lunes, 20 de febrero de 2012

Carnaval

En época de carnaval hasta los artículos de los periódicos deberían aparecer disfrazados. Con erratas y el título cambiado, el nombre del autor velado tras un seudónimo, libres de enseñanzas, entregados tan solo al juego y a la chanza. Así es como se disfraza una columna y se la libera de su quietud habitual de artrítica. En carnaval se impone dar alas a las páginas de los periódicos para que salgan al espacio, preservadas de pensamientos sesudos, dedicadas simplemente a asustar a los lectores.

Sin descartar claro es el antifaz de la buena prosa, lo único que justifica un sitio en los papeles. Con ella -con la buena prosa- podemos hacer maravillas porque es la máscara que nos permite decir burradas y practicar el arte de la ocultación de una manera equívoca, fecunda y divertida. Los escritores, si son tales, es porque saben manejar la serpentina de los adjetivos. ¿Qué son los versos sino el confeti que esparcimos para comunicar nuestros sentimientos? Todo poema -excepto los que escriben poetas muy pelmazos de los que hay copia- debería tener alma de confeti. Y lo mismo ocurre con el género de las greguerías, pensamientos, aforismos o guindas en aguardiente, como yo he llamado en un libro a mis ocurrencias efímeras. Se lanzan al espacio con la intención de que queden enredados en los cabellos de los lectores y se adornen de partículas por breve espacio de tiempo. Quitárselos cuesta algo como cuesta librarse del mensaje que traen las greguerías tras quitarles el celofán de la ligereza. También sirven estas para ponerlas en el ojal y dar brillo al traje y conquistar así a una señorita por una eternidad fugaz, intensa e inolvidable. La moda de pegar parches en las rodilleras o en el tafanario no es más que una forma de poner sufijos. Y el sombrero con pluma de colorines que se gasta en los bailes ¿qué es sino la forma de escribir una interjección? Esas señoritas que van medio desnudas en una carroza -con nuestras ciudades gélidas- hacen un esfuerzo de excentricidad que debe agradecerse: el de disfrazar a nuestras calles de brasileñas, con sus calores tersos como capullos.
O sea que, como digo, en carnaval, el artículo disfrazado, burlón, apto para ser enterrado -con la sardina- sin remordimiento alguno.

No sé por qué me recuerda esta época de carnaval a la bohemia antigua, esa que ya ha desaparecido porque ahora los escritores gastan cartera de piel, móvil analógico (que no sé si existe pero debería existir) y una conferencia sobre el arte de narrar siempre dispuesta para colocársela al concejal de cultura que a tiro se ponga. El bohemio tradicional no podía ni soñar con ese concejal y, si llevaba la conferencia, tenía la misma función que el preservativo que guardan algunos en el bolsillo con la ilusión de usarlo en ocasión propicia pero sin esperanza alguna tangible. Ese bohemio tradicional y gargajoso de mil bacilos era un señor permanentemente de carnaval porque metía de matute -disfrazados- sus productos averiados que eran aquellas novelas por entregas tan infames y tan inanes. Lo había rendido la vida y lo había desengañado, de la misma manera que se halla rendido y desengañado quien en una noche de carnaval se ha pasado las horas bailando y al final descubre que está solo y que, pasada la borrrachera, ya no puede convocar a las musas ni a las gracias sino que tiene que conformarse con irse a la cama con un par de aspirinas.

Pero, mientras dura, hay que disfrutarlo y sacar el fruto al disfraz, aprovechando para encender la bengala de lo imprevisto e iluminar con ella los espacios de la incorrección. Es el momento de cultivar el capricho, la extravagancia, de hacerse el estrafalario haciendo afirmaciones inesperadas y fantásticas. Es el momento de hacer la caricatura a nuestra vida.

1 comentario:

  1. -A mi me gusta el carnaval porque me puedo disfrazar de lo que quiera y no pasa nada.
    -A mi me gusta porque soy yo mismo.
    -¿Y de que te disfrazas?
    -De todos los personajes que soñé, lo malo es que luego me despierto y vuelvo a ser el de siempre.
    -Estarás contento ¿no?.
    -De ninguna manera, al ver lo que realmente soy, me deprimo enormemente y quisiera desaparecer.
    -¡Anda, como yo!.

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