domingo, 28 de abril de 2013

Deyecciones de artista


Los revuelos se arman por una nadería que aparece en los periódicos. Toca ahora a ese artista que ha
entrado en el Museo de Nueva York, es decir en una catedral consagrada, y ha colado allí unas obras fruto de su estro imaginativo que representan un envase de una lata con tomate frito, un trozo de una antena parabólica y un escíbalo metido en una botella que albergó en sus días de gloria un anís reputadísimo. Para quienes se han formado en la enseñanza desleída propiciada por los últimos gobiernos aclararé que “escíbalo” significa excremento, palabra ya más a mano, con perdón por lo de la mano tratándose de la aludida sustancia.

¿Y dónde está lo sorprendente en la pretendida hazaña del polizón del museo neoyorquino? Me parece que lo del tomate ya lo hizo hace años Andy Warhol y anda entronizado en las historias del arte y el resto de los objetos son evidentes muestras de fecundidad artística. En la época presente, lógicamente.

Porque a los antiguos, y en general a los funcionarios con muchos trienios, nos gusta la Venus del Espejo que se contempla sus abundancias y sueña con ponerlas al servicio de un caballero verriondo. Nos gusta también el cuadro de la vieja friendo un huevo porque es todo un monumento a la gastronomía sencilla e inmortal, nos gusta la luz de un Vermeer que entra de puntillas en una habitación para acariciar a una doncella que toca la espineta y se toca con un moño coqueto. Y la familia de Carlos IV que se retrató unida porque solo la familia que se retrata unida permanece desunida. Y los mondongos de ese caballero que se somete a una lección de anatomía. En fin, disfrutamos con un moro de Fortuny porque nos recuerda que Alarcón escribió un libro sobre la guerra de África que debemos olvidar.


En general, estos objetos de arte son espléndidos para muchos pero debemos convenir que cada día somos menos y, además, somos personas superadas por los acontecimientos y a punto de entrar en la cacharrería de la historia, en el pudridero de la indiferencia colectiva.

Ahora bien, procede dar a cada cual lo suyo. Porque lo que el artista ha metido de matute en Nueva York nos parece una maravilla admirable si se compara con lo que cuelga en las salas de arte contemporáneas. Quiero decir que prefiero una antena parabólica, que estimula la imaginación porque gracias a ella se puede ver mucho mundo en zapatillas y sin salir de casa, a un punto rojo en un cuadro blanco y ¿qué decir de la deyección? una auténtica filigrana si la ponemos al lado de un paralepípedo soso y avitaminado que tiene a la nada por compañía. Hay quien ha puesto un orinal en la esquina de una habitación vacía y desinfectada y se ha celebrado su ocurrencia como si hubiera parido a la Venus de Milo y una máquina de escribir con sus dientes averiados es para el crítico de hoy una versión renovada -y laica, como Dios manda- de la Piedad de Miguel Ángel. En un museo al que entré en una ciudad alemana era exhibido el extintor de incendios con orgullo pues se trataba nada menos que del primer premio de una antológica celebrada en otra ciudad alemana que no puedo poner aquí porque lleva un nombre imposible por su longitud burlona y porque alberga varias diéresis desafiantes.

¿Qué es lo que degrada a ese artista a la condición de malhechor? ¿por qué se le tiene por falsario? Por una razón sencilla: porque no ha pagado el peaje al marchante ni se ha sometido a la extorsión de quienes controlan las páginas especializadas de las grandes revistas. Tal es su pecado del que solo se redimirá si acepta las reglas del sacramento que se administra en museos y salas de arte. Este señor se ha tomado en serio esa idea que circula por ahí según la cual el artista es un trasgresor que se inventa el mundo y lo decora con sus ingeniosidades sin reparar que hay asuntos que no admiten variaciones alteradoras de los abusos tradicionales.

¡Álma de cántaro! A esta criatura, si le dejamos en sus naturales inclinaciones, intentará entrar en el próximo Cónclave de Roma vestido de torero. Sin saber que hay que ponerse el capelo para poder tomar el pelo.


1 comentario:

  1. -Yo ahora que estoy en el paro me voy a meter a artista.
    -¿Tu sabes de arte?.
    -Yo soy capaz de inventar.
    -Entonces métete a inventor.
    -Es que yo lo que invento es arte.
    -¿Y que has inventado?.
    -De momento nada pero ya lo verás en un museo.
    -Estoy deseándolo.
    -Yo también.

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