sábado, 8 de septiembre de 2012

Ojos azules




(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería).


Es rubia y tiene aires de amanecida, conoce el esfuerzo y la ansiedad, es culta y lleva sus pensamientos enredados en las partituras, se desplaza liviana y, al hacerlo, trae alegría y un sosiego que es al tiempo saludo y signo. Un signo que parece pedirnos paciencia y decir: “esperad que váis a ver lo que soy capaz de hacer”.

Los ojos, azul sereno, tienen entre ellos ritmo y rima de verso pulido. Son ojos que proporcionan nutriente pues ha de saberse que amores hay alimentados exclusivamente de ojos pues que de ellos extraen los mejores trofeos.

Y los hoyitos que luce en las mejillas son de una picardía infinita, arte puro en el rostro terso, un adorno de filigrana: ¿nacería con ellos o le habrán surgido como hermanos de ese guiño que a veces nos lanza con los ojos?

Porque es de saber que los hoyitos misteriosos que muchas mujeres gastan y que a tantos enloquecen son a veces congénitos pero otras resultan ser una suerte de habilidad adquirida en el trasiego de los encantamientos a que estas mujeres son tan aficionadas. En este caso, pienso -aunque carezco de pruebas fidedignas- que se trata de un hechizo, un embrujo que se activa a voluntad para ensimismarnos, para que nos abstraigamos por completo y nos dejemos mecer por ellos: perdidos, desasidos, fatalmente imantados ...

Sus cantos son viejos, muy viejos, a veces acumulan polvo de siglos e incluso de olvidos, y sin embargo, de pronto con ella resucitan, cobran vida y resurgen entre las neblinas, se yerguen espabilados como la primavera se yergue apasionada y apretada de abundancias después del invierno lastimero y melancólico.

Entonces esos cantos atraviesan el espacio con una flexibilidad juvenil, como flechas fabricadas a base de fantasía y se oyen nítidos entre los instrumentos afinados y las dulzuras de sus sonidos para acabar fabricando, allá en los hondones de muchas almas, arrebatos memorables, pese a su fugacidad esquiva.

La música nunca cansa porque es propietaria de un milagro, el de la perpetua renovación. La música es así eterna y cuando todas las juventudes mueran, seguirá allí lozana, erguida y sus suspiros levantarán más ecos que todas las pasiones humanas juntas. ¿Alguien podría ver una y otra vez “las bodas de Figaro” si así no fuera? 

Quien oye a la rubia de ojos azules y hoyitos en las mejillas ya no es capaz de desasirse de su voz. Se llama Elina Garanca, mide 1.80, es letona y ha hecho muchas óperas, entre ellas “Cosí fan tutte”, “El barbero ...”, “La Cenerentola”, “Werther”, “Carmen” ... y canta como ninguna extranjera lo ha hecho la romanza “Las carceleras” de “Las hijas del Zebedeo” del maestro Chapí y otras piezas del repertorio de la zarzuela española.

En Berlín protagonizó la airosa letona una velada dedicada a la música española de zarzuela que siguió, entre varios miles de espectadores, la mismísima señora canciller -wagneriana convicta y confesa- con una cara de la que había logrado expulsar a las primas de riesgo y los desaguisados bancarios para instalar en ella por un rato el goce y el asombro estético.

Aquí en España de la zarzuela nos hemos olvidado y apenas ya se representa, fuera de alguna ciudad privilegiada como Oviedo. Se ve que Federico Chueca, Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Pablo Sorozábal o Moreno Torroba no forman parte de nuestro patrimonio cultural ni de esas identidades a las que tanto brillo sacamos en los rincones de la España plural.   










1 comentario:

  1. El género Chico, la Zarzuela hermanita pequeña y por tanto más bella, de la Ópera, es española y los españoles no le hacemos caso, resulta que los españoles no amamos nuestras bellezas.

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