martes, 8 de enero de 2013

El galimatías europeo

(Ayer me publicó El Mundo este artículo)



Explicar a los ciudadanos el funcionamiento de las instituciones europeas es tarea espinosa  porque el empeño no es fácil. Y no lo es porque la Unión Europea lleva en su seno dos almas diferenciadas que, a su vez, están obligadas a ser complementarias: el alma europea propiamente dicha, que representan instituciones que acogen los latidos del interés común y que son -entre otras- la Comisión, el Parlamento, los Tribunales de Justicia y Cuentas, más aquellas que llevan a la Unión la voz de los Estados que la componen, fundamentalmente el Consejo europeo y los Consejos europeos de ministros -sectoriales (industria, transportes etc)-. Mover las voluntades de unos y de otros en medio de este abigarrado aparato institucional es anhelo parecido, en dificultad, al que en la mitología griega se conoce bajo el nombre de los trabajos de Heracles o de Hércules (todo aquello del león, la hidra, el jabalí, los establos de Augias etc).


Del esfuerzo que el ciudadano debe hacer para manejarse en este laberinto nace una cierta desesperación a la que sigue en no pocos casos -y esto es lo peor- la descalificación rotunda.
Y así no es infrecuente oír voces despachadas que aseguran ser todo un embrollo que para poco sirve, fuera de alimentar políticos, funcionarios y demás componentes de lo que un autor español que hoy nadie lee -Silverio Lanza- llamaría la vermicracia.


Ahora bien, como el proyecto de construcción europea es el empeño histórico más relevante de los últimos decenios no podemos abandonar la tarea pedagógica por lo que importa mucho enseñarlo desde la escuela a los niños y proporcionar a toda la ciudadanía el hilo de Ariadna educándola en el respeto a sus culturas, a su patrimonio histórico, a sus grandes nombres, a sus símbolos, a sus deslumbrantes inventos ... En tal sentido, tengo presentada, ante la presidencia del Parlamento europeo, una iniciativa destinada a poner en marcha una consulta entre la ciudadanía para seleccionar cincuenta nombres indiscutibles de la cultura europea (Mozart, Goethe, Cervantes, Rubens ...) y confeccionar con ellos una publicación sencilla al alcance de los quinientos millones de europeos. Tengo la esperanza de que el actual presidente del Parlamento, un político alemán cuyo oficio es el de librero, sea sensible a esta petición mía.


Pero precisamente porque creo en estas cosas es por lo que creo a su vez que es urgente acabar con el galimatías que inunda la Unión europea y que en tan gran medida contribuye a alejar a la población de sus proyectos y de sus logros.

En este sentido, la crisis económica está acelerando la descomposición del lenguaje y de los instrumentos jurídicos de una forma que, si no ponemos remedio, va camino de hacerse irreversible. Porque lidiar con veintitantas lenguas ya es enrevesado pero, si a ellas unimos, el artificio tecnocrático, entonces las posibilidades de entendernos acabarán por desvanecerse. Con pérdida cierta para todos.

Los periódicos difunden esta confusión porque les resulta obligado al ser su deber el informar y hacerlo tal como les llegan las noticias desde los centros bruselenses. Lo mismo, y por las mismas razones, hacen las radios o las emisoras de televisión. Todo ello con un efecto multiplicador que resulta sencillamente demoledor.


A organismos como el Banco central europeo, el ECOFIN, el Banco Europeo de Inversiones, el Fondo europeo de Inversiones con los que se desayuna cualquier ciudadano indefenso que acude por las mañanas a su trabajo, hay que unir una serie de siglas y de normas cabalísticas de muy difícil digestión.

Así por ejemplo tenemos la Junta europea de riesgo sistémico que se une a autoridades específicas que se ocupan de los bancos, de los seguros y de los mercados de valores.

Se han creado el Mecanismo europeo de Estabilidad Financiera y el Fondo europeo de Estabilidad financiera que, aunque suenan parecido, son dos objetos diferenciados por la compleja maquinaria discursiva de sus progenitores. Para confundir más el panorama, al segundo se le llama a veces de “facilidad financiera” y además se usan sus acrónimos (unas veces, en inglés, otras en español) MEEF y FEEF que ahora ya -oh, bendición- se han simplificado en el MEF.

Las reformas “estructurales” que se están acometiendo se contienen en el “paquete de reforma de la gobernanza económica de la eurozona” y en dos tratados intergubernamentales, es decir, tramados y trabados fuera del derecho de la Unión europea, y que son el Tratado de Estabilidad y el Tratado por el que se establece el citado Mecanismo de Estabilidad financiera. A ello procede añadir dos “conjuntos normativos”, el que contiene la reforma de la gobernanza económica, descompuesto a su vez en cinco reglamentos y una directiva, y el de refuerzo de la supervisión presupuestaria, integrado por dos reglamentos. ¿Parece poco? Pues incorpórese a la citada enumeración el Pacto por el Euro Plus y el Código de Conducta del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. A esto último se le llama, para que todo el mundo lo entienda, “soft law”.

El procedimiento de coordinación de políticas presupuestarias y de las políticas macroeconómicas ha sido bautizado con el nombre de “Semestre europeo” como si de la “semana de oro” de unos grandes almacenes se tratara. Con la particularidad de que lo que yo acabo de llamar “políticas presupuestarias” normalmente se denominan, por una mala traducción, “políticas fiscales”, lo que coadyuva a que el embrollo tome vuelo y consistencia.

Hay además la Directiva sobre el Marco presupuestario nacional que trata de ajustar este al marco presupuestario plurianual de la Unión europea y donde se crea el Objetivo Presupuestario a Medio Plazo que, a su vez, ha de insertarse en el citado Semestre Europeo.

Sin duda me dejo otros hallazgos en el tintero pues mi capacidad de asimilación de estos engranajes padece lacerantes limitaciones. Últimamente hemos descubierto el “memorandum of understanding” y citarlo me lleva al otro despropósito que trato de denunciar: el manejo desahogado de términos ingleses que contribuyen a hacer el paisaje definitivamente esotérico y al alcance de iniciados cada vez más chiflados.

Tenemos el “bail-out” y el “bail-in”, las “non-standard monetary policy measures”, el “securities markets programme” o su sucesor “outright monetary transactions”, el tablero de indicadores macroeconómicos al que llamamos coloquialmente y con confianza “macroeconomic scoreboard”, el “most likey scenario”, el “Six pack” y el “Two pack” y por ahí seguido que diría el maestro Umbral.

Naturalmente, lo hasta aquí explicado se refiere exclusivamente al ámbito de la economía. Si nos trasladamos al mundo de los transportes, de la investigación o de la energía encontraremos un panorama semejante donde todo aparece nublado en una suerte de confusión “epigramática y ática”.

Resumo: para que Europa sea de los ciudadanos hay que cambiar -ciertamente- muchos de los ladrillos con los que la construimos. Este del lenguaje y de la simplificación de los instrumentos jurídicos es urgente como lo es pedir al toro sagrado que un día la raptó que nos ayude a recuperar la estética y a aventar lo grotesco y desconcertante.    








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