(Hace años publiqué esta Sosería que sigue teniendo actualidad)
Es muy conocida la historieta que tiene como protagonistas al terrateniente de la época de la Restauración -pongamos comienzos del siglo XX- y sus jornaleros. Aquel ha repartido entre estos las papeletas de voto y les ha entregado a cada uno tres pesetas. Con todo, y como tiene poca confianza en la lealtad de sus trabajadores, no les pierde de vista cuando están haciendo cola ante la mesa electoral. Entonces, a uno de ellos se le ocurre abrir el sobre para ver a quién va a votar. El terrateniente, que le ha visto, se le acerca indignado y le espeta: “¿Julián, no sabes que el voto es secreto?”
Esta era la práctica de las votaciones a lo largo de la Restauración: el cacique compraba los votos y colaboraba por esta vía a asegurar las mayorías parlamentarias diseñadas desde el gobierno. Un ilustre asturiano de Llanes que fue “gran elector” en años anteriores, en los sesenta del siglo XIX, José Posada Herrera, confeccionaba diputados con una destreza pasmosa y con un arte aquilatado. Cuando O'Donnell, que era su jefe, le preguntaba cómo lo conseguía, solía responder: “soy cristiano viejo y procuro que mi mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”.
El cacique histórico era un ser entrañable y es al que debemos rendir homenaje de admiración y de agradecimiento. Porque ese cacique era un hombre de una pieza, todo generosidad, que compraba los votos con el dinero de su bolsillo. Nada ver con los actuales que hacen lo mismo pero con el dinero público. Hoy es la ayuda al desdentado, mañana a la parturienta, pasado al viejo, ayer al joven ... surgiendo así los cheques por esto o aquello, todos librados contra la cuenta corriente del Estado y de los fondos presupuestarios.

Tienen de común los políticos en esta época de elecciones y los candidatos a rector el hecho de disponer de una cuenta corriente que se nutre con el dinero de los contribuyentes. Una situación bien amena que se convierte en escándalo cuando el candidato es quien ostenta ya el poder y pretende revalidarlo pues entonces dispone directamente del resorte que proporciona el reparto de prebendas para allegar voto.
Ante este panorama se impone, y es el objeto de estas líneas, recordar con nostalgia al cacique tradicional, que se gastaba sus cuartos o que prometía trabajo en sus campos para la próxima vendimia. ¡Loor a aquel hombre, capaz de comprometer sus dineros por el bien de la patria! Malhaya sea, por contra, el cacique actual que hace lo mismo, solo que saqueando los dineros del común.
¡Cuánta estética antaño, cuánta perversión hogaño!