguraría que la tal compañía era justo la que a él le hacía competencia y le desbarataba los números de la cuenta de resultados. Lo sorprendente es que es la suya propia. Es decir, que él -el empresario reconocido- no adquiriría jamás sus propios productos. Mayor sinceridad no cabe y como es poco frecuente tal actitud en el mercado, pues debe saludarse con el reconocimiento debido.

Es verdad que este hombre podría haber anunciado esa su determinación antes y no ex post y así hubiera preservado mejor a sus clientes de errores fatales. Pero como estamos ante un cambio muy ambicioso en las costumbres mercantiles es bueno que los pasos se vayan dando poco a poco. Lo contrario sería hacer una revolución y ya sabemos en qué paran la mayoría de ellas: en un dictadorzuelo que se las merienda en algarabía de muertos y en manguera de sangre.

Más prudente resulta hacer las cosas paso a paso y, es justamente en este sentido, en el que la declaración del empresario glosada adquiere su magnífica dimensión. De momento ha dicho, a toro pasado, que él jamás compraría lo que vende. El próximo paso será hacerlo, a toro pasando, es decir, cuando mayor es el peligro y más acusada la emoción. Tiempo al tiempo, que todo se andará si avanzamos con mesura.

Pues se convendrá conmigo que uno de los grandes inventos de la modernidad ha sido el «marketín» (que rima con «maletín»). Incluso se enseña en la Universidad, como antaño, en épocas más aflictivas, se enseñaba el latín, y hay cursos, másteres y doctorados en este ramo que pasan por los más codiciados de la oferta docente. Ser hoy especialista en «marketín» es como haberlo sido ayer en las enfermedades del aparato urinario o en la ley hipotecaria. Un prestigio inmenso y una gloria para las familias de prosapia. Se complementa el «marketín» con otra materia «curricular», el llamado «mercadeo» que en español se dice «merchandising». Juntos forman lo selecto de lo más selecto en punto a modernidad y pujos comerciales.

Sin duda, la conjunción de estos saberes es lo que ha llevado al empresario citado a hacer esta afirmación de desmesurada honradez. Pero como estamos ante ciencias vivas que no paran de renovarse y expandir sus fronteras, procede ahora seguir sus avances y, sobre todo, empezar a pensar en extender sus enseñanzas a otros ámbitos de la realidad.

¿Qué tal si un obispo protestante dijera en el sermón dominical que él jamás se apuntaría al credo luterano? ¿Y si un rector anunciara a los estudiantes que quisieran matricularse en su universidad que él no lo haría ni nubladas las entendederas por el alcohol? ¿O un escritor anunciara en la contracubierta que hay que estar muy zumbado para adentrarse en las páginas que ha perpetrado? ¿O un político, finura de todas las finuras, asegurara que sus siglas son las que deben evitarse a todo trance a menos que se quiera ver reducido su país a escombros y ruinas?

Por ahí deberían circular los nuevos modos en este año que asoma su coturno y en el que es preciso destruir mitos y certezas. Ésta, la de abrir un nuevo capítulo en la disciplina del «marketín», se perfila como muy estimulante.

Yo empiezo anunciando a mis lectores, para ponerme al día, que a nadie se le ocurra leer en el tiempo venidero una sosería.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Gordos/as

Se veía venir porque la situación se agravaba día a día: los gordos se han puesto en marcha y anuncian la guerra contra su discriminación, a favor pues del respeto a los kilos, a las altivas y desafiantes panzas y a los aspectos orondos, frutos del yantar entregado y del reposo practicado con abnegación y convicción. Ha sido en la ciudad americana de San Francisco donde el Ayuntamiento ha tomado ya las primeras medidas de protección del gordo/a como respuesta a un anuncio de un gimnasio/a que, para ganar clientes, amenazaba con el siguiente eslogan: "cuando vengan los extraterrestres, se comerán primero a los gordos". Una ciudad, como la aludida de América, proclive a creerse las especies más pintorescas, había de caer necesariamente en esta mentecatez de desprecio a los gordos, tan propia de papanatas.

No pasa una semana sin que nos salga un nuevo colectivo (como ahora se dice) de marginados, una nueva minoría a socorrer, la sociedad toda se acabará convirtiendo en una suma de pobres minorías en la que será imposible advertir dónde está la mayoría, y sin embargo, el gordo, mayoría verdadera y océano en que convergen ríos de estímulos positivos, sufre cada día la segregación más despiadada cuando no se convierte en objeto de crueles burlas, de irónicas puyas alusivas a su conformación holgada o a las hechuras de su buche. El único gordo bien visto en la sociedad moderna es el gordo de Navidad. Muchos puestos de trabajo están vedados a quienes desplacen un buen volumen y los reclamos de la moda están protagonizados invariablemente por caballeros esbeltos y damitas anoréxicas, escurridas y como escupidas, a las que dan ganas de comprarles uno de esos bocadillos de chorizo que se instalan directamente en las caderas, ese lugar excelso del pecado, boya de la lascivia, rompiente del regusto, artimaña, filigrana, fogarada de mil calores, forjadura de los mejores anhelos.

Olvidamos que, como escribía Fernández Flórez, más allá de los cien kilos no hay maldad, de la misma forma que no existen elementos patógenos más allá de los mil metros de altura o de los cien grados de calor. Edgar Neville, que era un feculento de solemnidad, túrgido como un templario, aseguraba que para saber si gozaba de una erección debía mirarse en un espejo pues que su epigastrio se alzaba en el camino de su visión como una barrera butirosa, fofa pero insolente. Entre los escritores quien está flaco y gasta formas espiritadas es que no vende.

Rossini a buen seguro no hubiera podido escribir "La Italiana en Argel" o "la Cenicienta" y, sobre todo, no hubiera podido inventar los canelones que llevan orgullosamente su nombre si no hubiera sido un hombrón con gloriosa enjundia de mantecas. Don Salustiano Olózaga, que fue uno de nuestros políticos más ingeniosos y que mejores fracasos cosechó en su época (lo cual dice mucho a favor de su éxito en la historia), dirigía la "Sociedad de amigos de la Cuchara" que es fácil imaginar no estaría compuesta por remilgados consumidores de acelgas, la comunión del tísico. Y así tantos otros.

En la actualidad los únicos artistas que se han tomado en serio los kilos y los han hecho objeto de su mimo son el pintor Botero cuyas ufanas creaciones pueblan calles y plazas adornándolas con sus destellos de satisfactoria pringue y la escritora Carmen Gómez Ojea que saca muchas gordas en sus novelas y cuyo "granate de amarilis" es un justo homenaje a las mujeres pingües y una exhortación a que abandonen complejos y pamplinas. ¿Hay algún poeta que haya dedicado una buena composición al gordo? Pues si no lo hay, es urgente convocar unos juegos florales con el gordo como protagonista.

El gordo representa la circularidad y lo circular es, en la mitología, el símbolo de la eternidad ya que no conoce ni el principio ni el fin y el círculo vicioso es un sofisma estupendo, lleno de atractivos y hechizos. Loa pues al gordo y al círculo mágico de esa banda de seda que ciñe su cintura.

lunes, 28 de diciembre de 2009

Turrón


La exquisitez del turrón se comprueba si pensamos que nos permite sobrellevar hasta una reunión familiar.

domingo, 27 de diciembre de 2009

La democracia escoltada

(Ayer, sábado 26, publicó el periódico El Mundo este artículo mío).


La legislatura avanza entre trompicones y sobresaltos, enredada en asuntos diversos. Animados por la mejor intención, hay quienes despliegan una habilidad caliente para inventar problemas que llevan a cocinar desaguisados mayúsculos. A la vista de lo que ha ocurrido a día de hoy, no está mal la cosecha de año y medio de desvelos parlamentarios. Sin embargo, hay algo de lo que apenas se habla y, si se hace, es siempre en voz baja o en un imperceptible balbuceo.

Me refiero a ese objeto dormido, solitario, que vaga como un gorrioncillo perdido por los pasillos del edificio constitucional y que llamamos «reforma de la ley electoral». Han pasado muchos años desde que se diseñó el sistema actualmente vigente, por lo que el buen criterio impone revisarlo y ponerlo a punto agradeciéndole educadamente sus virtuosos servicios. Porque es un hecho que, tras las elecciones de 2008, fue tan clamoroso el dislate resultante del reparto de escaños (hubo dos partidos que, con el mismo número de votos, obtuvieron seis y un escaño respectivamente) que el propio Gobierno encargó al Consejo de Estado la elaboración de un dictamen que permitiera afrontar este problema de manera sólida y, al mismo tiempo, respetuosa del orden constitucional. Hace ya largo tiempo que este dictamen ha sido evacuado con la solvencia esperable, como hace ya largo tiempo que se encuentra constituida una Subcomisión parlamentaria a la que se encargó abordar este asunto.

Las noticias más benevolentes dicen que la tal Subcomisión duerme un sueño envuelto en espesura de silencios. Según me cuentan, a veces, una voz velada la requiere y, entonces, animosa, abre un ojo, se despereza, se yergue incluso, hasta que de nuevo alguna pócima, administrada por un malandrín o follón, la sepulta en su abismo. Y allí, a ese arcano, se lleva sus secretos, especialmente el que podría despertar a nuestra democracia.

Pues sépase que es la nuestra una democracia dormida y, como luego se verá, escoltada. Una democracia que, acunada por la nana de la derecha y la izquierda, parece haber encontrado postura en una siesta profunda, en una de aquellas siestas antiguas, de oración, pijama y orinal. Siesta peligrosa porque no es intervalo, la pausa imprescindible para tomar fuerzas, sino que tiene todas las trazas de convertirse en un descanso prolongado y pegajoso como légamo oscuro.

Buscar una fórmula para despabilar a la durmiente Subcomisión debería ser tarea urgente de los demócratas. Porque la democracia es un sistema delicado, frágil, que como tal exige cuidados y desvelos, la vigilia de sus seres queridos y cercanos. Para que no desfallezca, para que conserve su lozanía y no se agriete, ni quede a la intemperie, menos en las garras de sus enemigos. Porque no existe sistema alternativo que nos garantice una vida pacífica y de entendimiento mutuo, la democracia ha de estar provista de antenas sensibles que sepan captar aquello que en la sociedad -cuyos destinos rige- bulle y se mueve. La democracia, como ser vivo, ha de absorber los nutrientes que le permitan regenerar sin desmayo su cuerpo, abrillantarlo, tensar sus alas y, al tiempo, conjurar sus zozobras y acallar los gritos de muerte helada de sus demonios. La democracia necesita la mano audaz de la energía, la flauta de la imaginación, el bullicio en sus intimidades de la sangre hirviente de la virtud cívica.

Una democracia rígida, que no admite variaciones en su seno, se acaba convirtiendo en una democracia orgánica, yerta en sus eternidades y en la inalterabilidad de sus principios gloriosos e inamovibles. O en una de esas democracias tramposas que han instaurado donde han podido los comunistas, esos grandes secuestradores precisamente de la democracia y de las libertades a lo largo de todo el siglo XX.

La democracia no puede ser una estatua a contemplar, la piedra cincelada de una vez por todas por la mano del artista. Por el contrario, la democracia ha de saber alargar su cuello para ver las extensiones en las que cuaja el porvenir; ha de llevar en sus entretelas el gusto por la renovación de la vida en libertad. Debemos dejarnos acompañar por ella como la sombra que refleja el ansia implacable de justicia.

Si todo esto es así, es evidente que una democracia no puede caminar escoltada por dos gendarmes que, además, siempre son los mismos. Porque esto lleva a que el espectador se canse, se hastíe y le vuelva la espalda. La democracia es a veces comedia, a veces drama, siempre un poco de teatro. Y es tal condición la que obliga a renovar los decorados, el vestuario y los artistas. Para evitar el vacío de la sala mayormente.

Este peligro del vacío, es decir, de la abstención, se ha hecho visible en España en muchas ocasiones, a veces memorables, la más clamorosa de las cuales fue el referéndum del Estatuto de Cataluña, una necesidad angustiosa de un pueblo que él mismo ignoraba padecer. Y las sucesivas consultas electorales muestran en estos últimos años cómo el votante se retrae, se aleja de la urna al sentirse ajeno al sistema, desentendido de su suerte. Otra cosa es que en la valoración de los resultados se olviden esos miles y miles de votos en blanco que expresan la conciencia negra de la democracia, o no se cuente a quienes se quedaron en casa oyendo a Mozart o se fueron a tomar unas gambas a esa playa donde las brisas nos desvelan su magnífico enigma de fragancias.
En la República Federal Alemana se ha podido detectar este mismo fenómeno en las últimas elecciones legislativas celebradas el pasado mes de septiembre. Se han publicado allí varios libros que contienen una especie de juicio crítico al sistema democrático hecho por los médicos del cuerpo social. Uno de ellos hizo bastante ruido: su autor es un periodista vinculado a Der Spiegel llamado Gabor Steingart que ha llamado a la democracia alemana «la democracia robada» (Die gestohlene Demokratie, Piper, 2009). Este hombre propició una campaña bastante activa en favor del abstencionismo electoral que -como digo- desató una nada desdeñable polémica con participación de muchos ciudadanos en el debate (en parte estas voces se hallan recogidas en el mismo libro).

Hay en él un análisis demoledor de las formaciones políticas que se disputan los escaños en aquel país, como lo hay respecto del sistema electoral al que descalifica por propiciar la partitocracia, es decir, el predominio de unos partidos que no saben contraer su acción y su presencia a los ámbitos que la Constitución les acota, sino que se desparraman por todos los intersticios de la vida social, sofocándola y contaminándola con sus enredos y sectarismos.

Leyendo su alegato, fundado y con buena asistencia de argumentos históricos extraídos de la experiencia de Weimar, yo pensaba en qué diría este hombre si conociera la realidad electoral española, donde es imposible en decenas de circunscripciones que salga elegido un diputado que no pertenezca a los partidos que escoltan nuestra democracia. Pues en Alemania, aun con la ley electoral criticada, se pasó del dúo de demócratas cristianos y socialdemócratas al terceto (con los liberales), después al cuarteto (los verdes) y hoy al quinteto, al incorporarse «la izquierda» (Die Linke), «el partido más joven que tiene en su seno el mayor número de jubilados», como divertidamente anota Steingart.

Nada de esto es posible en los pagos hispanos, cercenada de raíz como está toda posibilidad de enriquecimiento de nuestro hemiciclo por causa de una ley perversa que tiene el desparpajo de prescindir de la voz de millones de ciudadanos, es decir, de tirar literalmente su voto a la basura cuando éste no se ha dirigido en la dirección correcta. Instaurar una auténtica pluralidad de opciones, dando a cada papeleta de voto el valor que merece el ser humano que la selecciona, es ya una tarea urgente si se quiere librar a nuestra democracia de la asfixiante protección de sus escoltas.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Más nieve

¿Y si la nieve no fuera más que la caspa de los ángeles?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Nieve





La nieve

lloraba

carámbanos de frío