viernes, 30 de septiembre de 2011

Viaje y viraje de la identidad







Desde hace años tenemos de moda en España hablar de las identidades de suerte que hay como una cadena de identidades, un rosario inacabable pues se superponen en capas sucesivas y al cabo forman un milhojas que nos confunde.

En las épocas pasadas y comedidas la identidad ha estado referida siempre a los individuos y ello se expresaba en el «carné» o documento de identidad. Uno se llamaba Roberto Alfredo y añadía sus apellidos, la fecha de su nacimiento, su huella dactilar, su foto con cara de asustado y poco más. Y con esa identidad iba por el mundo con cierta seguridad aunque a veces en el extranjero se podían cometer errores como el que cuenta Wenceslao Fernández Flórez a quien ponían en los impresos de los hoteles el nombre de Fernández, el apellido de Flórez y, como profesión, Wenceslao. Pero eso le pasaba a este escritor por tener un nombre tan raro que sonaba a polaco o a alguno de esos países balcánicos de historia desmesurada y atrabiliaria. Siendo gallego como era podía haber recurrido al de Santiago y se hubiera evitado molestias.

De esta identidad personal e intransferible pasamos a las identidades locales, a las regionales, a las nacionales y ahí empieza todo ya a embarullarse. Hasta el barrio en el que se vive pretende segregar una identidad propia, diferenciada del barrio de la estación del metro de un poco más allá. Este es el caldo de cultivo de esa confusión a la que aludía al principio y que lleva un poco al desconcierto de quienes, faltos de sindéresis, ignoran a qué identidad acogerse, no pareciéndoles suficientemente confusa la suya propia. Téngase en cuenta que la identidad es la circunstancia de ser una persona la que dice ser y ¿quién de verdad sabe qué es? Si todo en nuestras entretelas es un pozo negro de contradicciones, de saberes y de ignorancias, de memorias y olvidos, de seriedad y de picardía ¿con qué nos quedamos al final? Y es que quien realmente sepa lo que es ya está en disposición de entender hasta lo de la prima de riesgo.

Ahora, calcúlese si a la identidad personal se añade la de ser riojano, asturiano, salmantino o egabrense. El barranco de la mezcolanza se abre ante nosotros y no es extraño que en él, en sus hondones, haya crecido la planta de «lo identitario» que es palabro felizmente no aceptado por la Academia pero que circula entre gacetilleros y rascaplumas.

Porque «identitario», aunque emparentado con identidad, es ya un escalón más arriba, un concepto más compacto y de una solemnidad bien precisa. Tanto que sobre él se tratan de edificar nada menos que instituciones políticas singulares e incluso un Estado con su jefe, sus banderas, su himno, sus carteros y su orquesta sinfónica. Hemos llegado tan lejos que disponer de una fiesta local propia con su Virgen, su procesión y su suelta de vaquillas nos da derecho a reclamar un trato político diferente y deferente.

Buena parte del desvarío que vive España en estos momentos tiene su origen en el viaje que va de la identidad a lo «identitario».

Y como en él estamos instalados asistimos a perversiones que ya dan mucha risa. Vivimos ahora muchas fusiones de cajas de ahorro por las trapacerías cometidas por sus directivos. Pues bien, para tranquilizar a sus imponentes, expresión pomposa con la que se conoce al cuitado que tiene una cuenta corriente en números rojos, se le dice que puede dormir a pierna suelta pues «su caja no va a perder su identidad». Cuál sea la «identidad» de una caja de ahorros es un misterio para ese ser desesperado pero la existencia de misterios es lo que nos mantiene erguidos y con ganas de seguir bregando.

Me doy cuenta, meditando sobre estos asuntos, que soy un privilegiado pues compro la medicación en una farmacia con identidad propia y echo gasolina solo en surtidores con identidad definida. Esta es la ventaja de ser uno de letras.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Palabros para la Universidad

Una especie de tic profesional me lleva a leer la ley de Economía Sostenible que las Cortes han aprobado recientemente. Con ella se pretende enderezar nuestra maltrecha situación y, si el asunto va de necedad lingüística, entonces estamos salvados. Porque pasma la fecundidad de sus redactores a la hora de renovar el Diccionario y lo malo es que los señores de la Docta Casa se apresuran a acoger esta mercancía averiada con una diligencia censurable. Desde mi ignorancia, me atrevería a proponer a estos sabios la creación de un pudridero donde dejaran descansar los palabros que ponen en circulación los gacetilleros de los deportes y los tecnócratas a la violeta de los ministerios para que allí tomaran el polvo de los años y el rapé de la sindéresis. Veintitantos están los cuerpos de nuestros monarcas sometidos a la acción despiadada del tiempo antes de pasar con todos los honores al ilustre panteón, ya convenientemente achicados y adecuadamente emperifollados para comparecer, en medio de velones moribundos, al espectáculo de la eternidad.

Pues así debía hacerse con esas palabras que colocan en el mercado de los decires quienes no leen jamás. Una verbigracia: me sueltas lo de la «trazabilidad», pues ahí que te llevo al pudridero y a ver si resistes el paso de los años y el fluir de las estaciones. Si sobrevives, al Diccionario; si fuiste moda pasajera y estúpida de iletrados que no han leído a fray Luis de León, al centro de tratamiento de residuos. Claro es que también tienen que estar previstas reacciones más contundentes. Recurro a otra verbigracia: si alguien nos dice que, en los próximos comicios, va a elegir la «gobernanza» de España, directamente se le acomete para dañarle el hígado empleando la mayor violencia disponible y luego que venga el juez de instrucción. Pero el honor ha quedado salvado.

Vuelvo a la ley de Economía Sostenible, título que es ya una cursilada entre las cursiladas sublimes. Hay en ella un capítulo dedicado a la Universidad, mejor dicho, al «sistema universitario»: un monumento a la imbecilidad creativa, a una imbecilidad refinada, alquitarada, puro merengue corrompido. Desde los escritos de Humboldt y, entre nosotros, de Ortega, teníamos todos más o menos claro qué era la Universidad. Pues no es así, estamos ante innovaciones trascendentales: ahora sirve para promover la competitividad, la mejora en la eficiencia, facilitar la gobernanza, la implementación de buenas prácticas, atraer capital privado, incorporar habilidades y destrezas, fomentar el emprendimiento (sic), promover la agregación de instituciones, crear un entorno de innovación...

He copiado directamente y, mientras lo hacía, oía una voz en mis entretelas que me pedía que parara, que no hiciera más sangre del desatino ajeno, que tuviera piedad. Sólo ha faltado que se añadiera que también servía para facilitar la digestión y ayudar a disolverse los cálculos biliares...

El lector habrá advertido que no he puesto comillas. En efecto, las he omitido porque tengo un grandísimo respeto a las comillas y no quiero violentarlas haciéndolas comparecer entre palabras necias y prestarles así una dignidad de la que carecen.

Las comillas merecen deferencia como las hijas que son de las comas. La coma no debía estar sola y el ortógrafo -siempre liberal y comprensivo- le dio como compañero al punto. Y, ya juntos, engendraron las comillas, que son esas chicas responsables que se organizan la vida por su cuenta. Ellas decidieron, libremente, acompañar a las palabras. Una función aparentemente subalterna pero que tiene la dignidad del cosmético que fija y realza.

Claro que deben administrarse con mesura, nunca para enmarcar desechos lingüísticos como los citados procedentes de la ley de Economía Sostenible. ¿O será indigerible?

viernes, 9 de septiembre de 2011

El tiempo encadenado

Cuando parece que la inventiva española desfallece y se anega en nimiedades, aparece de pronto el estro redivivo que logra alumbrar un hallazgo de los que se asientan en los libros de historia.

El último se aloja en las normas laborales. Nunca pude pensar que en tales textos, insípidos y escorbúticos productos de la legislación, pudiera hallarse nada digno de atención. Y, sin embargo, la sorpresa ha saltado y yo la acojo y le doy la bienvenida.

En España se ha inventado el “contrato temporal encadenado”. ¿Quiere decir que quien tiene un contrato temporal, indignado por su precaria situación, se encadena como signo de protesta a los barrotes que sirven de protección al Palacio episcopal? ¿O a los de la Caja de Ahorros? En absoluto, lo entendemos mejor si lo llamamos “encadenamiento de contratos temporales”. Significan -si yo he entendido bien pues pudiera ser que esté disparatando- que los vínculos que ligan al trabajador con el empresario están concebidos en términos temporales -días, meses, lo que sea- pero se encadenan de manera que forman un continuum, una especie de ese perpetuum mobile que se oye en la música sobre todo en los conciertos de Año nuevo, gracias a la inspiración de Johann Strauss.

¿Nos damos cuenta de lo que esto significa? Nada menos que un desafío en toda la regla al tiempo, ese monstruo voraz, ese animal sin entrañas que se posa sobre nuestras vidas sin que nadie le haya invitado, y que nos devora, y nos pinta arrugas, y nos llena de canas, de ácido úrico, de mala leche ... El tiempo, musa de los poetas, ahora se halla vencido, como el pobre don Quijote cuando volvía a su aldea natal, pues que puede ser burlado y encadenado a sí mismo, lo que lo convierte en tiempo perpetuamente renovado, es decir, en la eternidad que todo lo disuelve (hasta el tiempo).

Estas paradojas me gustan mucho y me recuerdan la columna que escribía Josep Pla en la revista “Destino” hace años bajo el título genérico de “calendario sin fechas”. Él decía que era un contrasentido impuesto por el editor y, en efecto, sonaba a algo así como a unos Alpes sin Aníbal o a un juzgado penal sin unos buenos reos, pero lo cierto es que son un acicate para la imaginación.

Que es, entiendo, de lo que se trata. Porque las leyes laborales no creo que haya nadie en el mundo que se las tome en serio, fuera de los esforzados galeotes que de ellas viven, pues cada estación del año se aprueba por el Gobierno de turno su reforma pactada con estos y con aquellos ... (que siempre son los mismos): el otoño, la primavera, el invierno ... tienen la suya propia que acuden a la cita con la regularidad de las castañas, las cigüeñas o el pavo de navidad.

La imaginación a veces se reseca y, entonces, es preciso acudir al “más difícil todavía” de los trapecistas de circo que, en este caso, es el descubrimiento sensacional del “encadenamiento de los contratos temporales”, última moda de la próxima temporada.

Y aquí es donde viene mi inquietud porque la temporada dura poco, menos que esas semanas eternas que anuncia el Corte Inglés, y entonces si en invierno derogamos, como se hará, el “encadenamiento” y ya el tiempo vuelve a ser lo que era, apremiante, implacable, fugaz, pasajero, litúrgico ¿qué queda del nuevo contrato ligado al calendario sin fechas de Pla?

Si no se encadenan las reformas laborales y cada una vive su propio destino en lo temporal ¿cómo diablos se encadenan los contratos temporales nacidos bajo su cobijo? ¿quién corre detras de quién?

Contestar estas cuestiones exigiría encadenar esta sosería a la siguiente y eso son ya ganas de matar el tiempo.

domingo, 21 de agosto de 2011

Bolzano, donde las lenguas se entrelazan

(Ayer publicó el periódico El Mundo este artículo mío)


Llegar a Bolzano desde Múnich es fácil: apenas cuatro horas de tren que transcurren a través de un paisaje feliz que se encarna en alturas altivas, en lagos apacibles, en bosques cuyo corazón en verano es un torrente en ejarbe, y donde las temperaturas son tan cordiales que parecen ofrecer los buenos días como lo hacen esos enanitos jocundos que pueblan los jardines de tantas casas de la región.

Además, el tren austriaco dispone de esos vagones tradicionales que ya apenas quedan y donde se cometían los crímenes de la época gloriosa y novelada. En el que me instalo había un matrimonio japonés con su hijo de 12 o 13 años que se dirigía hacia Milán. Curiosa la actitud de los tres: habían venido -según contaron- por primera vez a Europa en viaje turístico, estaban atravesando nada menos que los Alpes Dolomitas... Pues bien, ¿alguien cree que dedicaban alguna atención al paisaje? Es probable que ese hubiera sido su deseo pero les resultaba imposible pues estaban literalmente enredados entre cables: del ordenador, del iPod, del iPad, de los móviles, de la máquina de fotos, de la de vídeo... En medio de aquel lío era imposible mirar por la ventana ni disfrutar de aquellos montes suntuosos y venerables.

Bolzano (en alemán, Bozen) es, como ciudad, un descubrimiento sobre todo si se disfruta de un tiempo sereno en el que aletean las brisas finas y se reciben por doquier las galanterías de las flores. Bolzano es una maravilla urbanística, una coquetería arquitectónica, el mimo austriaco y la gracia italiana maridadas... No me extraña que se hayan peleado por esta joya unos y otros a lo largo de los siglos. Perteneció al Imperio austrohúngaro y pasó al dominio italiano tras la Gran Guerra. Mussolini quiso italianizarla utilizando los métodos recios a que acostumbraba y Bolzano hizo como que aceptaba los deseos de aquel histrión de teatro en almoneda. Pero siguió con sus sentimientos partidos, entre las culturas italiana y germánica.

Capital de lo que hoy es, jurídicamente, una provincia autónoma dentro de una región italiana, Bolzano es, en términos geográficos e históricos, la zona sur del Tirol. El Imperio de Austria se vio obligado a ceder en 1858 ciudades y espacios a la Lombardía y en 1866 a Venecia. A partir de ese momento, los italianos bajo dominio austriaco eran los que vivían en los territorios costeros de Goricia, Istria, Gradisca y Trieste así como de Dalmacia. En el Tirol estaban mezclados con la población alemana. El catolicismo era, en esta zona, militante -se le llamaba el sagrado Tirol- y ya en las jornadas revolucionarias de 1848-1849 se gestó la idea de dividir el territorio en dos partes: un Tirol alemán en el norte, con Innsbruck como referencia, y otro italiano en el sur, con Bolzano como epicentro. En el marco del Imperio regido desde Viena, los tiroleses disfrutaron de una suerte de Administración autónoma que perdieron en buena medida cuando se convirtieron en zona fronteriza con el reino de Piamonte-Cerdeña primero y de Italia después en el conocido proceso de unificación de este país. Ante estas nuevas circunstancias, se impuso por parte de las autoridades austriacas una discreta pero vigorosa vigilancia. Con todo, los tiroleses siguieron disfrutando de unas ciertas libertades e incluso se hubiera podido crear alguna universidad italiana en el Imperio austriaco si dificultades menores no hubieran desbaratado el proyecto.

Esta región fue, para el Imperio, un problema limitado si lo comparamos con los gigantescos causados en otros lugares. Cuando llegaron sus amenes, las pérdidas territoriales establecidas por el Tratado de Saint-Germain (septiembre de 1919) fueron muy aflictivas para los austriacos: cesión a Italia del Trentino, Tirol del Sur, Trieste, Istria, varias islas de Dalmacia y el Friuli. Se reavivaron las lágrimas derramadas con ocasión de las derrotas de 1859 y 1866.

Después de la Segunda Guerra Mundial se creó la región del Trentino Alto Adige porque Alcide De Gasperi era oriundo de esas tierras y porque quería compensar la alemanidad de una zona con la italianidad de la otra. Tras las últimas reformas constitucionales hay dos provincias: el Trentino, con la capital en Trento, italiana; y el Alto Adige (Südtirol para los alemanes) cuya capital es Bolzano donde se habla el italiano y el alemán con normalidad. Ha habido en el pasado enfrentamientos lingüísticos e incluso terrorismo -en los años 60- pero hoy parecen superados, en todo caso no conocen expresiones violentas. A esta situación se ha llegado por la conjunción de varios factores, entre ellos la prudencia de sus gobernantes y de sus poblaciones, y la incorporación de Austria a la Unión Europea.

El quiosquero, los empleados del hotel, los conductores de los autobuses, los camareros, los jóvenes que uno se tropieza por la calle, hablan uno y otro idioma. En la escuela se aprenden y es así como se construye una comunidad. Comparo la situación lingüística con la de Bélgica, dividida en dos poblaciones rencorosamente enfrentadas y donde las lenguas no se utilizan como instrumentos del entendimiento sino como armas de combate. Lenguas como trincheras. Pruebe el viajero a acudir en tren desde Bruselas a Amberes, a Brujas, a Gante: en cuanto sale de la región de Bruselas -bilingüe- los anuncios de las estaciones del recorrido ya se hacen solo en neerlandés. Sin concesión alguna, ni siquiera al inglés. Para qué hablar del francés...

O en España, donde los partidos nacionalistas vascos, catalanes y gallegos están empeñados en formar comunidades unilingües a base de forzar la historia de la tierra, de las familias, de las costumbres, de todo aquello al alcance de su obstinación política. Bolzano es, por el contrario, tierra donde las lenguas se entrelazan que es como más gustosas son las lenguas. Por sus bosques de músicas, olores y colores anduvo hace miles de años un hombre que careció en su tiempo de significación alguna pero que, convertido en momia y descubierto 5.000 años después en un estado de conservación apreciable, le ha hecho ser un personaje de telediario. ¡No eres nadie en vida y de momia eres un momio!

Es tierra además de vinos. Hay varios pero quiero recordar que la famosa uva Gewürztraminer tiene su origen en un pueblecito que se halla a poco más de 20 kilómetros de Bolzano. Se llama Tramin, un lugarejo bellísimo. Es lástima que un domingo, en pleno verano, sea imposible en él comprar nada, ni una botella de vino, ni un recuerdo, pues todos los comercios cierran. El único mesonero que trabaja me cuenta que Tramin es un paraíso porque está a poco más de 200 metros sobre el nivel del mar, apenas nieva en invierno y disfruta de un clima que permite grandes cosechas de peras, manzanas y verduras. Y tiene razón pero tampoco hay que llevar esa condición paradisíaca a sus últimas consecuencias pues es verdad que en el paraíso no se pegaba golpe pero, al final, de él fueron expulsados nuestros primeros padres para «ganarse el pan con el sudor de su frente» y este mandato podría ser observado con mayor rigor por los privilegiados habitantes de este lugar.

En fin, de Tramin queda la uva milagrosa, una uva audaz pues se ha escapado hace ya años a buscar aventuras por Francia, por Alemania, por España (Cataluña, El Bierzo...), lugares todos donde ha echado raíces. El vino que produce, tomado frío, con quesos suaves o con un postre pecaminoso por pingüe, es una tentación por la que toda persona bien conformada debe dejarse atrapar.

jueves, 18 de agosto de 2011

Preocupación por las nubes


(Ayer publicó La Nueva España esta Sosería mía)

Hubo un tiempo, hoy ya pulverizado, en el que “estar en las nubes” era vivir fuera de la realidad, es decir, en la Gloria, si se tiene en cuenta lo que la realidad nos depara. “Este niño está siempre en las nubes” decía la madre compungida cuando advertía que su hijo se hallaba como ausente y temía que no podría hacer de él un ingeniero de minas ni un odontólogo. El tal niño era un soñador que, en efecto, tal parecía que se paseara por las nubes que son lugares remotos, objetos inaprensibles, garabatos fugaces, pura intención e invención ... pero a lo mejor resultaba que ese niño se llamaba Franz y se apellidaba Kafka o Marcel y se apellidaba Proust. Y de su cabeza y de sus paseos por las nubes salía luego lo que salió.

Con esto quiero decir que hay que tener mucho cuidado con lo que los humanos normales llamamos “ser prácticos” o “estar en el ajo” porque a veces es esta una de las muchas formas de que se dispone para ser un merluzo. Titulado por la ANECA, pero merluzo.

Y digo que la expresión de las nubes y del despiste ha pasado a mejor vida porque hoy estar en las nubes es estar a la última. Pues la nube -aclárese quien ande alejado de los achaques de internet- es ese espacio donde se almacenan nuestras cartas, que ahora se llaman emails, las fotos de la primera comunión, las peliculas o vídeos y mil y un documentos. Hasta ahora los ordenadores tenían un disco duro y unidad de DVD y no sé cuántas zarandajas más. En estos momentos todos esos artilugios están siendo barridos por la nube que es una especie de servidor externo que hace inútiles las capacidades de almacenamiento de nuestros ya viejos cacharros. Y encima tales inventos son de precio barato, es decir, no están por las nubes.

El lenguaje se desparrama y resulta difícil atraparlo. Para muestra, véase esta explicación que saco de un folleto cualquiera: “guardamos nuestras fotos en Flickr o Picasa, los correos están en Gmail, la música en Spotify ...” y así seguido. Se convendrá conmigo que este galimatías produce mareo a las personas antiguas que gastamos sindéresis y sobrevivimos gracias al omeprazol. Personas a las que, como es mi caso, costó un mundo entender el semáforo.

A mí, la verdad, me da pena todo esto de la nube, de la desacralización de la nube, este apear a la nube de su misterio, de su halo de arcano, de incógnita que vagaba allá por las eternidades azules. Aquellos angelitos que pintaba Murillo siempre con su nube, como un objeto de su propiedad, como quien dispone de un juguetito.

Porque la nube ha sido eso: un juguetito de nuestra imaginación, nadie sabía por qué iban ni por qué venían y esa circunstancia daba mucho de sí para quien gusta de imaginar mundos remotos y seres de quimera. Y las nubes eran lugares óptimos para alojarlos, lugares descomprometidos, porque lo mismo que estaban dejaban de estar.

El cielo es un encerado en el que dios pinta las nubes y las borra como y cuando le peta sin un guión porque dios no lee las informaciones meteorológicas ni tiene por qué atenerse a ellas.

Y, sin embargo, con su aparente anarquía, las nubes han sido siempre el argumento del cielo, lo que le ha dado seriedad y consistencia discursiva, como si dijéramos. Sin la nube el cielo es muy aburrido, son ellas las que le dan sentido, lo hacen ceñudo o alegre o admonitorio o indulgente o frívolo, ellas son las que marcan su rumbo, sus humores, y hasta sus contradicciones. Que es como decir la vida entera.

¿Qué ocurrirá ahora cuando la nube se nos pase a la informática, a los smartphones y a los netbooks? Cualquiera sabe y no podemos, quienes estamos por debajo de las nubes, intervenir en el curso de los acontecimientos. Con todo, me permito pedir a las nubes que se hagan modernas si quieren pero que no nos abandonen del todo y que sigan siendo siempre esas posadas limpias donde los vientos descansan de sus trajines.

viernes, 12 de agosto de 2011

En el mes de agosto algunos se empeñan en añadir al paréntesis de las vacaciones los puntos suspensivos de la muerte.

jueves, 4 de agosto de 2011

Por fín Los Verdes se hacen verdes

Recuerdo a Los Verdes cuando irrumpieron en el panorama político alemán, allá por los años sesenta, con sus vestimentas y sus apuestas capilares atípicas. Los señorones de la democracia establecida se reían de ellos y se preguntaban con ironía dónde llegarían semejantes estantiguas. Pues las tales llegaron, pasados unos años, a compartir decisivamente los destinos de Alemania y ahora, según las encuestas, es posible que se queden con el santo y la limosna del poder político.

Me interesa mucho lo que hacen, porque creo que han llevado aire fresco allí donde había miasmas engordadas, elementos patógenos muy acomodados y han introducido colores amables y gráciles en un cuadro que se pasaba de oscuro y adusto. En el Parlamento europeo tengo excelentes relaciones con ellos porque los veo serios y persuasivos. Su jefe de filas, Cohn-Bendit, es un parlamentario que lleva la llama prendida en la palabra.

Me divierte, además, observar las contradicciones en las que se mueven, pues a base de luchar contra la energía nuclear se han convertido en los mejores agentes de la industria del gas, y ahí está mi admirado Joschka Fischer, agente a sueldo de un gran consorcio, como testimonio. Y para qué hablar de lo a gusto que todo el cotarro de las renovables se encuentra con sus mensajes... Hoy no existe en Alemania negocio más rentable que el de los paneles y los molinos, instalados aquí y allá sin la menor protesta verde aunque afecten a los pececitos indefensos y a las plantitas inocentes del mar Báltico.

Pero ya sabemos, a estas alturas, que la vida es el arte de administrar las contradicciones.

Ahora, en su afán por alejar a la ciudadanía de cualquier peligro de los que acechan en esta civilización esquilmadora, acaban de presentar en el Bundestag una inquietante pregunta, dirigida al Gobierno, que preside una mujer -¡y qué mujer!-, para interesarse por la seguridad de los consoladores y vibradores, pues, al parecer, albergan estos una sustancia llamada ftalatos que, al alterar el equilibrio hormonal, acaba produciendo una porción de consecuencias indeseables: cáncer de útero, diabetes, cefaleas, trastornos digestivos, infertilidad, me imagino que ganas de morder al vecino y no sé cuántas tropelías más. Incluso se dice que desgana frente a los editoriales de los periódicos.

Estos artilugios no son una broma, y de ellos existe una gran demanda en la sociedad actual, como demuestra el hecho de que, en la estación de autobuses de Oviedo, hay una máquina, junto a la de bebidas refrescantes y chocolatinas, que los expende. Con esta previsión se trata de hacer frente a los despistes de última hora en el que todos podemos caer al hacer la maleta cuando tiene uno tantas cosas en la cabeza.

Pues, bien, Los Verdes alemanes exigen seriedad y que se ocupe de ellos el Instituto Federal para la Investigación del Riesgo, que deberá elaborar un «sello de calidad» del juguetito que tranquilice al usuario y le libre de temores antes de entregarse al consuelo que su uso depara y para el que está diseñado. Un letrero o una pegatina que diga: «Artículo libre de ftalatos» y de cualquier otra sustancia química perturbadora, pues hay otras que coadyuvan al peligro bien detectado por el verde de guardia: así el dibutilo y el tributilestaño (entre otras lindezas).

Cobra, así, el color verde una irisación que le enriquece. El verde ya no es solo sinónimo de «nucleares no, gracias». Ahora queda emparentado con la sicalipsis, es decir, con la malicia sexual inocente y con el ejercicio autárquico de la picardía erótica.