Anda el retrete en bocas de los científicos y
de los inventores. Se le acusa de dilapidar el agua, de contaminar, de
desconocer el trato con el material orgánico y no sé cuántas tropelías más se
cargan ahora al “debe” del retrete. Se ha abierto la veda contra el retrete y
ya se puede disparar libremente contra él. No contentos con estos denuestos, de
por sí demoledores, se le dirige el más terrible que hoy se puede pronunciar,
el que no admite salvación ni redención: el retrete es “insostenible”. Sí,
amigo lector, el retrete, ese trono, ese sillón, ese solio que viene del siglo
XVIII, que se ha dedicado a hacer el bien, a aliviar urgencias, a dar salida a
los apretones, ahora resulta que es insostenible. Y como esta condición le
desacredita de forma irrecuperable, ya estamos pensando en sustituirlo, en
retirarlo a un lugar remoto, allí donde reinen sombras fantásticas, a ese
espacio alejado de nuestros sentimientos donde la soledad se halle desposada
con el exilio.
No seré yo quien me atreva a incurrir en
heterodoxias ni a despreciar el lenguaje correcto de estos científicos que así
se manifiestan. ¡Menudo está el patio para tales atrevimientos! Si el retrete
es una mierda, y así se ha decidido por quienes piensan en la salvación del
planeta, aceptado. Firmo donde sea menester, no quiero más líos que los
indispensables.
Ahora bien, séame al menos permitido romper
una lanza por el retrete, retirarme con él a llorar su destierro, a hacerle compañía
por unos instantes para darle consuelo y para que advierta que hay gentes en el
mundo con corazón noble, dispuestas a acompañar al caído. Porque eso es el
retrete en esta hora infausta: un caído. Y, lo que es peor, un apestado, un
emisor de los peores tufos. Pues bien, sea así, si la ciencia lo quiere, pero
reconozcamos que, si no tiene un pasado inmaculado -porque no lo tiene-, sí ha
tenido un pasado digno de ser cantado épicamente.
¿O es que ya no nos acordamos de la época en
que el lugar de la evacuación eran dos huellas sobre las que era preciso
componer toda suerte de arriesgados equilibrios? No solo quienes hemos estado
en el Ejército recordamos aquellos aparejos humilladores que despreciaban la
buena compostura y que convertía el trajinar de las ropas en lacerante desafío
a la ley de la gravedad y a otras leyes acreditadas de la física. Cualquier
persona, aunque no haya servido al rey, tiene en su mente ese tiempo ominoso de
charcos fétidos, quietos, como olvidados, desafiantes en su hondura y en su
hediondez inacabables.
La historia no se puede olvidar. A ella
debemos tributo constante. Por eso sería conveniente organizar un homenaje al
retrete, un libro de memorias al retrete y del retrete donde se dejara hablar a
este ser hoy condenado por la ciencia sin trámite de audiencia y sin
alegaciones, despachado como un cachivache, como una mariposa sin colores. Pido
pues un lugar donde se deje al retrete contar lo que ha visto y oído: los
esfuerzos ímprobos, los triunfos gloriosos, los fracasos degradantes ... lo haría con expresividad y al mismo tiempo
con sencillez porque con sencillez y con humildad se ha conducido a lo largo de
los siglos.
El retrete también ha sido el guardián de la humildad del hombre, imaginemos al Papa en el retrete......humildad para todos.
ResponderEliminarPero si el retrete gasta mucha agua, la solución sería, hacer como hacemos con lo perros, salir a la calle (con nuesra bolsita) y agachados hacer nuestras necesidades, luego se coge con la bolsita y ¡¡no se gasta ni gota de agua!!, claro gastariamos luz de ascensores.....