miércoles, 1 de septiembre de 2010

Esplín

Con motivo del fin de las vacaciones de verano es muy probable que muchos se vean afectados por el esplín, una suerte de melancolía vaga y desdibujada que nos llevaría a maldecir el mundo y sus aledaños o a abandonarnos en un sopor de distancias, de aislamiento o, quien sabe, a tomar decisiones heroicas como hacer yoga o terminar de leer el “Ulises”.

El esplín es cosa fina y acaso no sea mal momento la inminencia del otoño para practicarlo de una forma lánguida y sensual, aunque me parece que siempre debería hacerse dentro de los límites de la contención. Del esplín habló ya a finales del XVIII Iriarte: “es el esplín, señora, una dolencia/ que de Inglaterra dicen que nos vino” aunque el gran experto en esplines fue, en el XIX, Baudelaire para quien “nada existe más largo que los días ingratos” por lo que se imponía conjurarlos a base de vino y también de un poco de hachís. Baudelaire escribió “los paraísos artificiales” pero de él lo que queda es el paraíso poético de “las flores del mal”. Luego, en el XX, Umbral ha tratado mucho el esplín y, durante un tiempo, se dejó mecer en un esplín madrileño, entre arrabalero y señorial, solanesco y ramoniano, de olor a fritos y a besos delincuentes, un esplín que se hallaba lindero con la nostalgia, nostalgia de mujeres jarifas a las que poder madrigalizar con inspiración y tacto.

Ahora, tras la recuperación de la actividad sólita, es claro que el esplín resulta una salida elegante y bien literaria ante la proximidad de la oficina, del compañero, de los exámenes, de la cuenta de gastos, y cualquiera de los habitantes de nuestras ciudades está en su derecho de abandonarse a él y componer mohines de fastidio que resulten creíbles y apreciables. El desánimo sería así la respuesta a los compromisos más enojosos y, entonces, quien a él recurra debe practicarlo con convicción y con el atuendo adecuado: buenas ojeras, tristes y profundas como la laguna Estigia, barba crecida y apta para acometer, cabello abandonado a su pringosa suerte... El practicante del esplín debe dar pues una imagen lograda de un hastío preciso y linfático, también de una hipocondría meritoria y perfilada pero, sobre todo, debe estar dispuesto a anunciar su suicidio sin dengues ni excusas.

Ahora bien, creo que quien pueda subir a una montaña en los Picos de Europa o acercarse al lago de Sanabria o comerse un lechazo acompañado de unos vasos de vino de la Ribera o del Bierzo o simplemente tomarse unas pastas de las clarisas de Carrión de los Condes merece el máximo castigo si se abandona a ese esplín que acabo de describir. Quien puede deleitarse así, de este modo sencillo, por muy cruel que sea la oficina en la que se encuentre aherrojado, debe encarar este mes de septiembre con un optimismo sosegado pero deleitoso. Es decir, con el ánimo decidido a tender una emboscada certera al esplín.

4 comentarios:

  1. El que ya se ha suicidado por no haber podido disfrutar vacaciones que esté tranquilo se ha librado del esplin.

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  2. Gracias, he aprendido una palabra castellana más, con una bonita definición , mi diccionario es más seco y la define simplemente como tedio.
    Pienso que algunos pueden sufrir el esplin durante las vacaciones, lo cual es muy triste.

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  3. Me vuelvo creativa cuando esplinéo. Descargo la adrenalina de estar enrhûmée... y no necesito calentar motores con un chinchón...

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