domingo, 8 de agosto de 2010

Quemar un restaurante

Ahora en verano, época de viajes hacia el ocio, viajes para sacudir rutinas como sacudimos la alfombra por el balcón, aparecen en las librerías centenares de libros sobre las grandes capitales, sobre sus museos y otros lugares imantados para el turista. Es frecuente que incorporen también una lista de restaurantes recomendados, con sus tenedores y otros signos de la semiótica gastronómica, que son como guiños a quien está ávido de sorpresas. Algunas de estas guías se han hecho famosas y ahí está para atestiguarlo la que tiene sello de marca de una empresa francesa que es libro de horas de todo gourmet titulado que circule por Europa. España también dispone de buenas orientaciones patrocinadas por organizaciones avispadas que saben lo mucho que valoramos estos consejos los ciudadanos de la Europa rica y satisfecha.

En el pasado se hizo famosa la guía Baedekker, me parece que se escribe así o acaso le sobre una k. Da igual porque en esta época de calor hay que ahorrar movimientos superfluos y no me voy a levantar para comprobarlo. Lo cierto es que la Baedekker sale mucho en las novelas de la primera mitad del siglo XX. Pío Baroja se documentaba mucho en ellas y yo creo que buena parte de las descripciones que a veces hace en sus historias están sacadas del Baedekker pues el admirable vasco fue muy roñoso por lo que no se gastaba fácilmente las pesetas en aventuras viajeras. Tiraba de Baedekker y rellenaba unas páginas sobre san Petersburgo. Ahora, estas guías no solían incorporar recomendaciones gastronómicas que entonces no se estilaban.

En Francia sí hubo una muy famosa de avisos de cocina que patocinó Grimod de la Reyniére, un personaje de novela que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII y un buen tramo del XIX. Como era antojadizo le tomaron por loco y acabó encerrado por sus parientes en un monasterio, aunque era hombre poco temeroso de Dios. Pero mientras anduvo suelto tuvo tiempo para acometer empresas llenas de fantasía. Entre ellas los ocho tomos del “Almanach des Gourmands” donde hacía críticas de manjares, de recetas, de casas de comidas y de sus cocineros sin morderse la lengua. En aquella época apenas si había intereses comerciales que menoscabaran la libertad de quien sobre tales achaques escribiera. Tuvo un gran éxito porque decía lo bueno y decía lo malo, de manera que nada le quedaba en el tintero al pintoresco Grimod.

Y aquí es donde yo quería llegar. Falta en nuestro panorama bibliográfico una guía de los restaurantes a los que no se debe ir, de aquellos que han de ser penalizados por la clientela con su desprecio y su ausencia. Hasta que se vean obligados a cerrar o mudar de costumbres.

Allí figurarían todos aquellos figones que tuvieran pretensiones de distinción pero fueran rutinarios, que mostraran sin sonrojo esas cartas que son fotocopias de otras exactamente iguales, carentes de la menor imaginación. Pero sobre todo figurarían en esa lista odiosa aquellos locales donde el dueño se empeña en crear condiciones desagradables, esas que arruinan el gran placer de la comida y de la sobremesa. Dos me parecen especialmente abominables: en primer lugar, el diseño de los asientos porque cuando son incómodos, se constituyen en una tortura refinada, parecida a la que se administraba a los reos de la Inquisición. La segunda es más terrible si cabe: la música ambiental. ¿Cuándo se enterarán los restauradores que al restaurante se acude a comer y a charlar con el amigo o la novia y no a escuchar la música que se le ocurre poner al “maitre”? Pero ¿no se dan cuenta de que la música es algo muy personal que cada quien selecciona según sus manías en su casa o al acudir a locales especializados? Claro que, con ser atroz la música ambiental, hay algo peor: el restaurante con la televisión en marcha. Para este caso receto salir de él a escape, acopiar material ígneo, buscar una cerilla y prenderle fuego. Están previstas atenuantes.

1 comentario:

  1. De todo tiene que haber, porque puede suceder que seamos obesos y necesitemos adelgazar en ése caso son ideales los restaurantes de sillones incómodos, música estridente y televisiones por todas la esquinas, comeriamos poquito o nada y poco a poco adelgazariamos.

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