Que, pese a la crisis y sus devastadoras
consecuencias, nos hemos hecho muy finos los españoles lo demuestran a diario
decenas de detalles en nuestra vida cotidiana: en la forma de vestir y calzar,
en nuestras casas, en nuestros ocios, llenos ahora de viajes a lugares remotos
que sustituyen al veraneo en el pueblo con un botijo y a la sombra de un roble
...
Se convendrá conmigo que uno de los testimonios más
espectaculares de esta realidad es la aparición
en nuestro horizonte de la “enoteca”. Curioso es que la Docta Casa, tan rápida a la hora de acoger en su seno las palabras más volátiles, no haya reparado todavía en este cultismo que designa los modernos lugares donde se bebe vino.
en nuestro horizonte de la “enoteca”. Curioso es que la Docta Casa, tan rápida a la hora de acoger en su seno las palabras más volátiles, no haya reparado todavía en este cultismo que designa los modernos lugares donde se bebe vino.
Sí, lector. Lo que se llamó en la España antigua la
taberna como enclave para el trasiego de moscateles, trasañejos, mostos,
manchegos o la malvasía aragonesa, ahora, en estos tiempos de dengues y
almíbares, llamamos “enoteca”. Y como nos cuesta ir a la biblioteca, pues acudimos
a la enoteca que resulta igual de culto pero sin tener que leer el Quijote.
Me da mucha pena porque he sido amamantado con los
versos de Baltasar del Alcázar, aquellos de su “Cena jocosa” en donde, además
de aparecer un señor con mi apellido, se exclama: “grande consuelo es tener /
la taberna por vecina/ si es o no invención moderna / vive Dios que no lo sé /
pero delicada fue / la invención de la taberna”. Versos escritos entre los
siglos XVI y XVII, o sea en una época en la que las gentes pertenecientes a las
clases bajas tenían a la taberna como lugar de esparcimiento y reunión y como
altar donde se administraba el sacramento de la sociabilidad y el trato con los
semejantes.
Quienes eran parroquianos habituales se
intercambiaban información sobre los
dimes y diretes de la Corte o del pueblo, siempre de forma apacible
aunque acabaran achispados y las entendederas nubladas por el tintazo áspero y
rudo que allí se servía. Quienes, por el contrario, acababan de forma poco
amigable eran los forasteros, marineros de paso o prisioneros con condena
recién cumplida. No era infrecuente que, entre ellos, refulgieran las navajas y
silbaran epítetos descorteses. Es el ambiente de la zarzuela de Sorózabal “la
tabernera del puerto” donde hay traficantes y bandidos, gente del bronce, que
acaban, y no es extraño, en manos de los carabineros.
Pero lo normal era la buena componenda aunque
hubiera picardías por el medio. Y eso llegó hasta el Madrid de principios del
siglo XX pues en una taberna es donde transcurre parte de las valleinclanescas
“Luces de bohemia” con Max Estrella y “su perro” dialogando con la clientela
vinícola, hambrienta y marginada.
Primo de la taberna era el café, local de bullanga
para literatos, petimetres y sopistas que, estirado y sometido a un cursillo de
cursilería, se convirtió en la cafetería
ya cuando las luces europeas y americanas brillaban descaradas y nos
deslumbraban.
Pero lo de “enoteca” me parece tan artificial que casí podría ser una burla, inapropiada para los serios asuntos del vino. ¿O es una forma de rendir homenaje a la lengua griega ahora que la hemos ahogado en las aguas del Leteo suprimiéndola del bachillerato?
-¿Nos emborrachamos en tu casa o en la mía?.
ResponderEliminar-¿No te gusta la enoteca?.
-No, para éso prefiero el botellón.
-Pues entonces mejor hacemos una ronda de bar en bar a vino por cada uno y nos vamos paseando y animando ¿te parece?.
-Sí, ejercicio físico y cata de vino ¿no?.
-Efectivamente vamos ¡lo de toda la vida!.
-Vamos a ello pues.