El paraíso se manifiesta en las diversas religiones de forma
diferente, así para los cristianos es un lugar de felicidad eterna, de paz sin
sobresaltos, de gozos moderados pero duraderos. Un lugar donde se puede hablar
con Dios, lógicamente no de tú, pero sí con la familiaridad que es propia entre
bienaventurados que están ya al cabo de la calle.
Otros creyentes conciben el paraíso como un lugar donde hay siempre caza
dispuesta al sacrificio y a dar satisfacción a los humanos en forma de hermosos
venados o frágiles perdices. Y los nórdicos, que son muy aficionados a la
pendencia sangrienta, lo llaman Valhalla, el destino de los guerreros que
mueren heroicamente en combate, un espacio de ensueño y quimeras donde son
recibidos por las valquirias a las que es lícito administrar todo tipo de
sobaduras, achuchones y zalamerías. Como esta actividad acaba desgastando
sobremanera incluso a los valientes soldados, se retoman fuerzas con grandes
banquetes en los que se come jabalí y se bebe hidromiel, siendo esto último lo
que menos me gusta de este paraíso porque el jabalí con lo que entra bien es
con un tinto de diversos retrogustos y aromas en paladar de frutas silvestres.
Hoy día las religiones tradicionales están muy
desprestigiadas pues han sido sustituidas por la religión de las grandes
superficies, las camisas de marca y los coches automáticos que ahora, por
cierto, no se compran como antaño sino que se tienen en arrendamiento
financiero, una modalidad de contrato que en español se llama “leasing”. Así
que, si antes íbamos a misa los domingos, hoy vamos a Hipercor o a Carrefour
para que nos sean administrados allí los sacramentos de la salvación.
Se comprenderá que, ante cambios tan fundamentales, ha sido
necesario desterrar -nunca mejor dicho- el paraíso tradicional, el de los
sermones de los curas y sus rosadas imágenes, por uno nuevo, más acorde con los
tiempos y con las ensoñaciones de la época. Es así como nace el “paraíso
fiscal”. Hasta ahora a nadie, que no fuera un orate, se le hubiera ocurrido
unir esas dos palabras. Porque “fiscal” alude a fisco, a Hacienda, a impuesto,
a tropelía administrativa y, peor aún, a un funcionario de cejas torvas,
enfundado en negros ropajes y determinado a enviarnos al trullo a poco que
bajemos la guardia.
Pero en estos tiempos sí es posible maridar ambos términos
al encontrárseles un sentido nuevo e inesperado. El paraíso fiscal es aquel
lugar donde no se paga al Fisco, donde quien allí mora no se ve en la penosa
obligación de detraer nada de su peculio y entregárselo a ese ser odioso y
voraz que es el Estado como antes se pagaba el diezmo a la santa madre Iglesia.
Si suprimimos el diezmo aprovechando la revolución liberal ¿por qué no suprimir
también el impuesto y la contribución ahora que estamos en la revolución
postmoderna y laica? Esta sencilla reflexión es la que ha llevado a crear los
paraísos fiscales y a dividir el mundo entre los lugares donde se paga y
aquellos libres de tal ominosa servidumbre.
Se consigue así un más ajustado equilibrio y, como hay zonas
en la Tierra que son montañosas y otras llanas, o lugares lluviosos y otros
secos, así hay tierras donde se pagan impuestos y tierras donde el hombre vive
descuidado, paseando sus desnudeces bancarias sin miedo a ser perturbado,
marcando con cierta insolencia el paquete de su desparpajo económico.
El problema es ¿quién tiene derecho a entrar en esos
espacios de privilegio? Porque las religiones tradicionales siempre han
establecido criterios a la hora de seleccionar a quienes podían disfrutar a
placer de la divinidad o de las huríes. Pero ahora ¿cuáles son los requisitos de
las modernas Escrituras? Según los estudios que he realizado a lo largo de
varios créditos europeos de acuerdo con el método boloñés, la conclusión a la
que llego es que los elegidos son los que oran con mucha devoción a la imagen
del activo tóxico, los que encienden velas y compran exvotos a los productos
derivados, los que rezan a diario el rosario de los índices bursátiles, los que
hacen subir el barril, los que hacen bajar la vergüenza, en fin, los que lanzan
opas como ondas y los que lanzan a los obreros a la calle.
Es decir que al paraíso fiscal seguirán yendo -como a los
antiguos paraísos- los de siempre.
-Hay que hacer una nueva revolución y considerar a los "Paraisos Fiscales" lugares dónde moran los Demonios del mundo y sus peores enemigos.
ResponderEliminar-Y arrasarlos con fuego real.
-Sí, pero después de sacar los millones ¡hombre!.
-Vale ¿y quién se los queda?.
-Pues éso ya veremos.
-Cuenta conmigo ¿vale?.
-Vale.