domingo, 23 de enero de 2011

España: de la pandereta al pinganillo

De la España de pandereta a la España del pinganillo hay un buen pedazo de la larga y tortuosa Historia que hemos recorrido entre duelos y quebrantos.

Aquella fue de cerrado y sacristía, de oración y bostezo, de espíritu burlón y de alma quieta, de embestidas y de tarambanas ... Pero, porque conocía el paño y para que no nos hiciéramos ilusiones, el poeta también dejó advertido que “el vacuo ayer dará un mañana huero”.

Y en ello estamos: en lo huero, en lo hueco y en los huesos.

Si pasamos a la prosa diremos, a la vista de los acontecimientos, que emblemas hay muchos: quien tiene una cruz, quien una media luna, quien un sol rojo, quien una hoz, quien un martillo, quien una cabra ... Nosotros, los españoles, blasonamos de castillos y leones, de cruces y de otros aspavientos pero da la impresión de que nos hemos quedado un poco anticuados. Como el viejo hidalgo que, triste y desbaratado, ya no es capaz de ver el nuevo sol que refulge en las miradas de sus nietos.

La España nueva, la España plural, alegre y confiada, la de los rojos atributos, la de los pájaros en la cabeza, la de los ecos sin voz, la de las luces fatuas, esa España, que ha entrado tan engalanada y tan bien compuesta en el siglo XXI, tiene necesidad de cambiar de emblemas. De ofrecer otra imagen ahora que estamos en tiempos de mercadeo o marquetín. De lavarse su cara pintarrajeada con los churretes de las memorias desmemoriadas.

Porque aquellos leones y aquellos castillos estaban bien para una época de imperios y epopeyas, tiempos bélicos de Sanchos, de Hurracas, de Berenguelas, de los infantes de Aragón y de aquel gran Condestable, Maestre que conocimos tan privado; tiempo de conquistas y naves aventureras, de Colones y Pizarros, de santos y frailes pálidos y elegantemente tocados por el escorbuto, de romances de frontera, de Cides y Jimenas ... Siglos de espadones y de carlistones, de obispos leprosos y de episodios emocionales y nacionales ...

Pero todo eso es pasado, agua que no mueve molino, historia, historieta, materia de examen.

Por eso me atrevo a proponer un cambio radical. Y, si pensamos en él, el pinganillo debe ocupar un lugar central. El pinganillo como emblema nacional. Sí, hay que meter el pinganillo en la bandera, en los desfiles militares, en los despachos oficiales, y crear una mística del pinganillo, una oda al pinganillo y un himno al pinganillo. Hemos estado tanto tiempo preocupados porque nuestro himno carecía de letra y ahora se nos desvela con la naturalidad propia de las grandes revelaciones: cantemos al pinganillo como los poetas han cantado a la rosa y a la luna, tan gastadas ya a estas alturas.

Se podría pensar en una Orden del pinganillo con sus grandes cruces, sus placas y sus encomiendas. Serían entregadas por el rey en momentos solemnes, por ejemplo, de aprobación de Estatutos de Autonomía y fastos gordos por el estilo.

Hemos andado penando por la identidad nacional, por el ser de España, preguntándonos cuál era nuestra naturaleza de españoles, cuáles nuestros atributos como país ... Hasta que hemos dado con el pinganillo.

Adiós a la pandereta del subdesarrollo. Todos con el pinganillo. Y ¿qué es el pinganillo? Dícese de un aparato que sirve para entender a un prójimo que habla nuestra propia lengua. El audífono de un pueblo sordo.

miércoles, 19 de enero de 2011

Soledad

La soledad es una caracola en cuyo interior oímos nuestra conciencia.

domingo, 16 de enero de 2011

La soberanía, un escrúpulo irlandés

(Hace algo más de un mes publiqué este artículo en la revista Actualidad jurídica Aranzadi).


De entre las perlas que nos deja la actual crisis económica y financiera destaca la reciente encontrada allá entre las brumas de Irlanda. Sus gobernantes están dispuestos a aceptar un cuantioso donativo de los contribuyentes europeos para hacer frente a los desmanes de los directivos de sus bancos, de los que, por cierto, no se sabe si alguno ha decidido precipitarse por un balcón empinado como hicieron muchos de los educados caballeros que fueron cogidos con las manos en la masa con ocasión de la crisis de 1929.

Los actuales dirigentes irlandeses no están contentos con este regalo porque les parece una grosería. Por ello se aprestan a coger la pasta con un mohín de displicencia y de asco. Y anunciando que, por supuesto, ello «no recortará en modo alguno su soberanía ».

¿Cuándo nos enteraremos de que pertenecer a un mundo como el representado por la Unión Europea consiste justamente en eso, en ceder soberanía? En algún lugar he calificado a ésta, a la soberanía, de una auténtica antigualla que, si algo merece, es un lugar de respeto en el museo de cera de los conceptos jurídicos.

Como se sabe, pero no está de más recordar, su formulador más agudo fue Bodino, quien publicó su obra Six Livres de la Republique en el último tercio del siglo XVI (1576). Signo distintivo de la soberanía era el hecho de que su titular carecía de superior, hallándose tan solo sometido a las «leyes fundamentales» que no podía infringir. El fin del Estado será justamente el ejercicio del poder soberano orientado por el Derecho. Una idea revolucionaria, pues, en su inocente apariencia, estaba liquidando la concepción medieval según la cual el poder servía para ejecutar los designios de Dios.

La polémica acerca de si el titular de esa soberanía era el príncipe o el pueblo fue tan viva que cavó las trincheras desde las que se estuvieron disparando tiros durante buena parte del siglo XIX. No es extraño que, cansados de tanta sangre, algunos juristas aplicaran el bálsamo de sus sutilezas para desactivar tanto dramatismo. Uno de los más ilustres, Georg Jellinek, rebajó los humos de la tradicional soberanía para reducirla a una categoría histórica: el poder del Estado – aseguraba– se manifiesta en el hecho de estar sometido a sus propias leyes y no a las de ningún poder extraño, así como por disponer de órganos para determinar su voluntad. Después sería Kelsen quien, irreverente ante el hechizo del concepto, lo disuelve en el contexto de su teoría acerca de la validez del ordenamiento y de su configuración del Derecho internacional que restringe la «soberanía» de los Estados, podando unos excesos peligrosos que conducen al desarrollo del imperialismo y, con él, a la destrucción de amplias esferas de libertad.

Han pasado muchos años desde estas formulaciones y los acontecimientos no han hecho sino confirmar en Europa una tendencia que fuerza a explicar la soberanía de otra manera, porque hoy no puede ligarse sin más al «Estado», sino a una combinación que incluiría a éste y a la supranacionalidad europea, lo que nos obliga a abandonar la idea tradicional para abrazar la de soberanía «conjunta o compartida», apta para garantizar la diversidad de los niveles de gobierno con la unidad de la acción política y de su medio de expresión más solemne, que es la producción jurídica. El actual ejercicio de los poderes soberanos se ha desplazado así desde la individualidad de esos Estados a su actuación como miembros de una comunidad, razón por la cual se ha esfumado el «poder único e indivisible » para emerger otro de rasgos renovados basado en la existencia de un orden jurídico complejo e irisado, pero dotado de los suficientes elementos para ser reconocido como un todo unitario, trabado por el derecho y cimentado por el principio de «lealtad» de la Unión con los Estados y viceversa.

Me atrevería a utilizar la expresión de «soberanía diluida» para describir esta nueva situación jurídicoconstitucional.

Convengamos, pues, en que la soberanía, entendida al modo tradicional, ha devenido una pieza herrumbrosa en el mundo europeo y global que se está construyendo.

Por eso provoca una sonrisa irónica el desparpajo con que la invocan los manirrotos gobernantes de Irlanda.

martes, 11 de enero de 2011

Letras

La gran ventaja de la supresión de la "ll" en el alfabeto es que ya no lloraremos.

domingo, 9 de enero de 2011

¿Indemnizamos a la infancia?

En Alemania han finalizado hace poco tiempo las negociaciones de una «mesa» que se ha ocupado de un asunto singular: la posible indemnización a que pudieran tener derecho los jóvenes que, entre 1949 y 1975, hubieran vivido en internados.

El resultado ha sido el reconocimiento de tal pretensión porque se ha definido a los establecimientos que acogían a esos alumnos como lugares «fuera del Derecho» donde se practicaba el acoso, los castigos corporales, la coacción religiosa... A destacar que eran los padres quienes decidían libremente el envío del retoño a lo que consideraban un lugar de fiable disciplina.

Ahora toca resolver los expedientes uno a uno para ver la dimensión del daño infligido a los ex jóvenes, pues las personas afectadas que hoy pueden acogerse a la reparación andan por los 70.

Así se las gastan los alemanes a la hora «de tapar las grietas del mundo», que diría Heinrich Heine. En todo caso, se están oyendo voces que han montado buena juerga porque se preguntan si también la asistencia familiar a la misa del gallo en Navidad o el canto del «Stille Nacht» («Noche de Paz») junto al abeto cuajado en filigranas será también susceptible de desagravio monetario.

Ahora imaginemos que se pusiera en marcha un procedimiento parecido en España y nuestros septuagenarios pidieran llegar en su día a ser indemnizados por haber vivido en los internados de frailes y monjas o por haber asistido a los campamentos del Frente de Juventudes. ¿A cuánto ascenderá cada «Cara al sol» entonado? ¿A cuánto la lacerante experiencia de gritar los vivas al caudillo y encima hacerlo con unos ridículos pantalones cortos y en la sudada camisa azul, el jugo y las flechas que tú bordaste en rojo ayer? De mí puedo decir que he permanecido en posición de firmes infinidad de veces en el cine cuando se interrumpía la película y aparecía el retrato del «invicto» en medio de un trepidante acompañamiento musical y un tufo de héroe mareante.

Y aquellos rosarios interminables con sus misterios dolorosos y gozosos y las aburridísimas letanías, ¿habrá dinero en el mundo que compense las horas de resignado aburrimiento? Y los oficios de Semana Santa en los que el vaho de las ceras alimentaba en la mente las más aviesas venganzas, y aquellos nueve primeros viernes de mes, y aquellos coscorrones del padre prefecto por no haber confesado con rigor y minucia, ¿habrá presupuesto público que logre achicar el pasado infortunio?

Pero avancemos más y miremos al futuro. ¿Qué cuentas no pedirán las víctimas de los engendros pedagógicos ideados estos años, de logses y otros despropósitos? Las pobres criaturas que sufren hoy los atropellos de las «competencias», las «habilidades» y las «destrezas» discurridas por pedagogos a la violeta, ¿qué armas no estarán ya preparando para desangrar a los gobernantes pasados unos decenios?

A un niño al que se le ha dicho que «instruir es el resultado del proceso enseñanza-aprendizaje en el que los contenidos se cristalizan y se estructuran entre sí hasta llegar a una forma cognitiva, funcional y operativa más eficaz», ¿cómo le restauraremos su dignidad maltratada?

Con esta pedantería perifrástica ¿no vemos que el agujero en los Presupuestos del Estado es sólo cuestión de tiempo y de una «mesa» como la alemana? Pero dígase de verdad, ¿es oportuno guardar las memorias del alma ultrajada y recrearnos en ellas para afrontar esta época dispersa y gregaria por la que transitamos?

jueves, 6 de enero de 2011

Navidad

En la Navidad se encienden las modernas ciudades para mejor orientar a los Reyes Magos.

domingo, 2 de enero de 2011

Nochevieja

En Nochevieja se toma champán para beber las burbujas de lo que queda de año.