(Hace unos días me publicó La Nueva España esta Sosería).
No entiendo bien a qué ha venido todo este revuelo con el episodio del
rey don Juan Carlos y su jornada cinegética. Me da la impresión de que
entre nuestros compatriotas anda suelto mucho partidario de la monarquía
absoluta aunque ellos lo ignoren como es fama que le ocurría al
personaje del burgués gentilhombre del señor de Molière que hablaba en
prosa sin saberlo.
Porque quienes defendemos la monarquía
constitucional y parlamentaria lo que queremos justamente es que el rey
se entregue a la caza, a la pesca, a intensas jornadas de parchís y al
aprendizaje del perfecto batido de la clara de huevo. Pues, entretenido
en estas inofensivas actividades, no se le ocurrirá poner las manos en
los asuntos del gobierno, asuntos estos en relación con los cuales las
grandes casas reales han desarrollado a lo largo de la Historia un
instinto innato e infalible para errar y marrar.
Precisamente
nuestro actual monarca, que conoce a su estirpe, sabe perfectamente que
fue el descuido de las artes cinegéticas lo que obligó a su ilustre
abuelo a tener que despojarse de la corona y la capa de armiño en aquel
infausto catorce de abril. La manía de aquel Alfonso de meterse donde no
le llamaban, le obligó a irse precisamente a donde no le llamaban, es
decir, al exilio. ¡Cuánto hubiera ganado la estabilidad y la salud
institucional de España si aquella testa coronada, en lugar del cabildeo
de ministros, presidentes, generales y demás a que tan gustosamente se
entregaba, se hubiera ido de caza a matar unas cuantas perdices e
incluso acabar con algún urogallo despistado se le podía permitir, con
tal de que no se le ocurriera hacer nada en beneficio del bien común.
De manera que a ver si aprendemos un poco de derecho constitucional y no nos trabucamos con el estatuto de la majestad real.
Dicho
esto, a mí realmente lo que más me preocupa de este episodio es el
colmillo, es decir, qué pasa con los colmillos del elefante abatido.
¿Para qué quiere el rey esos colmillos? Esto es lo que me inquieta.
Porque
sabemos que quien enseña los colmillos es que quiere amenazar u obrar
con energía o con violencia. Y ¿a quién quiere amenazar don Juan Carlos o
qué violencia quiere ejercer? No le conocemos hasta la fecha ninguna y
nos extrañaría que a sus años tomara gusto a estas actitudes desafiantes
e infantiles.
¿O es que quiere escupir por el colmillo, que
es lo mismo que decir fanfarronadas? Al no haber sido aficionado a ellas
hasta la fecha ¿a qué vendría practicarlas cuando se entra en una edad
venerable do las pasiones se acoquinan y los ardores se tornan
asustadizos?
Por último, de quien se dice que tiene el colmillo
retorcido es porque resulta difícil de engañar por su astucia. Desde mi
modestia provinciana le aconsejaría al monarca que no intentara dar
lecciones de esta asignatura a sus súbditos, es decir, la de utilizar
procedimientos engañosos para conseguir algún objetivo -normalmente,
torpe- porque hay miles y miles de españoles que, en este punto, no
precisan aprendizaje suplementario alguno: les sale con la mayor
naturalidad. Suelen ser personas acomplejadas y mediocres ¡pero son
tantos y tan activos!
En resumen: sí a la caza; no a los colmillos. Porque ya sería el colmo.
domingo, 6 de mayo de 2012
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- A mi me gustaria ser Rey porque de ése modo seria importante y podría ser simpático y generoso.
ResponderEliminar-A mi también pero no me iria de caza porque mis subditos me mirarian mal.
-Yo me ganaria el suficiente respeto de mis subditos como para poder irme de caza.
-Si, éso si, parece razonable.
-Y si me demuestran cariño hasta mataría algún elefante.
-Claro, así, sí.