domingo, 18 de agosto de 2013

Enoteca

(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería).


Que, pese a la crisis y sus devastadoras consecuencias, nos hemos hecho muy finos los españoles lo demuestran a diario decenas de detalles en nuestra vida cotidiana: en la forma de vestir y calzar, en nuestras casas, en nuestros ocios, llenos ahora de viajes a lugares remotos que sustituyen al veraneo en el pueblo con un botijo y a la sombra de un roble ...

Se convendrá conmigo que uno de los testimonios más espectaculares de esta realidad es la aparición
en nuestro horizonte de la “enoteca”.  Curioso es que la Docta Casa, tan rápida a la hora de acoger en su seno las palabras más volátiles, no haya reparado todavía en este cultismo que designa los modernos lugares donde se bebe vino.

Sí, lector. Lo que se llamó en la España antigua la taberna como enclave para el trasiego de moscateles, trasañejos, mostos, manchegos o la malvasía aragonesa, ahora, en estos tiempos de dengues y almíbares, llamamos “enoteca”. Y como nos cuesta ir a la biblioteca, pues acudimos a la enoteca que resulta igual de culto pero sin tener que leer el Quijote.

Me da mucha pena porque he sido amamantado con los versos de Baltasar del Alcázar, aquellos de su “Cena jocosa” en donde, además de aparecer un señor con mi apellido, se exclama: “grande consuelo es tener / la taberna por vecina/ si es o no invención moderna / vive Dios que no lo sé / pero delicada fue / la invención de la taberna”. Versos escritos entre los siglos XVI y XVII, o sea en una época en la que las gentes pertenecientes a las clases bajas tenían a la taberna como lugar de esparcimiento y reunión y como altar donde se administraba el sacramento de la sociabilidad y el trato con los semejantes.

Quienes eran parroquianos habituales se intercambiaban información sobre los  dimes y diretes de la Corte o del pueblo, siempre de forma apacible aunque acabaran achispados y las entendederas nubladas por el tintazo áspero y rudo que allí se servía. Quienes, por el contrario, acababan de forma poco amigable eran los forasteros, marineros de paso o prisioneros con condena recién cumplida. No era infrecuente que, entre ellos, refulgieran las navajas y silbaran epítetos descorteses. Es el ambiente de la zarzuela de Sorózaballa tabernera del puerto” donde hay traficantes y bandidos, gente del bronce, que acaban, y no es extraño, en manos de los carabineros.

Pero lo normal era la buena componenda aunque hubiera picardías por el medio. Y eso llegó hasta el Madrid de principios del siglo XX pues en una taberna es donde transcurre parte de las valleinclanescas “Luces de bohemia” con Max Estrella y “su perro” dialogando con la clientela vinícola, hambrienta y marginada. 

Primo de la taberna era el café, local de bullanga para literatos, petimetres y sopistas que, estirado y sometido a un cursillo de cursilería, se convirtió  en la cafetería ya cuando las luces europeas y americanas brillaban descaradas y nos deslumbraban.

Pero lo de “enoteca” me parece tan artificial que casí podría ser una burla, inapropiada para los serios asuntos del vino. ¿O es una forma de rendir homenaje a la lengua griega ahora que la hemos ahogado en las aguas del Leteo suprimiéndola del bachillerato? 

1 comentario:

  1. -¿Nos emborrachamos en tu casa o en la mía?.
    -¿No te gusta la enoteca?.
    -No, para éso prefiero el botellón.
    -Pues entonces mejor hacemos una ronda de bar en bar a vino por cada uno y nos vamos paseando y animando ¿te parece?.
    -Sí, ejercicio físico y cata de vino ¿no?.
    -Efectivamente vamos ¡lo de toda la vida!.
    -Vamos a ello pues.

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